La muerte de Convergència

Sacudida por un largo rosario de escándalos de corrupción, con el fundador y su familia investigados por fraude fiscal a gran escala, rodeada por procedimientos judiciales muy escabrosos (caso Palau de la Música, caso 3%…) y con los peores resultados de su historia en las elecciones del pasado 26-J, Convergència Democràtica (CDC) ha decidido hacerse el harakiri y enterrar las siglas en el pozo de la historia política de Cataluña. Se trata de un terremoto de magnitud 10 y con unos efectos devastadores sobre el ecosistema partidista que conocemos desde la Transición.

CDC, fundada en 1974, fue una creación personal de Jordi Pujol y nació como el apéndice político de Banca Catalana. La quiebra de este grupo financiero, en 1983, significó un golpe durísimo a la estrategia totalitaria pujolista de dominar los pilares político, económico, mediático y cultural de Cataluña. El partido tocó su zenit con los Pactos del Majestic del año 1996, cuando hizo presidente a José María Aznar a cambio de «tocar muslo» en los centros de poder de Madrid.

Desde entonces ha sufrido una lenta e inexorable decadencia que no ha podido enmascarar con el regreso, en el año 2010, al Palau de la Generalitat. El viraje estratégico asumido en el congreso de Reus de 2012, con la apuesta desacomplejada por el independentismo –un «Estado propio»- ha acabado siendo la ruina de Convergència.

Ya dicen que la gente, entre el original y la fotocopia, siempre prefiere el original. Intentando invadir el territorio de Esquerra Republicana, CDC ha cavado su tumba. Resultado: en las últimas convocatorias electorales, los republicanos ya han hecho el sorpasso a los convergentes en su feudo histórico de la ‘Cataluña catalana’.

El desafío independentista de CDC tenía una agenda oculta. Conseguir, a través de la negociación política con el PP, que se enterraran judicialmente los casos de corrupción más sangrientos que afectan a los pesos pesados del partido, a cambio de mantener a raya el corral catalán. Esta jugada, que funcionó en el pasado, es inviable en los tiempos que corren hoy. De aquí que a Convergència no le haya quedado ninguno otro remedio que la autoliquidación.

En Cataluña hay un espacio sociológico de nacionalistas moderados que nunca votarán a partidos de ámbito español, pero que tampoco quieren poner en riesgo su confort con inciertas aventuras secesionistas que pueden perjudicar -y mucho- sus bolsillos. En especial, a los jubilados que dependen de la pensión.

La gran duda es si Artur Mas, el referente de la vieja/nueva CDC, y su ‘núcleo’ de confianza llenarán este vacío electoral. La respuesta es no. El partido refundado es un cóctel de familias políticas irreconciliables que entrarán en una guerra cainita cuando dejen de gozar, muy pronto, de las prebendas del poder.

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