25J: El día que se le cayó la venda de los ojos a media Catalunya

El peor ciego es el que no quiere ver. En Catalunya, durante más de treinta años, ha habido mucha gente que no ha querido ver. Algunos compañeros periodistas (pocos) alertamos de que Jordi Pujol había construido su carrera política sobre las irregularidades financieras cometidas en Banca Catalana y que, al salir exculpado de aquel episodio, se sintió fuerte para continuar mezclando sus intereses personales, familiares, económicos y políticos sin excesivos escrúpulos.

Las denuncias que se hacían contra esa confusión de intereses se ventilaban pronto con el argumento de que eran propiciadas por sus adversarios políticos (especialmente los socialistas) que querían desgastarlo.

Tengo algunas anécdotas personales relacionadas con esta actitud que se me pierden en la lejanía de los tiempos. Por ejemplo, cuando publicábamos en el Diari de Barcelona los negocios que hacían diversos hijos de Jordi Pujol amparados o ayudados directamente por el Gobierno de la Generalitat. Los artículos dejaron de aparecer cuando Pujol amenazó, como presidente de la Generalitat, con no financiar determinadas infraestructuras olímpicas si continuábamos escribiéndolos.

En el libro Jordi Pujol, historia de una obsesión, escrito por Jaume Reixach y por mi mismo, los editores eliminaron el capítulo en que se explicaban los negocios de la familia Pujol y su entorno por miedo a posibles represalias y querellas. Así eran las cosas y así han sido durante decenas de años.

Ahora, cuando finalmente el propio afectado reconoce parte de su juego sucio, tengo mis dudas sobre escribir estas líneas porque mucha gente pensará (como lo ha hecho a lo largo de estas décadas) que me mueve la discrepancia ideológica y el antinacionalismo más que la voluntad de hacer buen periodismo de investigación y denunciar la corrupción y el nepotismo.

Pujol ha pedido perdón. A su manera. Pero también deberían pedir perdón todos aquellos que lo han defendido siempre con los ojos cerrados y sin dudar en insultar o desautorizar a quienes denunciaban sus trampas.

No pido un alud de llamadas telefónicas, correos electrónicos, mensajes sms o whatsapps. Sólo pido que ahora que a miles (¿millones?) de catalanes les ha caído la venda de los ojos, se entone un mea culpa colectivo y que se asuma el compromiso de no recaer en el mismo error. Que la bandera (sea la que sea) no vuelva a servir más de excusa para justificar el enriquecimiento de unos cuantos espabilados.

Durante 34 años eso no tocaba. Hoy toca. Pasemos página, si hace falta. Sin ningún ánimo revanchista. Pero no permitáis que nadie, nunca más os vuelva a poner la venda sobre los ojos.

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