Laporta confía en su silencio y en Deco para superar la crisis del 4-1

El presidente ha seguido estos días escondido, ausente y mudo pese a las críticas de su propio entorno mediático, el más leal y entregado, que también se siente 'abandonado', mientras le pone un 'policía' a Xavi

Joan Laporta i Deco

La crisis provocada por la derrota ante el Real Madrid, más por la forma que por el fondo, pues no deja de ser la pérdida de un título menor, se abre este domingo a una posibilidad de superarla si el equipo de Xavi es capaz de ofrecer una buena imagen y un resultado convincente en el campo del Betis. Luego, el calendario se vuelve asequible con las visitas de Villarreal, Osasuna y Granada a Montjuic y las salidas también oportunas a Vitoria y Vigo antes del examen de Champions frente a un Nápoles desdibujado y con serios problemas de juego y de resultados. Joan Laporta tiene la oportunidad de salir ileso de su primer susto verdaderamente serio de este segundo mandato y de revertir ese estado de amnesia y de parálisis social y mediática en el que tan confortablemente se había instalado desde marzo de 2021, pronto hará tres años.

Así funciona el fútbol y sobre todo el Barça desde que Joan Laporta volvió a la presidencia y el barcelonismo, mayoritariamente, dio por hecho que con su voto imprudente y temerario los días de penuria e infelicidad se habían terminado para siempre. Tan bestia y dominante fue ese pensamiento colectivo, como una catarsis propia de una secta, completamente irracional, que ninguna catástrofe había afectado hasta ahora la popularidad y el plácido reinado absolutista de su presidente. Echar a Messi, arrastrar al club a la ruina que supone perder cada año casi 200 millones ordinarios, haber agotado las palancas para estar aún peor que antes, estar bajo la losa de una deuda imposible de retornar o haber comprometido 1.500 millones solo para favorecer los intereses del Limak, sin Palau ni el resto del Espai Barça incluidos, además de haber cortado todos los mecanismos democráticos y estatutarios de participación, opinión, expresión y hasta del propio voto de una masa social ignorada y perseguida en todos los frentes hasta hacerle la vida imposible, y casi echarla de Montjuic y del censo, todo eso no había alterado, casi al contrario, la reputación de su presidente.

Tampoco el infierno de la noche del Eintracht, los embustes permanentes sobre el regreso de Leo, pues todo era un cuento chino, o las eliminaciones en Europa, cuatro seguidas y vergonzantes, le pasaron factura gracias a que el año pasado, con los 1-0 del equipo de Xavi, el control de la grada de animación y una orquestina mediática que quiso ver y etiquetar en su juego trazas del pasado glorioso de los inolvidables años de Messi y de esa entelequia sobre la reconstrucción de un equipo igual de extraordinario.

En el fondo, sin embargo, Laporta se ha dedicado a aprovechar lo mejor de la herencia (Araujo, Pedri, Gavi, Balde y los que han llegado como Lamine Yamal o Fermín) para hacer pasar por cracks de talla mundial fichajes como los de Ferran Torres, Raphinha, Koundé, Gundogan, Cancelo, Joao Felix y hasta el de Lewandowski, con un palmarés extraordinario, aunque con una edad más próxima al final de su carrera que a poder liderar al equipo azulgrana a la conquista de otra Champions.

Y, aún así, después de los partidos verdaderamente angustiosos del equipo esta temporada para ganar a rivales como el Celta, Alavés, Almería y no perder ante el Granada o el Mallorca, la misma fe laportista, increíblemente interiorizada, habría resistido lo suficiente de no haber sido por las derrotas en Liga y en casa ante el Madrid y el Girona y el derrumbe en el clásico de Arabia Saudí, de todos el menos trascedente a todos los efectos futbolísticos.

No obstante, el rebote social y periodístico registrado ha alcanzado proporciones que a Laporta deberían preocuparle porque, de pronto, los mismos miles de barcelonistas que parecían indolentes e insensible a cualquier cataclismo en la gestión directiva, y a prueba de disgustos en el campo, han reaccionado con una virulencia y un negativismo preocupante la para la estabilidad y tranquilidad de la junta.

Laporta ha aplicado a la crisis la misma actitud cobarde y pusilánime de todo este mandato. Tardó semanas en salir a justificar, y malamente, el caso Negreira, se escondió en la embustera presentación de la financiación del Espai Barça y no hay duda tampoco en que ha interpuesto toda la distancia telemática que ha podido entre él y el socio en las asambleas. Ni quiere ni le apetece dar explicaciones, él ya está en otro nivel, en el de viajar a lo grande, divertirse y abrazar a Florentino Pérez en el palco de Riad, mientras desde el Bernabéu se querellan contra el Barça para hundirlo por el caso Negreira y Laporta le hace de bufón en el teatrillo madridista de la Superliga.

Florentino tiene a Laporta y al Barça donde lo quería, a su merced, ahogado por la economía y las finanzas, sin poder fichar mientras él puede elegir entre comprar a Mbappé o Haaland, o quizá a los dos. A Laporta, contradictoriamente, no le llega ni para echar a Xavi que no se atreve a poner de titular a Vitor Roque porque lo que necesitaba era un sustituto de Gavi.

El silencio presidencial ha sido criticado por los medios, mayoritariamente por los propios laportistas, acorralados por su propio discurso, su ceguera y su adhesión inquebrantable al régimen, lo cual les ha dejado indefensos y sin argumentos ante su propia audiencia. Laporta confía en que el calendario y un par de buenos resultados, combinados con algún tropiezo del Madrid o del Girona le devuelvan el habla. Su única estrategia es la del escapismo y la de elevar el protagonismo de Deco, al que le exige ahora intervencionismo en la gestión de Xavi. O sea, indicarle por dónde tiene que tirar en el día a día, una especie de policía con la finalidad de doblar el escudo para que las críticas, si vuelven, aún no vayan dirigidas al palco.

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