Soberanías a gogó

La soberanía está de moda. Constituye la piedra angular del discurso de Matteo Salvini. Se reclama de ella el lepenismo identitario. Prima en la Polonia ultra del PIS. Las políticas de Donald Trump giran en torno al pivote soberanista y su ex-gurú, Steve Bannon, organiza, junto a la Lega de Salvini, los Hermanos de Italia, un partido postfascista, y otras familias de extrema derecha, una internacional soberanista (valga el oxímoron) ante las próximas elecciones europeas. Proclaman entusiásticamente su soberanismo, cómo no, los nacionalismos domésticos. Y lo más curioso es que hasta grupúsculos izquierdistas, como los que encabezan Alamany y Nuet, acusan a los Comunes (de los cuales formaban parte hasta ayer) de abandonar el soberanismo.

Steve Bannon defiende la soberanía de Italia frente a Europa y el retorno a los valores judeo-cristianos. “America first, America first”, proclama a los cuatro vientos Donald Trump. Victor Orbán, primer ministro de Hungría, es el hermano mayor de una orden de templarios dispuestos a defender Europa de la invasión del infiel. "Dios, honor y patria", gritan los soberanistas polacos. Más cerca, Vox propone suprimir las autonomías, derogar las leyes de violencia de género y de la memoria histórica, deportar inmigrantes y la suspensión de Schengen, entre otras lindezas. Pablo Casado, desde el PP, compite con él en patriotismo. Y Rivera, atento a la llamada de la nación, se sube al carro.

Desde antiguo, los cachorros de Jordi Pujol y él mismo se reclamaban soberanistas, como su primo hermano político Juan José Ibarretexe por las tierras vascas. Tienen el soberanismo en su ADN, cómo no, ERC, Òmnium, ANC y, en general, la galaxia que desorbita por el nacionalismo catalán. Coinciden en interpretar Cataluña como objeto soberano y, en consecuencia, reclaman su derecho a hacer de su capa un sayo, algo propio del soberanismo.

Hasta aquí, todo más o menos familiar. Lo raro es cuando el soberanismo empieza a apellidarse de izquierdas, remedando aquel engendro conceptual que se dio en llamar “nacionalismo de izquierdas” (izquierda abertzale/patriótica, se autodenominó en Euskadi). Este es el caso, por ejemplo, de Ada Colau, cuando interpelada por su posición ante el soberanismo se salía por los cerros de Úbeda, diciendo que sí, que soberanos en todo: soberanía energética, soberanía alimentaria… Y, por supuesto, soberanía nacional. Soberanía nacional de Cataluña. Así, dejaba constancia de su querencia, pertenencia o proximidad al nacionalismo, pero deslavazándolo un poco. O, por el contrario, utilizaba el deslavazado para justificar su nacionalismo. Nada de extraño, pues, que Nuet, Alemany y cía se apunten con regocijo al soberanismo, aunque sea de vía estrecha, sobre todo si promete empleos.

En fin, a ver cómo se las arreglan los republicanistas catalanes de última hora, izquierdistas incluidos, para compaginar el gorro frigio, la barretina o lo que sea, con la espada y el báculo pastoral del Leviatán de Thomas Hobbes, el monstruo bíblico de poder descomunal. No obstante, como el contenido de la palabra soberanía ha sido tan oscurecido y deformado y es, por tanto, motivo de dudas, incertidumbre y confusión, el soberanismo catalán, con su punto clerical, quizá se inclina por lo que postuló el abate Sieyès, para quien la soberanía radica en la nación y no en el pueblo.

Pero, en realidad, y como decía Montse Álvarez en una entrevista en EL TRIANGLE: “Aparte del coñac ¿se puede ser soberano en algo?”.

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