¡Qué pereza!

Conocer gente y culturas es bueno para descubrir nuevas historias humanas, formas diferentes de entender la vida. Es imprescindible para satisfacer la curiosidad y el afán de conocimiento que todos llevamos dentro. Se crece como persona mientras se tienen ganas de aprender, de ver y vivir experiencias nuevas. Siempre con la voluntad de avanzar hacia modelos de convivencia mejores y más respetuosos con los derechos humanos de los ciudadanos. Y con la perspectiva de poner en común lo mejor de cada colectividad.

La calidad de un ser humano queda coja cuando se concentra sólo en una vertiente de su personalidad. Un científico que se encierra toda la vida en un laboratorio y descubre un medicamento que cura una determinada enfermedad hace un gran servicio a la humanidad pero fracasa como persona si es un ser desagradable, antipático, violento o autoritario. Hay políticos y artistas que levantan entusiasmos cuando hablan o actúan pero que son auténticos ogros cuando los tratas en privado.Hay analistas de política social o internacional o dirigentes de asociaciones solidarias que defienden ideas y proyectos impecables pero que no hay quien los aguante personalmente. Seguro que todos podemos poner nombre y apellidos a algunos de estos ejemplos.

Acabamos de entrar en un nuevo año, 2017, durante el cual, y tal y como ha ocurrido en los cuatro o cinco últimos, dedicaremos gran parte de nuestro tiempo y energías a leer, escuchar, ver y debatir planteamientos relacionados con el ‘proceso’ de Cataluña hacia la independencia. Acabaremos el año sin tener esta independencia. Como mucho, habremos celebrado un referéndum, en el que se dirimirá si participa más gente de la que lo hizo en el que se celebró hace ya más de dos años y qué porcentaje se decanta a favor de la independencia y cuál no.

Pase lo que pase, la cuestión no desaparecerá del escenario de un día para otro. Por ello, y asumiendo que tenemos debate para rato, sería deseable que habilitáramos espacio para la reflexión y atención a otras cuestiones. Ya sé que hay quien todo lo resuelve diciendo que el día en que seamos independientes podremos acabar con la pobreza energética, las colas en las urgencias de los hospitales, la gente durmiendo en la calle e, incluso, con la acogida a los refugiados de guerras espantosas y países marcados por la miseria y la inseguridad.

Pero sería de agradecer que se repartiera mejor nuestro tiempo -tanto el vital como el de los medios de comunicación- para no tener que tardar varios años en darnos cuenta de que le hemos dedicado demasiado a una causa que no nos habrá hecho mejores ni como personas ni como sociedad.

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