La ciudad se cimentó con base en el nacimiento de la política, que por aquellos entonces era un compendio de todos los poderes: los aristócratas. Las libertades conseguidas han hecho que al carro del progreso, –new age-, se haya unido el mundo entero con las consecuencias evidentes de la radicalización de las gentes, y la proliferación de las desigualdades. La ciudad es ahora una máquina por renovar en torno a las necesidades del mercado, esto no es ninguna novedad, ya que la bolsa ha hecho que las crisis migratorias se hayan acentuado por causas varias, -guerras, cambio climático, mejora de calidad de vida, etc.-. No podemos olvidar que la ciudad es una fiel sirviente del hombre, y que nació para cubrir sus necesidades, -de comercio, socialización, culturización, etc.-.
La urbe sigue siendo nuestra máquina a vapor alimentada ahora por las nuevas tecnologías, y la inteligencia artificial, la cual está irrumpiendo a una velocidad impredecible. Nuestras ciudades se enfrentan a crisis globales, y son las cunas de millones de ciudadanos que proyectan en ellas su vida. Los espacios verdes son auténticos tesoros dentro de las mismas. La naturaleza en medio de la ciudad supone cierta calidad de existencia. So pena se cruza con la intensa masificación que vivimos en la actualidad en las grandes, y medianas ciudades como, por ejemplo: Sabadell o Barcelona. La ciudad Condal sirve a un mercado en continua expansión y devorador de toda autonomía estatal, en el sentido de que hace falta mejorar el mercado inmobiliario, y adaptar las políticas sociales a estos nuevos fenómenos de masificación social.
Las ciudades son una performance en continuo movimiento. A través de ellas como Baudelaire observaba vemos el transitar de las gentes mientras el mundo ya es otro. El espacio público de la ciudad es un escenario en donde rige el nervio mundial. Barcelona proyecta los cambios en sus calles, en el sentido de que es el portal europeo al que todo el mundo viene a ver la vida pasar, los versos al mirarla te brotan, las gentes te animan a entender los cambios implícitos que traen su presencia.
Sin romantizar el escenario entraré en materia económica entendiendo que, los poderes públicos han hecho de sus políticas exteriores brazos comerciales, sin o previendo las consecuencias. Espacios públicos como tal existen pocos; porque todo pertenece a alguna potencia económica, y, aunque en EE.UU. existan las community, aquí se refleja en barrios como: El de Salamanca de Madrid, o el de Pedralbes de Barcelona. A otra escala la estratificación queda implícita de forma sistemática. Hablaríamos entonces de espacios públicos para unos pocos privilegiados, pero la realidad es otra. Aquí prima higienizar las ciudades, porque la insalubridad se respira en el aire. Renovar el paisaje, invertir en urbanismo de dentro hacia afuera, para que el efecto rebote sea la mejora de la mayoría de todos los ciudadanos.
En el centro de las ciudades podemos ver una mezcla de ocio, economía, y política. Las grandes plazas de las urbes son centros de consumo masivo, pero también de empresarios, y políticos, que anuncian allí los cambios que pondrán en su programa electoral. Lo que los poderes no deberían obviar es que si se incrementa la violencia en los márgenes acaba traspasando los límites e invade, es decir, por el bien común y evitar revoluciones como en épocas pasadas es necesario transformar la ciudad, y equipararla a la transformación social que ha sufrido.
No podemos ignorar el aumento imparable de las muertes a causas de enfermedades respiratorias. Se trata de renovar las ciudades, observar cuales son las carencias de los ciudadanos delante de los cambios sociales, e invertir en todas las manzanas, porque si solo se invierte en las del centro se radicaliza el ambiente, y se vuelve irrespirable. Como tal, nuestra fiel sirviente forma parte de nuestra existencia, y en consecuencia se debe invertir en su máxima extensión, para así gozar de mayor calidad de vida en general.
