El presidente de la Generalitat de Catalunya, Pere Aragonès, y el del gobierno central, Pedro Sánchez, se encontraron el pasado jueves en el Palau de la Generalitat para reanudar los contactos institucionales después de las elecciones de julio y la investidura de noviembre pasar. Lejos de otras épocas, donde reuniones similares iban cargadas de preparativos por separado, de hostilidades en las formas y los discursos y de desconfianzas mutuas entre los equipos de Moncloa y Palau, esta vez el encuentro fue propio de dos socios bien avenidos, dos presidentes que se saben que se necesitan y que se reconocen como interlocutores.
La tranquilidad que se respiró en el escenario del encuentro contrastaba, y mucho, con la tensión de reuniones anteriores con el presidente Quim Torra o incluso la última con Aragonès. Atrás quedan los enfrentamientos por las banderas, recibidas protocolarias, las flores del fondo o quien acompaña a quien al entrar. El clima de serenidad antes, durante y después de la reunión combinaba perfectamente con los discursos de los presidentes, que aprovecharon las ruedas de prensa para escenificar un buen clima y un relativo entendimiento entre ambos. Incluso al finalizar el encuentro, Palau y Moncloa emitieron un comunicado conjunto con los acuerdos alcanzados.
