No me grites que no te veo

Mira que queda cool esto de regalar libros antes de lincharse ni que sea dialécticamente. Que los políticos españoles son unos literatos ya lo sabía, pero el gesto del intelectual Mariano Rajoy regalando un ejemplar de la visita del Quijote a Barcelona al gerundense Carles Puigdemont con la excusa de Sant Jordi esconde una mala baba considerable. Además, no conozco a ningún catalán con unos mínimos estudios que no haya leído hasta el aburrimiento las aventuras del chiflado manchego en un castellano ininteligible. Rajoy seguro que sabe que Puigdemont no sólo tiene estudios, sino que antes de ser investido a dedo presidente de la Generalitat ha ejercido de alcalde invisible y de periodista sin título. Tanto le da.

Todavía sigo preguntándome por qué Puigdemont ha ido esta semana pasada a Madrid. No sólo tengo la sensación de que ha perdido el tiempo él y nos lo ha hecho perder al resto de catalanes, sino que también ha dado alas de estadista demócrata a un intransigente jefe de un gobierno en funciones que compensa su miedo escénico con apariciones plasmáticas y un dominio de la lengua castellana que supera con creces la pluma de Cervantes. Imagino el encuentro para hablar del agravio económico, del malévolo Montoro y sus tijeras, de la manía persecutoria del Tribunal Constitucional y de la independencia de Cataluña como la de aquella ridícula pareja cinematográfica que no se entendía porque uno era ciego y el otro sordo.

Supongo que algún cerebro de la Generalitat ha pensado que pidiendo audiencia a Madrid y haciendo la escena del sofá con Rajoy durante dos horas largas, el presidente Puigdemont recuperaría el glamour de estadista perdido en estos meses de silencio monacal. De hecho, ha sido cumplir cien días como jefe del ejecutivo catalán y recuperar milagrosamente el don de la palabra y la capacidad para subirse el sueldo. Su rueda de prensa posterior a la reunión del gobierno del martes pasado fue exquisita en las formas y eso se le tiene que reconocer. Me quedo con dos perlas: que a veces hace falta más fressa (ruido) y a veces más endreça (orden), y que a pesar de que le gusta mucho TV3 no la ve nunca porque se le ha estropeado la antena. ¡Brutal!

La sinceridad de Puigdemont y la educación con las que él y su cabellera agradecieron y encajaron las florentinas preguntas cargadas de veneno de sus antiguos compañeros de profesión es digna de remarcar. Otra cosa es que pueda hacer –o el presidente Junqueras le deje hacer- todo lo que se comprometió a hacer estos próximos meses mientras que Artur Mas -¿alguien se acuerda de él?- barre las cenizas de la difunta Convergencia y un terremoto nos separe definitivamente de España y nos impulse hacia el espacio exterior para alegría del desaprovechado consejero de asuntos planetarios.

Volviendo a Madrid y a la comparecencia de Puigdemont en la librería Blanquerna para explicar la reunión con el Rajoy que no sale en Polonia, no puedo dejar de imaginar la intensidad de la surrealista conversación sobre la judicialización de la política y los refugiados sirios que se pudren en Idomeni y Lesbos. Viendo que el presidente catalán ha salido de la Moncloa entero y con la cabeza en su sitio, interpreto que los dos mandatarios deben de haber estado cinco minutos hablando de agravios en gallego y catalán y más de dos horas hablando del tiempo y de las vacaciones en castellano. Es lo que tiene ser bilingüe.

Y como no podía ser de otra manera, el encantamiento de una posible reconciliación se ha desvanecido en cinco minutos con el sobado Cataluña es España. La incontinencia verbal de un Rajoy que no deja de sorprenderme por su agilidad mental no se ha podido esperar ni a que su homólogo catalán acabase de dar su versión de los hechos en can Blanquerna. Para seguir llevando leyes catalanas al Constitucional se ha esperado un poco más. ¡Qué mala educación y qué manía ésta de marcar paquete! Y por cierto, el empapelado Soria con sombrero panameño es un gran amigo y ha sido un gran ministro. Cómo echaré de menos los chistes de Rajoy cuando seamos independientes y naveguemos a la deriva por el espacio.

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