Catalunya no es Corea del Norte, a pesar de las manifestaciones uniformadas. Somos una sociedad interconectada al Mundo y plenamente integrada en la Unión Europea. Por lo tanto, nada de lo que pasa fuera de nuestro triángulo nos es ajeno. Al contrario, tiene un impacto directo sobre la vida cotidiana de los 7,5 millones de catalanes.
Nos lo han dicho desde Bruselas (Jean-Claude Juncker y Martin Schulz, entre muchos otros), desde Berlín (Angela Merkel), desde Londres (David Cameron), desde Roma (Matteo Renzi)…: si Catalunya proclama la independencia quedará automáticamente fuera de la Unión Europea y tendremos que iniciar los trámites para pedir nuevamente la adhesión.
Pero los «procesistas» de aquí no hacen el menor caso a estas graves advertencias. Les resbalan, se lo toman a broma. Creen que todo esto son amenazas vacías de contenido, inducidas desde el pérfido Madrid, y que, a la hora de la verdad, la Catalunya independiente seguirá formando parte, como si nada, de la Unión Europea.
¿Todavía no entienden los independentistas cómo las gastan en Bruselas? Los pobres griegos –que intentaron hacer frente a la troika con un referéndum, que Syriza ganó- ya han probado el tratamiento de «shock» que reciben los díscolos a la disciplina comunitaria.
El presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, también lo acaba de decir muy claro: quiere una España «fuerte y unificada», entre otras razones porque la península ibérica es una plataforma estratégica del Ejército norteamericano y de la OTAN. Artur Mas le ha respondido con un tono desafiante, que a buen seguro se han apuntado en la embajada en Madrid: «España puede estar unificada, con Catalunya o sin».
El pasado día 9, el secretario de Asuntos Exteriores de la Generalitat, Roger Albinyana, se reunió en Washington con un grupito de congresistas norteamericanos para explicarles el «proceso soberanista» de Catalunya. La noticia fue difundida con gran alegría por el «sometent» mediático, que la ha presentado como una muestra de la receptividad internacional que tiene el proyecto independentista.
Pero a los propagandistas de esta buena nueva se les olvidó un pequeño detalle: explicar quiénes eran estos cinco congresistas (Dana Rohrabacher, Ileana Ros-Lehtinen, Mario Díaz Balart, Carlos Curbelo y Albio Sires) y aquello que representan. Estos cinco congresistas son unos feroces opositores a la política exterior de Barack Obama y son contrarios, por ejemplo, a las negociaciones con Irán o al restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba.
El principal interlocutor de la diplomacia catalana, Dana Rohrabacher, es un «perla» que milita en las filas del Tea Party –el grupúsculo ultraderechista del Partido Republicano- ¡pero que no duda en defender con vehemencia al presidente ruso, Vladímir Putin! Cómo es lógico, en la Casa Blanca no hace ni pizca de gracia que este estrambótico congresista sea el referente y el avalista de la causa independentista catalana en Washington.
¿Ya lo saben todo esto Raül Romeva, Lluís Llach, Germà Bel o Muriel Casals, personas de indudable talante progresista que dan la cara por la candidatura de Junts pel Sí? ¿Ya son conscientes de los «amigos» que hace, en nombre de Catalunya, el secretario de Asuntos Exteriores de la Generalitat, Roger Albinyana? ¿Nos hemos vuelto todos rematadamente locos?
Yo no sé qué pasará el día 27-S. Pero, por el bien de todos, creo que es necesario que la suma de Junts pel Sí y la CUP no logre la mayoría absoluta de escaños. El contexto internacional en el cual estamos insertados nos es absolutamente hostil y, en estas condiciones, resulta una absurda temeridad emprender los trámites legislativos hacia la independencia. Con aliados como Dana Rohrabacher y los otros congresistas de la «gusanera» anticastrista no vamos a ninguna parte y hacemos el ridículo más espantoso. Valentí Almirall, Francesc Macià y Lluís Companys se revuelven en sus tumbas. En nombre de la independencia, los independentistas del 2015 están matando el sueño de la independencia.
