Laporta se esconde en el clásico con una actitud infantil e irresponsable

En verano, tras el 3-0 al Madrid, se fue a celebrarlo al rancho de JR de Dallas, y ahora no se ha atrevido a dar la cara sobre las relaciones con el Madrid, los arbitrajes y el juego del equipo

Joan Laporta

Cuando se trata de que los directivos de la junta de Joan Laporta aparezcan en los medios de comunicación, el mejor consejo es que, precisamente, eviten hablar, que estén calladitos. Así no meten la pata. Una lección extensible y de aplicación práctica también al propio presidente Joan Laporta y a alguno de sus asesores de confianza, como Enric Masip, otro de esos bocazas que molesta incluso callado, como en la asamblea de compromisarios, cuando quiso silenciar a un socio de forma maleducada e impresentable. ¿Para eso cobra como asesor?

Laporta y su entorno directivo tampoco han estado precisamente acertados ni oportunos a lo largo de los días previos a la disputa del clásico, ni de cara a los medios ni en el impacto ante la opinión pública por culpa, entre otros, de Mikel Camps, uno de los integrantes de su junta fácilmente identificable por su ordinariez habitual, su fanatismo y por exhibir una sistemática falta de respeto hacia los propios socios del Barça, otro de esos personajes de gatillo fácil y compulsivo que, con motivo de la crisis por la invasión de miles de seguidores del Eintracht en el Camp Nou, delató y culpó a los socios por revenderse el asiento. Esta vez provocó que saltaran chispas en esa relación entre Barça y Real Madrid, que ya no pasaba por el mejor momento por el fuego cruzado del caso Negreira, la querella del Real Madrid contra el Barça como perjudicado y la respuesta resentida y victimista de Laporta en reacción a su imputación judicial por los pagos al exárbitro a partir de que el magistrado le haya aplicado un upgrade a la causa y contemple el cohecho como posible delito.

«No es racismo, se merece una colleja por payaso y vacilón, ¿qué representan esas bicicletas innecesarias y sin sentido en el medio del campo?», escribió irritado en su cuenta de Twitter tras el partido previo de Champions del Madrid en Braga sobre Vinicius. A los pocos minutos hubo de retirarlo, obligado por las primeras reacciones y su correspondiente viralización. Demasiado tarde.

Propenso al insulto y la descalificación, pero sobre todo incapaz de saber hasta dónde alcanza la responsabilidad pública de un directivo, Camps hizo saltar por los aires los esfuerzos de su presidente, que no sería tampoco el mejor ejemplo ni de integridad ni de cautela en su imagen social, para que ambas directivas pudiera celebrar la comida institucional y la posibilidad de que el propio Florentino Pérez estuviera en el palco de Montjuic. Al Madrid le faltó tiempo para comunicar su negativa a participar en cualquier acto susceptible de ser interpretado como un acercamiento o una normalización del buen rollo demostrado entre Florentino y Laporta a lo largo de la mayor parte del mandato de Laporta, pues no hay que olvidar el indudable protagonismo de ambos clubs en el eje estratégico de la Superliga europea, hoy más que nunca pendiente de un hilo.

Al vicepresidente Rafael Yuste, figura más que nada decorativa en funciones de vicepresidente primero al cargo del área deportiva, le tocó dar la cara antes del partido con una disculpa en toda regla: «Aunque sea un desliz -dijo-, no se tiene que hacer. Es un tuit desafortunado. Si me está oyendo Vinicius, no se va a repetir». No pareció que el delantero brasileño estuviera muy atento a esa rectificación por sus reacciones sobre el terreno de juego.

Laporta, por su parte, se volvió a esconder. Esta vez en un clásico indudablemente poco decisivo a estas alturas que prefirió encarar desde la sombra y esquivo, intentando evitar los muchos problemas de la actualidad y ese enfoque cada vez más confuso de su relación con el Real Madrid. Laporta venía de vivir un clima postasambleario profundamente negativo debido a la escasa asistencia y participación social, un fracaso histórico de tal calibre que hubo de aceptar de mala gana la posibilidad de que la siguiente cita con los compromisarios recupere el formato presencial, además del telemático. También pesaba el haber sido repudiado por Evarist Murtra, su mentor y salvavidas, en un artículo en el que pedía a las nuevas generaciones de barcelonistas que, por favor, den un paso al frente para borrar y superar el laportismo de los últimos 30 años en las próximas elecciones, en un giro significativo de esa clase alta del barcelonismo que hasta hace bien poco siempre había lo había secundado.

