La tregua navideña pausa los tambores de guerra entre Xavi y Laporta

El entrenador se juega el cargo y su futuro tras señalar a dos de los fichajes estrella del presidente, Lewandowski y Joao Félix, por su pasividad y responsabilidad en el bache del equipo por el shock de caer ante el Girona

Joan Laporta i Xavi Hernández

Por si faltaba algún elemento o factor que acabara de empobrecer la imagen y la personalidad futbolística del Barça de esta temporada, la aireada bronca del entrenador, Xavi Hernández, dirigida a una serie de jugadores porque han dejado de correr lo que toca y de sudar la camiseta azulgrana en la proporción que lo exige su entrenador, la altura de su estatus internacional y el nivel salarial con el que les recompensa el club que tan generosamente les paga, ha cerrado el primer semestre azulgrana de Montjuïc con un ultimátum al decepcionante juego y rendimiento del vestuario que, por orden de riesgo, puede afectar la continuidad de alguna estrella o del propio Xavi en el caso de que no se produzca la reacción esperada. Posiblemente haya sido una bronca clave en el devenir de una coyuntura que, a partir de enero, con el regreso a los terrenos de juego, descentraliza en parte el debate sobre la figura de Xavi, o mejor dicho sobre su capacidad como técnico -en ningún caso sobre su relieve y trascendencia barcelonista-, y abre la puerta a que la afición pueda personalizar sus quejas más individualmente y no como en el último partido en casa ante el Almería en forma de abucheo grupal. Xavi ha cruzado una peligrosa línea de la que no hay retorno si ese castigo público no genera una inversión evidente de la tendencia errática que el equipo y el propio entrenador necesitan dejar atrás.

Porque, en el fondo, señalar a los jugadores no deja de ser, según las reglas no escritas en fútbol y en un vestuario, una actitud cobarde y peligrosa si no se posee la autoridad y el apoyo incondicional e inquebrantable de la junta y también de la prensa y de la afición, que en el caso de Xavi hoy son discutibles. Johan Cruyff por ejemplo era capaz de señalar a Laudrup, Stoichkov o Iván de la Peña sin que nadie le recriminarse por hacerlo, del mismo modo que, ante la afición, dejaba claro que las ‘vacas sagradas’ del equipo tenían la responsabilidad de sacar las castañas del fuego. Aunque a algunos les molestara ese tipo de comentario sabían que esa batalla estaba perdida de antemano ante un personaje de la talla de Johan, con o sin toda la razón.

El problema para Xavi es que acumula semanas de excusas, protegiendo a sus jugadores de puertas a dentro y de puertas afuera, lo que le costado no pocas críticas por diversificar tanto las quejas (horarios, el sol, los viajes, el calendario, la prensa…) que su propio cartel y crédito se han visto afectados. No a un estadio crítico, pero sí a ese nivel innecesario en el que Joan Laporta se ha visto obligado a escenificar su lealtad y confianza incondicionales, extremo que siempre precede al probable cese del entrenador según la estadística. Claro que Laporta ha jugado al gato y al ratón abrazando al entrenador del filial en el momento más inoportuno y, de acuerdo con algunas versiones fidedignas, dejando entrever, durante la copa de Navidad con la prensa, que Rafa Márquez está de sobras preparado para coger las riendas del primer equipo si hace falta en caso de una emergencia.

La realidad de las aparentes excelentes relaciones entre presidente y entrenador no son ni tan creíbles ni tan irrompibles. El discurso de ambos, obligadamente armónico y sin fisuras en la forma, no se sostiene en el fondo, pues Laporta se ha visto obligado a prohibir a sus directivos y entorno ejecutivo hablar mal de Xavi como él mismo lo hace en privado y Xavi, cuando se ha visto contra la pared, no ha dudado en concentrar sus críticas contra los fichajes preferidos del presidente, Lewandowski y Joao Félix, disparando justo a la línea de flotación más sensible del palco, el poder de los agentes dominantes, Pini Zahavi (Lewandowski) y Jorge Mendes (Joao Félix), ya comisionada hace dos veranos la operación del alemán y en curso la pretensión de Laporta de pagarle al Atlético de Madrid por el delantero portugués lo que haga falta.

“A ese no lo quiero ver ni en pintura”, comentó Xavi a los suyos sobre el ‘colchonero’ cuando se enteró por la prensa el pasado verano de que los ‘Joaos’ estaban de camino al Camp Nou (o a Montjuïc) por el deseo expreso de la presidencia. En ese juego de equilibrios entre los refuerzos deseados por el entrenador y diferentes intereses conjuntos de Laporta, Deco y Echevarria se había alcanzado una relativa estabilidad hasta que Xavi, tras el enorme daño provocado por el 2-4 del Girona, se ha quedado sin el escudo de la prensa guardiolista y ha percibido más porcentaje de teatro y de estrategia que de verdadera estima en esa estrecha y hasta agobiante adulación pública de parte de Laporta.

La última victoria sobre el colista Almería para cerrar el año sirvió finalmente para poner las cartas boca arriba, fue el momento en que, tras una primera parte espantosa, Xavi sentó a Joao Félix en un gesto autoritario de cara al público y, en el interín del vestuario, señaló la pasividad de Lewandowski frente al resto del equipo permitiendo, eso sí, que la prensa acabara por enterarse rápidamente.

Xavi jugó sus cartas, un poco a la desesperada, sobre el escudo de esa victoria agónica y con la ventaja de saber que mientras vaya ganando partidos y se mantenga en la ‘pomada’ de la Liga y de la Champions, Laporta no podrá echarle porque también la suya es la baza de un presidente que, sin creer del todo en este entrenador, buscó ciertas garantías de éxito en la gestión del juego y especialmente la mayor condescendencia mediática tras echar a Koeman, Messi y Griezmann y de ese modo justificar tanta palanca y tanto fichaje, ninguno de ellos realmente en pugna con otros clubs.

Laporta ya conoce, pues, el tipo de armas y de estrategia de Xavi para defender su cargo con uñas y dientes, poniendo en cuestión aquellos refuerzos con el sello personalísimo del presidente como el goleador Lewandowski -a causa de la edad- y la estrella portuguesa Joao Félix, un jugador sin duda con la misma dosis de talento como de ciclotimia e irregularidad.

La tregua navideña será sólo eso, la pausa obligada a un examen semanal al que Xavi ser verá sometido mientras no es capaz de aprovechar cualquier desliz y tropiezo del Girona y del Madrid para disputarles las posiciones de cabeza y evitar el potencial riesgo de descolgarse antes de tiempo de la lucha por la Liga. Las feroces críticas acumuladas por el rendimiento del equipo y la poca habilidad del entrenador para cambiar la mala dinámica instalada se han acumulado y provocado este escenario que sólo cambiará a base de triunfos convincentes y de una remontada de las prestaciones individuales y colectivas del vestuario.

Laporta también debe ser tan cauto como contundente a la hora de administrar esa reiterada e inquebrantable fe en Xavi si las cosas no mejoran a partir de enero con la llegada de Vítor Roque, cuya entrada en el equipo comportará que uno u otro delantero, Lewandowski o Joao Félix se caigan de la titularidad. La alternativa es sentar a Raphiña, fichaje patrocinado en su día por Deco cuando ejercía de agente antes de ocupar la secretaría técnica.

La papeleta no es fácil ni para Xavi ni para el presidente, que también se vería en apuros si el entrenador se decide por revolucionar el equipo a base de los jóvenes como el propio Vítor Roque y Lamine Yamal o Marc Riu y eso le acaba dando mejores resultados que con la ‘vieja guardia’.

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