Resistir. Reimaginar los derechos humanos

En un mundo profundamente interconectado, los retos a los que nos enfrentamos globalmente piden una mayor cooperación y un liderazgo efectivo y comprometido con los derechos humanos. Este año, con la celebración del 75 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos todavía caliente (10 diciembre), este mensaje es más urgente que nunca.

La pandemia ya puso de manifiesto la clamorosa carencia de gobernanza global, además de una frágil interdependencia y necesidad urgente de colaboración entre países. Hoy el diagnóstico es alarmante: conflictos armados sin resolver, parálisis del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, desigualdades sistémicas que amenazan derechos fundamentales como la educación o la salud, un cambio climático que es ya la principal amenaza intergeneracional para la humanidad, movimientos migratorios y de personas refugiadas que ven vulnerados sus derechos de forma flagrante, nuevas tecnologías sin control, represión de la protesta pacífica… La lista es larga.

Desde su adopción en 1948, la Declaración Universal de los Derechos Humanos se ha convertido en un movimiento global de esperanza y ha establecido un marco sólido para avanzar hacia la justicia y la igualdad. Si vemos el vaso medio lleno, a pesar de las dificultades y la incertidumbre que atravesamos, podemos afirmar que la existencia de derechos humanos ha sido globalmente positiva. Se han experimentado avances significativos en el derecho a la educación y la reducción del analfabetismo, en acceso a atención médica para más personas, en igualdad de género y derechos LGBTI, en la protección legal contra la discriminación, en la prohibición de la tortura, se ha creado la Corte Penal Internacional, se avanza hacia la abolición de la pena de muerte. Pese a algunas críticas iniciales que, con razón, tachaban la Declaración de ser un texto nacido desde la mirada occidental, desde el Norte, rápidamente se transformó en un movimiento global. Por primera vez se establecía un marco legal universal de protección a los derechos humanos, fuente de derecho, que nos lleva a decir que, sin lugar a dudas, el mundo de hoy sería mucho peor sin los derechos humanos.

Ahora bien, llegados a este punto, toca moverse y reimaginar los derechos humanos para afrontar los actuales desafíos. Es necesario repensar y actualizar la Declaración Universal para reflejar nuevas dinámicas en las relaciones globales entre individuos, estados y grandes empresas, para combatir discursos y políticas que buscan minar la protección de los derechos fundamentales, o para conjurar las amenazas que algunos avances tecnológicos, como la IA , representan para la salvaguarda de los derechos humanos.

Conscientes del reto y de su alcance, desde Amnistía Internacional lanzaremos a principios de 2024 la Comisión 2048, proyecto de amplio espectro para reimaginar la Declaración Universal de los Derechos Humanos de cara a su centenario. Si la sociedad civil no lidera y presiona para que los derechos humanos avancen, seguramente los gobiernos no lo harán; tenemos muchos ejemplos. Ésta es una de las penosas consecuencias de la falta de liderazgo global de la que hablábamos al principio del artículo.

Así, toca resistir los ataques y, al mismo tiempo, alterar y transformar el movimiento de derechos humanos para levantar desde la base unos liderazgos, instituciones y sistemas audaces que protejan a nuestro planeta de todo lo que actualmente le amenaza.

¿Estamos en condiciones de ser esta generación 2048? ¿De tomar el relevo de aquellas personas que, desde las cenizas de un mundo devastado por la guerra, transformaron la historia con el poder disruptivo de la Declaración Universal de Derechos Humanos en 1948? ¿O seremos la generación que mira hacia otro lado e ignora la opresión de tantas personas mientras mantenemos nuestros privilegios?

El legado de la Declaración Universal nos reta a pasar a la ofensiva. Exige que resistamos los ataques globales contra los derechos humanos. Pero también nos dice que una posición estrictamente defensiva no será suficiente. Nos pide también que alteremos un orden mundial que reproduce privilegios e injusticias, que viola derechos y silencia, si no elimina, a las personas que defienden derechos humanos. Hay que transformar la gobernanza mundial reimaginándola. El actual ejemplo de la impotencia de Naciones Unidas y sus mecanismos para detener la muerte masiva de civiles en Gaza, pese a pedirlo una inmensa mayoría (153 países en la última votación en la Asamblea General), es un triste recordatorio de que esto es más necesario que nunca. Convirtámonos en la generación 2048 y traigamos más luz a un mundo oscuro y hostil.

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