La urgencia de acabar con el sinhogarismo

Por suerte o por desgracia, de vida sólo hay una. Si el conjunto de la humanidad tuviera más en cuenta esta realidad, muy probablemente no habría las guerras que hay, los países más desarrollados velarían más por el bienestar de los países más pobres o los debates en el nuestro estarían más centrados en cuestiones como la erradicación de la pobreza infantil o la mejora de la sanidad o la educación. El mundo, en definitiva, funcionaría de forma muy diferente.

Tuve este conjunto de pensamientos hace más de dos meses después de conocer un hombre de cincuenta años que, desgraciadamente, estaba viviendo en la calle. Desconozco como había llegado ahí y cuánto tiempo llevaba viviendo así, pero ofrecía un buen aspecto y su voluntad era la de tener un futuro mejor. No quería dormir en la calle. Afortunadamente, a los pocos días de conocerlo supe que había reunido el dinero suficiente para poder pagar el alquiler de una habitación. La mala noticia, por contra, es que existe la posibilidad de que en los próximos meses no pueda pagar los gastos de la habitación debido a que sus ingresos provienen de la chatarra que recoge en la calle.

Los datos oficiales señalan que en Cataluña hay más de 50.000 personas que sufren una situación de sinhogarismo. Las cifras son escalofriantes. Se hace difícil de entender que en una sociedad como la catalana, donde hay una buena calidad de vida según la mayoría de indicadores haya tanta gente que viva en estas condiciones vitales. Algo como sociedad no debemos estar haciendo bien.

Aunque la Generalitat, junto con otras administraciones municipales y supramunicipales, ha adoptado medidas para hacer frente al sinhogarismo, la realidad es que el gobierno catalán parece estar más pendiente de las cuestiones identitarias que de auténticas problemáticas sociales como esta. ¿Se imaginan que el gobierno de la Generalitat destinara todos los recursos económicos, esfuerzos políticos y propaganda que ha dedicado al proceso independentista a combatir esta realidad social? Seguramente no estaríamos donde estamos, porque, para empezar, sería un tema que centraría mucho más la atención política, informativa y mediática.

Con todo, creo que nuestro país, Europa y el mundo deberían hacer más caso de las palabras de Jacinda Ardern, primera ministra socialdemócrata de Nueva Zelanda, que aseguró en el año 2019, en el marco de la presentación de un presupuesto que tenía como objetivo el «bienestar real» de la ciudadanía, que «nadie quiere vivir en un país que crece, pero donde hay familias sin hogar». Pues eso.

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