El coma que no era coma

La imaginación de la gente ha dado, da y dará grandes mentiras. La última, la del entrañable gallego de 65 años Manel Monteagudo, que afirmaba haber entrado en coma en 1979, de un golpe en la cabeza en un puerto de Irak, del que ya no despertaría hasta 35 años después, en 2014, viejo y con dos hijas. Inverosímil, pero fascinante. Como el dinosaurio de Monterroso, Monteagudo se durmió cuando mandaba Suárez y despertó cuando lo hacía Rajoy, y con un mundial de la Roja en el zurrón. El relato, fabuloso, da para novelas, películas y series. Como no podía ser de otra forma, corrió como la pólvora. La gente, como canta Sabina, vive ávida de mentiras piadosas. Así, el milagro del pescador poeta Monteagudo entra como una bocanada de aire fresco. Y es que la gente compra como ciertos los relatos que le gusta oír, por estrafalarios que éstos puedan llegar a ser. En el fondo, por eso compramos unos periódicos y no otros.

Hablando de periódicos, los medios de comunicación también dimos como buena la historia, sin cuestionarla ni contrastarla, como indican los cánones del oficio. Con las prisas de siempre, nos comimos el anzuelo entero, sin pararnos a pensar en la plausibilidad de los hechos. El día en el que los medios elijan la calidad por encima de la velocidad, se habrá ganado una gran batalla. Pero supongo que era una golosina demasiado apetitosa para ponerle pegas de veracidad. Así, aplicamos esa máxima que se le atribuye a Mark Twain, que dice que “no dejes que la realidad te estropee una buena historia”. Pues eso, que la mentira era tan atractiva, que la dimos por buena. Luego, a toro pasado, la bola cayó por su propio peso, las contradicciones eran demasiado clamorosas, y el propio embustero confesó, en realidad nunca había estado en coma. Fin de la historia.

Volviendo al principio, no es el primer mentiroso de la historia ni será el último. Me vienen a la cabeza otros grandes y cercanos mentirosos, como Enric Marco Batlle, que se hizo pasar por superviviente de campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial; o Alicia Esteve Head, que emuló ser Tania Head para presentarse públicamente como superviviente del atentado de las Torres Gemelas, llegando a convertirse en la presidenta de la asociación de las víctimas, sin haber estado nunca en las torres; o, yendo más lejos, el célebre Frank W. Abagnale, que se convirtió en uno de los impostores más famosos de los años 70 en Estados Unidos por suplantar todo tipo de identidades, y tantos otros. El hecho de que tragáramos sus imposturas los ha convertido en personajes casi legendarios. Como Monteagudo, un fantasioso gallego que se inventó que había estado un coma, sin que en realidad lo hubiera estado.

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