¿Por qué Laporta se empeña en repeler a los socios del Lluís Companys?

Graderia de l'Estadi Olímpic Lluís Companys

Foto: FC Barcelona

La coincidencia del partido Barça-Betis con el concierto de Joaquín Sabina en el Palau Sant Jordi fue, como se esperaba y se temía, otra demostración de negligencia y dejadez del responsable de movilidad del FC Barcelona, Jordi Portabella, y del Ayuntamiento, que puede recaer en la figura del gerente del Área de Movilidad, Infraestructuras y Servicios Urbanos, Xavier Patón. Los testigos del caos circulatorio al final del partido y del concierto aseguran que fue histórico e inenarrable, demostrándose que de nada sirvieron los esfuerzos comunicativos por ambas partes, en las horas previas del partido, intentando disimular la verdadera naturaleza de un problema que, por otra parte, no tiene solución ni existe la menor voluntad política de afrontarlo.

La principal razón es que el propio Ayuntamiento de Barcelona, en efecto, no tiene ninguna intención de cambiar las reglas del juego, que son radicalmente diferentes cuando el Barça juega en el Lluís Companys respecto a las que se aplican cuando se programan conciertos en el Palau Sant Jordi o en el propio Estadio Olímpico. La afición azulgrana tiene completamente prohibido acercarse a la montaña en coche, las motos son alojadas en un espacio donde los ladrones se ponen las botas en cada partido -robos y vandalismo que ya han sido denunciados al club sin ninguna reacción- y a los socios que acuden a pie se les obliga a utilizar los diferentes accesos recomendados.

Por el contrario, la mayoría de los asistentes al concierto utilizaron el coche particular y, sin encontrar la menor oposición ni control por parte de la Guardia Urbana ni de la seguridad del club, acabaron invadiendo espacios teóricamente prohibidos, incluido el parking reservado a los autocares de las peñas del club, habitualmente vacíos.

También los pocos vehículos autorizados para la cobertura o los servicios del partido de Liga frente al Sevilla tuvieron que sufrir las consecuencias del gran colapso a la salida del estadio. Hay, así pues, dos varas de medir: exigente y rigurosa para los aficionados al fútbol y laxa y muy permisiva para los asistentes a los conciertos. Por algún motivo complicado de desvelar, o por dejadez, Laporta no ha sido capaz de negociar la menor concesión por parte de los responsables de la movilidad del Ayuntamiento. Tampoco de defender una mejor accesibilidad a los socios y simpatizantes y mucho menos que, en caso de coincidencia como ocurrió -y volverá a suceder en otros dos partidos, el Real Madrid y el Athletic- las limitaciones y restricciones se apliquen a ambos colectivos indistintamente.

Ahora ya se sabe que el Ayuntamiento, aunque vuelva a anunciar extraordinarias medidas previas sobre la movilidad para todos los públicos, a la hora de la verdad sólo serán de aplicación severa a los seguidores del Barça. Eso sí, con la complacencia de la junta de Laporta, empeñada en repeler a la totalidad de los socios que aún persisten en subir a Montjuïc.

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