¿Qué será, será?

La futurología política anda de capa caída. Los resultados del Brexit y sucesos similares ponen de manifiesto que casi nada está escrito en los procesos electorales. A juzgar por lo que está ocurriendo, no parece arriesgado deducir que la supuesta sintonía entre representación política y sociedad no funciona. En tal sentido, nadie pone la mano en el fuego de lo que ocurrirá en los próximos comicios de Euskadi, Galicia e incluso de los Estados Unidos de América. Mientras tanto, la pelota del próximo gobierno de España sigue en el tejado.

Es un lugar común la propensión de los políticos, politólogos, periodistas… y, en general, los interesados y aficionados a la política a adivinar el futuro. Para ello, recurren a las técnicas demoscópicas, al big data, a los análisis semánticos, etc. etc. y, desde luego, a las adivinadoras, aunque desde siempre se han fiado sobre todo de ellos mismos; es decir, de su intuición, olfato, agudeza mental o cosas similares, que bastante poco de científico parecen tener. Al menos, así lo reconoce Wikipedia cuando afirma que «por su propia naturaleza la futurología no es una ciencia convencional, ya que sus aseveraciones no pueden ser comprobadas en cualquier momento».

Por añadidura, la denominada ciencia de la probabilidad, recalca Wikipedia, ha perdido aceptación en las últimas décadas debido a que los profesionales modernos señalan la importancia de los futuros alternativos, en vez del futuro monolítico, y las limitaciones de la predicción y la probabilidad contra la creación de futuros posibles y preferibles. Nada de extrañar, en consecuencia, que Jordi Pujol utilizara los servicios de Adelina, una vidente que, según sus propias palabras, no solo le consultaba asuntos políticos y de gobierno propios, sino que era recomendada a otros políticos y empresarios amigos.

Ciencia o magia, o ambas, el Brexit ha dinamitado la futurología política, sondeos incluidos. En contra de todos los pronósticos -como rezaban todos los titulares del mundo- los británicos decidieron votar mayoritariamente que sí a la salida del Reino Unido de la Unión Europea. ¿Cómo puede ser que las fuerzas políticas dominantes propongan un determinado sentido del voto y los votantes opten por lo contrario? ¿En qué mundo vivimos, se interrogan atónitos conservadores y muchos que dicen no serlo? La perplejidad, en fin, se ha instalado en el ambiente.

En este contexto ¿quién es el valiente que se atreve a pronosticar el color del próximo Gobierno vasco o de la Xunta de Galicia, que saldrán de las elecciones del 25 de septiembre? Sería extremadamente raro que el Partido Nacionalista Vasco no fuera el partido más votado en Euskadi y el Partido Popular en Galicia. Pero, descabalgados de las mayorías absolutas, el asunto está con quién tendrán que pactar (si pueden) para poder gobernar o, en su caso, qué otras mayorías podrían articularse. Decían los futurólogos, que estaba cantado el segundo puesto para Podemos, pero ahora, con la campaña Otegi, que tan generosa e inteligentemente están promoviendo los aparatos delEstado, puede ser que Bildu, se lleve la medalla de plata ¿Y de la bicefalia Partido Popular-Partido Socialista de Euskadi, qué?

Algo parecido podría estar ocurriendo en Galicia donde, al rebufo de las corrientes políticas peninsulares, el PP podría ser el partido más votado y, sin embargo, podría no gobernar, sobre todo si se tiene en cuenta que su potencial mejor aliado, Ciudadanos, da señales de agonía ¿Entonces, un gobierno PSG y Podemos-En Marea?

Luis de Guindos, en otro ejercicio de futurología, acaba de decir que las elecciones vascas y gallegas se encargarán de despejar el panorama, con lo cual habrá gobierno en España a no más tardar ¿No podría ser, por el contrario, que el tal panorama acabe liándose bastante más y, en consecuencia, las dificultades para formar gobiernos se multipliquen? A no ser, claro, que el PP haya negociado taxativamente el apoyo del PNV tras los comicios autonómicos.

En fin, este enrarecido clima con muchos y muy abiertos escenarios, previsiones inciertas, gurús desconcertados, politólogos amortizados…, vienen a dar sobre todo la razón a aquel famoso estribillo de ¿Qué será, será? (Whatever Will Be, Will Be), compuesta por Jay Livingston y Ray Evans e interpretada por Doris Day en la película de Alfred Hitchcock, que lleva por título (cómo no) El hombre que sabía demasiado.

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