La tentación rusa deja a Puigdemont en fuera de juego

Tenía que ser una guerra rápida, en la cual el poderoso ejército ruso había previsto conquistar fácilmente Kiev, defenestrar al presidente Volodimir Zelensky y poner en su lugar a un títere de Moscú, para convertir a Ucrania en una Bielorrusia que actuara de tapón con la OTAN y la Unión Europea. Pero los planes de Vladimir Putin fallaron estrepitosamente, a causa de los anhelos de libertad y de la heroica resistencia del pueblo ucraniano y de su ejército.

De esto hace ahora dos años y las hostilidades bélicas continúan martirizando a Ucrania, mientras la geopolítica mundial ha cambiado a peor. Tenemos una guerra dentro del espacio europeo y la constatación que el Kremlin está dispuesto a perseverar y a ensanchar, cuando lo considere oportuno, su agresión militar contra otros países de su entorno.

Esto, entre otras consecuencias, ha comportado que la Unión Europea haya dejado de consumir el gas y el petróleo procedentes de Rusia, cosa que ha provocado una inflación de los precios energéticos. También que los países occidentales se vean obligados a incrementar de manera muy importante su gasto militar, en detrimento de las partidas destinadas al bienestar y a la igualdad social.

Este mes de junio se celebran las elecciones al Parlamento Europeo, bajo una doble amenaza: el desafío militar de Vladimir Putin y la pujanza de los partidos populistas identitarios, que propugnan el debilitamiento de la Unión Europea, con la excusa de proteger los intereses nacionales.

En el tablero mundial, es obvio que los grandes actores -China y los Estados Unidos, además de Rusia- están objetivamente interesados en impedir que Europa avance en su integración y que el euro pueda extenderse y hacer la competencia al dólar y al yuan como divisa de referencia en las transacciones internacionales. Son habas contadas.

¿Qué debemos hacer los 500 millones de europeos, que, después del azote de dos guerras mundiales y de dictaduras, hemos conseguido convertir este lugar del planeta en una zona de paz, libertad, seguridad y prosperidad? ¿Aceptar como corderos la desgracia de nuestra desintegración, como propugnan los partidos nacionalistas y de extrema derecha, para ser un botín de las grandes multinacionales y de sus países de origen?

¿Tenemos que resignarnos a la erosión y destrucción del modelo de Estado del bienestar -sin comparación posible con los Estados Unidos y China- que hemos edificado entre todos? ¿Tenemos que volver a las pugnas intestinas entre naciones para arañar las migajas de la gran riqueza que hemos creado con la desaparición de las fronteras interiores y la concertación de empresarios y sindicatos? ¿Tenemos que renunciar al sueño de la ampliación de la Unión Europea, con la incorporación de los países balcánicos y de Ucrania, y de la construcción de unos verdaderos Estados Unidos de Europa?

No debemos equivocarnos: solo una Europa más unida y más fuerte podrá hacer frente, con garantías de éxito, a la agresividad bélica del Kremlin, y esto pasa, de entrada, por impedir su victoria sobre Ucrania. En este sentido, el posible retorno de Donald Trump a la Casa Blanca es una pésima hipótesis, dado el buen entendimiento que mantiene con Vladimir Putin y la certeza que, si gana, dejará a los ucranianos en la estacada.

Las elecciones norteamericanas son el próximo mes de noviembre y los demócratas cometen el grave error de volver a presentar a Joe Biden, un hombre sin ningún carisma y que tiene mermadas su condición física y capacidad intelectual. Este 2024 es absolutamente decisivo para el futuro de Ucrania y de la Unión Europea y la sensación es que estamos cabalgando hacia las tinieblas.

En este contexto, la presunta candidatura de Carles Puigdemont para revalidar su escaño en el Parlamento Europeo es un insulto a la dignidad de Cataluña y a la inteligencia de los catalanes. Hay numerosas pruebas, publicadas desde hace años por EL TRIANGLE, que demuestran los vínculos del expresidente de la Generalitat; de su mano derecha, Josep Lluís Alay; de su abogado, Gonzalo Boye, y del exresponsable de Relaciones Internacionales de CDC, Víctor Terradellas, con emisarios del Kremlin, con el objetivo de conseguir el apoyo de Rusia a la independencia de Cataluña.

Vladimir Putin es un peligro para la estabilidad y el futuro de la Unión Europea. Así lo considera el Parlamento Europeo, que ha aprobado recientemente una resolución donde pide que se investiguen los vínculos del movimiento independentista catalán con el Kremlin, que son motivo de «extrema preocupación».

Todos aquellos que, como Carles Puigdemont, han seguido el juego al sátrapa de Moscú tienen que ser barridos en las urnas. No vale negar las evidencias, ni intentar levantar cortinas de humo, ni alegar que todo es una maniobra de las cloacas judiciales y policiales españolas.

Los contactos y las reuniones existieron, aunque su contenido fue delirante y, finalmente, todo quedara en nada. Pero la tentación es, en este caso, lo que cuenta y no es nada de fiar un político que, como Carles Puigdemont, ha sido capaz de vender su alma al diablo y elucubrar que una Cataluña independiente, fuera de la Unión Europea, tendría futuro como plataforma de emisión y negociación de criptomonedas, que es lo que le propusieron los emisarios rusos, además de su estrambótico ofrecimiento de enviar 10.000 soldados para ayudar a la República catalana.

Con estas credenciales, que Carles Puigdemont se presente como candidato a las elecciones europeas es un tiro al pie para Cataluña, para el independentismo y para JxCat. ¿Lo avalará Jordi Pujol, padre padrone del movimiento nacionalista catalán, al que Carles Puigdemont idolatra desde joven, y, por otro lado, europeísta convencido y heredero de Carlomagno?

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