Otra Navidad manchada de sangre y de dolor

Todos los humanos tenemos la pulsión, en el fondo de nuestros corazones, de vivir en paz y armonía, con nosotros mismos y con nuestros congéneres. Este tendría que ser el sentido de nuestra existencia: trabajar y amar para legar un mundo mejor a las generaciones que nos sucederán. Este es también el mensaje de todas las religiones y el ideario de las grandes familias políticas que nos gobiernan.

Pero llega otra Navidad o solsticio de invierno, como queráis llamarlo, y el mundo tiene, en las postrimerías de este 2023, dos guerras en marcha, en las cuales han muerto y mueren miles de víctimas inocentes. Las agresiones bélicas que sufren Ucrania y la Franja de Gaza son la vergüenza de la humanidad y nos interpelan, por contraste, en estos días de alegría, buenas comilonas, regalos y consumismo que disfrutamos en este rincón del planeta.

Con el agravante que, en el caso de Ucrania, la ofensiva militar emprendida por Vladímir Putin, pronto hará dos años, cuenta con el apoyo entusiasta de la jerarquía cristiana ortodoxa rusa. Y, en el caso de Palestina, la criminal operación punitiva que está ejecutando Benjamin Netanyahu tiene por escenario la tierra donde nació, hace 2023 años, Jesucristo, el judío rebelde que, con su testimonio de amor altruista y su sacrificio en la cruz, socavó y cambió la historia de la civilización occidental.

La humanidad está en una bifurcación: un camino nos lleva a la guerra y a la catástrofe colectiva; el otro, a la paz duradera y a la construcción de una sociedad más justa y solidaria. No es fácil detener y derrotar a asesinos despiadados como Vladímir Putin y Benjamin Netanyahu, absolutamente insensibles al dolor que provocan, pero tenemos que hacer que tomen conciencia de todo el asco y el horror que nos generan sus actos genocidas.

Las votaciones en la Asamblea de las Naciones Unidas sobre las guerras de Ucrania y Palestina reflejan, de manera contundente y reiterada, la patética soledad de estos dos criminales. Solo la protección que dan los Estados Unidos al Estado de Israel y el hecho de que Rusia ejerza su derecho de veto como miembro del antidemocrático Consejo de Seguridad impiden que se puedan implementar medidas efectivas para parar estas brutales agresiones militares.

Los judíos -tanto los sionistas como los que no lo son- tendrían que reflexionar sobre el hecho que, en la última Asamblea General de las Naciones Unidas, solo 10 países, de los 193 que forman parte, rechazaron la petición de un alto el fuego inmediato en Gaza: los Estados Unidos, Israel, Austria, República Checa, Guatemala, Paraguay, Liberia, Micronesia, Nauru y Papúa Nueva Guinea. Es decir, los gobiernos que representan a unos 400 millones de personas, de los 8.000 millones que habitamos la Tierra.

Después de casi 75 años de conflicto bélico, ya es hora que palestinos e israelíes hagan las paces, de una vez por todas. La solución no puede ser otra que la constitución de dos Estados, con el retorno de las tierras usurpadas ilegalmente a los palestinos por la imposición de las armas y la constitución de Jerusalén -la capital de las tres religiones monoteístas- en una ciudad protegida y gobernada por las Naciones Unidas.

También hay que abordar las negociaciones para encontrar una salida pactada a la sucia y agónica guerra de invasión de Ucrania lanzada por Vladímir Putin, bajo la evidencia que Kiev no se rendirá y que las tropas de Zelenski no conseguirán liberar Crimea y el Dombás. La partición de Ucrania es inevitable y hay que llegar, cuanto antes mejor, en un acuerdo de paz que, bajo los auspicios de las Naciones Unidas, acabe con esta sanguinaria aberración.

Los humanos afrontamos retos colosales para nuestra supervivencia y solo nos tenemos a nosotros para encontrar una solución inteligente y justa. Si fuéramos capaces de contemplar nuestra existencia desde cualquier estrella que luce en la noche, llegaríamos rápidamente a la conclusión que somos unos idiotas y unos imbéciles, incapaces de disfrutar en amor y hermandad de este maravilloso jardín que habitamos en la inmensidad del universo.

No dudo que llegará el momento que haremos el “click” y que se abrirá , imparable, la revolución de la buena gente, dispuesta a todo para hacer realidad este viejo y bello sueño que perseguimos desde la profundidad de los tiempos. De momento, tenemos dos tareas urgentes: parar y rechazar enérgicamente las guerras y la violencia como métodos para afrontar nuestras diferencias; y hacer un esfuerzo colectivo para intentar parar el cambio climático -en Cataluña somos testigos de primera mano con la gravísima sequía que sufrimos- con la descarbonización de la actividad humana y la aceleración de la transición energética.

¿Cuándo se producirá este “click” que nos hará abrir los ojos y los corazones? De momento, hay que pregonar y mantener viva la esperanza y trabajar, sin cesar, para inspirar las conciencias de nuestros congéneres. Este es el trabajo que, modestamente, intento hacer con aquello que tengo al alcance: la creación, dinamización y difusión de medios de comunicación como éste.

Con las heridas abiertas de Gaza y Ucrania hay motivos para la desesperación y el pesimismo hacia la condición humana. Pero también constato que somos infinitamente más los humanos que deseamos y reivindicamos la paz. Siempre hay un momento en que las guerras se detienen y se extinguen. En estas postrimerías del 2023, todavía no es el caso.

A pesar de todo: ¡Feliz Navidad y buen solsticio a todas las lectoras y lectores de EL TRIANGLE!

(Visited 81 times, 1 visits today)
Facebook
Twitter
WhatsApp

HOY DESTACAMOS

Deja un comentario