Laporta se aferra a la herencia de Bartomeu y Hansi Flick para sobrevivir

A los tres años de mandato, tras saquear y arruinar el patrimonio del Barça, solo puede celebrar que el femenino siga siendo el mejor del mundo y que el trabajo en la Masía de la anterior etapa pueda sostener al primer equip

Joan Laporta - Foto: FC Barcelona

Los éxitos irrefutables del Barça femenino, que ha conquistado su tercera Champions después de jugar cuatro finales consecutivas, así como la no menos admirable producción de talentos de la Masía, prevalecen aún hoy, después de tres años de desgobierno de Joan Laporta y de 1.000 millones malgastados de las palancas en alimentar el círculo personal de agentes/comisionistas del presidente, como la herencia más valiosa de ese pasado que, de todas formas, sigue obsesionado en borrar la actual junta azulgrana.

Es la gran lección de esta temporada cerrada con el lamentable episodio de la destitución de Xavi un mes después de renovarlo solo porque, a veces, Laporta se emociona y en medio de un festival de sushi el cuerpo le pide echar a perder su propio discurso mediático, que es lo único que ha perfeccionado a lo largo de estos tres años de atrocidades continuadas en la gestión.

Ahora ha perdido hasta esa única habilidad que le mantenía más o menos intacto su carisma en el universo Barça, el que al final vota en las elecciones y que ahora tanto cuesta identificar en el festivalero público de Montjuic o en la marea azulgrana que acudió a la final de San Mamés, mayoritariamente clientelista y más enganchada al femenino que al primer equipo o representante de ese barcelonismo tradicional, cada vez más desfigurado por culpa del exilio, integrado por el socio de toda la vida y el peñista recalcitrante.

Laporta se lo puso difícil desde el punto de vista mediático a su propio equipo del femenino, arrebatándoles de nuevo el protagonismo que merecía en la víspera haciendo detonar finalmente la bomba Xavi justo a 24 horas de la final, también por segunda vez en un mes, después de haberle arruinado la presentación de Vueling como patrocinador del mejor equipo del mundo de su categoría el mismo día y a la misma hora que, el 24 de abril, precipitó la teatral ratificación de Xavi como recompensa a un año en blanco de pobre balance futbolístico.

Desde el sábado por la noche, el mantra laportista preparado desde su aparato mediático es que a Laporta le duele lo ocurrido como al que más, pero que, finalmente, ha apostado por la decisión que más le convenía al club en este momento. Es decir, que había antepuesto pagar el precio de su desgaste personal al interés general de echar a Xavi y sustituirlo por un entrenador alemán.

El análisis real, sin embargo, arroja una secuencia de errores que sí que han destrozado, otra vez, el corazón, la ilusión y el ánimo de millones barcelonistas a los que, precisamente, Laporta ha maltratado, engañado y disgustado profundamente. Si Xavi ya estaba sentenciado cuando él mismo afirmó que lo dejaba, debió impedir que continuase un minuto más en el cargo y, de segundas, visto que en los partidos clave volvió a demostrar su incapacidad como entrenador, nunca debió promover esa ridícula campaña para evitar su renuncia y menos aún dejarse 15 millones -lo que costará su finiquito y el de su staff– en una sola cena, otro récord histórico de su capacidad para el despilfarro y la frivolidad.

Si a esa trayectoria, propia de alguien que camina ebriamente en zigzag, se le añade su maltrato sistemático al femenino, por la sencilla razón de que no es su obra -como no lo son Araujo, Gavi, Pedri, Lamine Yamal, Balde, Fermín o Cubarsí-, a lo mejor, en lugar de victimizar el sentimiento de disgusto del presidente como la arista principal del daño emocional provocado por la destitución de Xavi, finalmente esperpéntica, habría que cuestionar su capacidad para seguir al frente del club.

En las actuales circunstancias, a un mes y cuatro días del cierre del ejercicio, Laporta no tiene ningún plan para evitar otro descalabro económico que no sea el de gastar aún más por culpa del improvisado relevo en el banquillo, fichar no se sabe cómo a algún crack, a cambio de darle otro bocado letal al patrimonio del club o a ingresos futuros, e hilvanar, junto con un auditor que nunca debió permitir empeorar aún más la nefasta operación de Barça Studios, otro truco contable, probablemente el último que le permita LaLiga.

En este escenario, Laporta quiere jugar ahora las dos únicas cartas que le quedan, estirar el enorme éxito social del femenino, que, por otra parte, subraya la mediocridad de su apuesta por Xavi, rotundamente equivocada, e inyectar una megatonelada de ilusión presentando a Hansi Flick, el nuevo entrenador, lo antes que pueda, si es posible a tiempo de eclipsar esa popularidad del equipo de Aitana Bonmatí y Alexia Putellas, que a Laporta se le hace insoportable como demuestran los hechos y haber realizado una purga interna del equipo técnico y ejecutivo de la sección solo porque apestaban a pasado.

Ciertamente patético que ahora la prioridad del aparato de comunicación del club sea el consuelo de Laporta porque, como barcelonista, ha sufrido más que nadie por el final de Xavi. A falta de títulos del primer equipo para el próximo documental A New Era – 3, el argumento principal podría centrarse en cómo elevar a Laporta la categoría de mártir del barcelonismo. Todo es posible.

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