Ni Diagonal ni Tarragona

Desde la histórica Diada Nacional de 1976 en Sant Boi de Llobregat y hasta la del año 2012, siempre que he podido he ido a la gran manifestación cívica del Onze de Setembre. Lo consideraba un acto de reafirmación de mi catalanidad y de reivindicación en la lucha por la consecución de un país más libre, más limpio y más justo.

· Más libre porque, todo y los grandes avances democráticos logrados desde la muerte del dictador Francisco Franco, el corsé del Estado español todavía impide la resolución de temas que considero capitales para Catalunya y políticamente factibles. Por ejemplo, la anacrónica organización territorial en cuatro provincias y diputaciones, cuando es una evidencia que las Tierras del Ebro y el Pirineo necesitan un tratamiento administrativo diferenciado. La necesaria participación de la Generalitat en la priorización de las inversiones estatales en Catalunya. En este sentido, la inacabada autovía de la N-II en Girona es una vergüenza imperdonable, así como la falta de una conexión ferroviaria directa entre Sants y la T1 del aeropuerto (¿qué intereses inconfesables retrasan estas obras?). O la conversión del Senado en una cámara de representación autonómica como el Bundesrat alemán, entre muchísimos otros caminos que todavía nos quedan por abrir y recorrer.

· Más limpio, porque como periodista tenía y tengo constancia –y he dado siempre testimonio público- que el veneno de la corrupción ha infectado, desde el año 1980, nuestras instituciones de autogobierno, empezando por la Generalitat y acabando en los ayuntamientos, pasando por las diputaciones y los consejos comarcales. Catalunya nunca podrá ser libre si antes no nos liberamos de las cadenas que los poderes económicos y políticos nos han colocado alrededor del cuello.

· Más justo, porque las desigualdades sociales inherentes al sistema capitalista no han parado de crecer en mi país desde el estallido de la crisis financiera de 2007. Yo quiero una Catalunya donde los ricos sean menos ricos y los pobres sean menos pobres y esto sólo se puede enderezar con la acción política de gobierno: desde Bruselas, desde Madrid y desde Barcelona.

Constato, consternado, que, desde 2013, la Diada Nacional, «mi» Diada Nacional, la han secuestrado los independentistas, a quienes respeto pero con quienes no comparto ni estrategia, ni táctica, ni «compañeros de viaje». Sintiéndolo mucho, el año pasado ya no fui a la Vía Catalana y este próximo día 11 tampoco iré a la V de la Diagonal/Gran Via. No quiero formar parte de una performance destinada a reforzar al presidente Artur Mas –el «rey» de los recortes antisociales y el «heredero» de la corrupción pujolista– ni disfrazarme para participar en una parada diseñada con mentalidad uniformista. Ya soy grandecito para dejarme manipular y para que me tomen el pelo que me queda.

En mi vida he asistido a decenas de manifestaciones, legales e ilegales, de manera libre y espontánea. La V que convocan esta Diada Nacional la ANC y Òmnium es la antítesis de una manifestación: es una operación de teatro político planificada milimétricamente desde un despacho y destinada a entrar en el Libro Guinness de los récords, donde la gente –la masa- tiene el papel de figurante, de comparsa. Es una «concentración orgánica», donde la inteligencia y la energía individuales quedan supeditadas a la plasticidad buscada de la fotografía aérea del «mosaico humano». Los participantes en la V son los actores voluntarios de una superproducción mediática made in Hollywood ideada por un «director de escena».

A mí no me verán. Pero es que, además, así no vamos a ninguna parte y perdemos el tiempo. Este Onze de Setembre tampoco pienso ir a Tarragona, donde la autodenominada Sociedad Civil Catalana (SCC) organiza la contramanifestación anti-independentista. Con la SCC me pasa como con la ANC: los comprendo, pero no comparto ni su estrategia, ni su táctica, ni los «compañeros de viaje» (algunos de ellos muy indeseables). La concentración de Tarragona es un error infantiloide condenado, de entrada, al ridículo.

No me siento huérfano en mi catalanidad, aunque esta Diada Nacional no pueda ir a ninguna de las manifestaciones que hay convocadas. Sé que enterrada y superada la actual «fase báltica» del «proceso», pronto llegará, emergerá y triunfará el catalanismo social, abierto e integrador del siglo XXI.

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