Palestina y la falacia de compartir la pizza con el que se la ha comido

No sé cómo se denominará en las hemerotecas, en Wikipedia y en los libros de historia la actual guerra de Gaza y los conflictos bélicos simultáneos que se han reactivado o se pueden reactivar como consecuencia de esta guerra que empezó el 7 de octubre. Una guerra con varios frentes que afecta a Gaza, Cisjordania, Israel, Líbano, Yemen, la navegación en el canal de Suez y el Mar Rojo, y que también ha tenido sus rebotes o ataques puntuales en Siria e Irak. Un bloqueo naval que, como con la crisis que cerró el Canal entre 1967 y 1975, las hostilidades actuales en Bab al-Mandeb en la puerta del Mar Rojo, con los houthis de Yemen atacando barcos, afecta ya a la navegación y el comercio mundial.

Sabemos cómo empezó la actual guerra el 7 de octubre de 2023 con la ofensiva sorpresa de Hamás que causó más de 1200 muertos entre soldados y civiles israelíes y el secuestro de más de 240 rehenes. Un ataque brutal y audaz que sorprendía por su contundencia asesinando y secuestrando a civiles, que fue acompañado del lanzamiento de miles de cohetes desde la Franja. Unos cohetes que en menor número Hamás y las otras milicias palestinas todavía disparan demostrando que no han sido derrotados como lo confirma también el hecho de que el pasado lunes Hamás fuera capaz de matar en un solo día a 24 soldados israelíes. Una acción brutal que más allá de las condenas que evidentemente merece, era una respuesta esperable tras la humillación que sufren los palestinos, y con mayor dureza los dos millones recluidos en el gueto de la Franja de Gaza, fracasada la solución de los dos estados que intentaron en 1993 Yizak Rabin y Yasser Arafat, y que Hamás anunció que aceptaría en 2017.

Es una solución que buena parte de la clase política israelí rechaza y que el actual primer ministro, Binyamin Netanyahu ha boicoteado con nuevos asentamientos y expropiaciones de tierras durante más de 17 años que con alguna interrupción lleva en el cargo de primer ministro. Un reinado de Netanyahu que ha sido posible, no sólo por el apoyo de los colonos, los ultras supremacistas y los partidos religiosos, sino también por la falta de capacidad de empatía frente a los palestinos de la mayor parte de la sociedad israelí, formada en buena parte por personas llegadas hace unas décadas de la antigua Unión Soviética o Latinoamérica convencidos de que aquella tierra era suya por designación divina.

Digo que no sé cómo se llamará la actual escalada bélica o guerra múltiple que va del Mar Rojo a los barrios chiíes de Beirut, y que abarca a Gaza, Cisjordania con los colonos matando con impunidad cada día a palestinos, e Israel, con rebotes en Damasco, Bagdad y Ebril, porque quizás el nombre con el que se recordará el conflicto dependerá de cómo acabe y de lo que ocurra después. En la guerra de 1948 cuando los países árabes vecinos rechazaron la creación del estado de Israel se le llamó la Primera Guerra Árabe Israelí, pero esta de ahora nadie sabe todavía cómo se catalogará, y ojalá fuera como la Última.

Cuando el Irak de Sadam Husein atacó en 1980 Irán, reabriendo la milenaria lucha entre árabes y persas, convencido de que el país de Jomeini sería derrotado ya que el Líder Supremo iraní había purgado y decapitado a los oficiales de su ejército, dejando a la aviación persa sin pilotos que bien habían huido, bien habían sido colgados, se denominó a esta como la Primera Guerra del Golfo. Una guerra que duró ocho años y tuvo su extensión en el Golfo Pérsico en la llamada Guerra del Petroleros que eran secuestrados o hundidos unos por Irán, otros por Irak. Pero después vino la guerra de Irak de 1991 con Bush padre, que pasó a denominarse como Primera Guerra del Golfo, sobre todo para diferenciarse después de la invasión de Irak de 2003 con Bush hijo.

El único grupo que de momento actúa con cautela es Hizbulá, que lanza misiles y cohetes hacia el norte de Israel con bastante contención, también después del ataque de Israel a Beirut, quizás porque la milicia chií libanesa es consciente de la frágil situación del Líbano, que sufre la peor crisis económica con unas instituciones bloqueadas, con el cargo de presidente del Estado vacante, y el primer ministro gobernante «en funciones». Hizbulá sabe que Netanyahu no habla en broma cuando dice que podría convertir a Beirut en una nueva Gaza. Quizá sea Irán quien quiere actuar con cautela dado que si sus piezas del Eje o Media Luna de Resistencia, en Irak, Yemen, Líbano, Siria y Palestina aprietan demasiado, puede sufrir él las consecuencias. De hecho son los hasta ahora ninguneados houthis de Yemen los únicos que claramente están resultando vencedores de este entramado de conflictos, tanto de cara a las sociedades árabes como en lo que se refiere al que tienen con Arabia Saudí. Netanyahu es un militar y un político acorralado por las causas judiciales por corrupción que sólo ha conseguido parar perpetuándose en el cargo indefinidamente y sabe que, mientras haya guerra, lo tendrá más fácil para continuar con la inmunidad que le da ser jefe de gobierno.

Pero no nos engañemos. No culpemos de la humillación y la falta de esperanza que sufren los palestinos sólo a Netanyahu y  a los ultraortodoxos. Los jóvenes desarmados que fueron asesinados en la fiesta rave del 7 de noviembre, la mayoría de ellos con doble nacionalidad americana, latina o europea, estaban allí olvidando que ellos, aunque tuvieran una gota de sangre judía por algunos de sus abuelos , vivían en una tierra que hace ochenta años no era de sus abuelos, sino de los legítimos habitantes de Palestina a quienes la ONU les arrebató la mitad del territorio en 1947, justificando la deportación de cientos de miles de árabes, para compensar el asesinado en los campos de exterminio de Europa de seis millones de judíos.

Ahora Europa con Josep Borrell a la cabeza y el Secretario General de la ONU insisten en que la única solución son los dos estados. Una solución que no pudo o quiso implementarse cuando había cien mil colonos en Cisjordania, y ahora gracias a las migraciones desde Latinoamérica y la antigua URSS y las políticas de Netanyahu son ya seiscientos mil. Y es que el conflicto palestino se describe claramente con la metáfora de la pizza que se entrega a uno que está en su casa y a otro más fuerte que llega de fuera para que la compartan. Mientras el débil no ve claro que el otro se coma la mitad, cuando pide su parte al fuerte, éste ya se la ha comido casi toda. Y cuando sólo queda una pequeña porción, el fuerte le pregunta al débil: “¿Decías que querías que la repartiéramos?”.

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