Por último, prefirió no afrontar, ni siquiera con su verborrea clorofórmica, el estado de esa amalgama de puentes, unos firmes u otros caídos, con el Real Madrid de Florentino, al que Laporta ha excluido del madridismo sociológico porque, como es sabido, le debe buena parte de la presidencia conquistada hace más de dos años y una sumisión de la que existen no pocas evidencias. Laporta quiso evitar una realidad surrealista en la que está más que a buenas con Florentino mientras se aviva la guerra institucional por culpa del caso Negreira y la presión arbitral consecuente.

La incógnita es saber si Laporta habría salido a dar la cara en el supuesto de una victoria del Barça y no de una derrota en los minutos finales acompañada de un posible penalti ignorado desde el VAR. Prefirió que volviera a aparecer Rafael Yuste, personaje que no despierta incomodidad ni es conflictivo, tanto como anodino y trivial. Yuste se limitó a elogiar el juego del Barça y, eso sí, evitó censurar la actuación arbitral con una reflexión antitética sobre el equipo de Xavi: «Tenemos que ganar siempre por dos, tres o cuatro goles y no mirar penaltis de ningún tipo porque al final lo que cuenta es el resultado». Intrascendente.

Laporta tiró de manual. O sea, de hacerse el muerto cuando se produce alguna derrota de forma que nadie pueda asociar ese mal momento, como lo es perder ante el Real Madrid en la Liga, con su imagen en la pantalla o sus declaraciones. Puede hablarse, sí, de cobardía y de cierto temor a mostrarse en determinadas circunstancias, también porque el personaje en el que se está convirtiendo, dictadorzuelo y caprichoso, se apodera cada vez más de su teatralidad mediática.

Por poner un ejemplo de esa soberbia, Laporta sí que se exhibió después de infligirle una derrota por 3-0 al Real Madrid en Dallas el verano pasado en el partido estrella de la gira. Al día siguiente se dejó seguir y fotografiar por la prensa en un paseo por Dallas, por la calle donde cayó herido de muerte el presiente John F. Kennedy -en algún momento de su carrera azulgrana Laporta fue definido como el Kennedy catalán-, el Museo de la Sexta Planta, allí desde donde Lee Harvey Oswald disparó y asesinó a JFK, los márgenes del río Trinity y las calles principales del downtown, siempre rodeado de rascacielos. ¡Ah! Y la visita estelar al rancho Southfork, más conocido por el rancho de JR de la serie de televisión Dallas, donde se mimetizó con ese personaje peculiarmente avieso, oportunista, ambicioso, multimillonario e insensible, y dio rienda suelta a su estado de felicidad y de entusiasmo por haberle dado una paliza al Real Madrid.

A estas alturas, Laporta más que nadie debería relativizar este tipo de situaciones, los favorables y las adversas, sabiendo que los Clásicos, en el formato que sea, son demasiado efímeros cuando se trata de amistosos, especialmente y también cuando se juegan en el primer tramo del campeonato, como ahora, con una Liga casi entera por disputar y en un contexto de igualdad en la cabeza, donde el Girona y el At. Madrid también se disputan el liderato. El problema de Laporta no es la falta de dialéctica para dar la cara ante el socio, un primer mandamiento incumplido y preocupante en las circunstancias que concurrieron en Montjuic, es pura pereza y desidia combinada con un ataque de vanidad que le empujó a no quererse ver en la pantalla habiendo de dar explicaciones y un mensaje de optimismo. Fue eso o, como otros apuntan, su negativa a salir en caliente a criticar a los árbitros o parecer cabreado con su entrenador. En cualquier caso, sobra irse a celebrarlo al rancho de JR y sobra encerrarse en su cuarto porque ha perdido o ganado un partido. Infantil. Empieza a venirle muy grande eso de ser presidente y ejercer el cargo despojado de las obligaciones y responsabilidades ante los socios. Peligro.

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