Las entrevistas concedidas esta semana por Joan Laporta a los tres periódicos de papel especializados y dedicados a la información azulgrana se parecen sospechosamente una a la otra como tres gotas de agua: escasas de agudeza periodística, sobradas de uniformidad en las preguntas amables, carentes de temas delicados o controvertidos y caracterizadas por un generoso e inequívoco favoritismo hacia la idoneidad y excelencia de la gestión en todos los ámbitos del club. Laporta se ha podido explayar en ese discurso negacionista del drama económico actual y, sobre todo, del que se cierne con el traslado a Montjuic y la deuda insoportable generada por el Espai Barça sin que los entrevistadores le hayan planteado si, como se conjetura del discurso del presidente, el documento (escritura pública) del acuerdo de financiación con Goldman Sachs (e inversores) es falso, algo que el club no ha desmentido.
Laporta se empeña en afirmar repetidamente que ese convenio incluye la construcción del nuevo Palau, y de su financiación, como la del resto del Espai Barça, en las condiciones aprobadas en asamblea y referéndum por los socios hace dos años, extremo que ningún abogado ha podido encontrar ni refrendar en los 500 folios del redactado final que fue debida y preceptivamente depositado en la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) para su validación como un fondo de titulización. Sobre ese documento, la CNMV ha de dar luz verde para la emisión de bonos sobre determinados tramos del préstamo.
En cambio, los expertos sí hallaron evidencias incontestables del uso indebido y mentiroso de ese crédito con respecto al relato oficial del presidente y de la junta, preferentemente por boca de su vicepresidente económico, Eduard Romeu. No solo porque no se contemplan las obras del nuevo Palau Blaugrana ni de los equipamientos y especificaciones urbanísticas del proyecto original. También se han topado con que 375 millones del préstamo se destinarán a saldar la deuda particular de Goldman Sachs con el FC Barcelona; la mitad, aproximadamente, correspondientes a la parte utilizada del adelanto para la realización de las obras previas del Espai Barça (MGPM de Sant Joan Despí y de Les Corts, construcción del Johan Cruyff, acondicionamiento interno y externo del estadio y derribo parcial de la tercera grada del gol sur).
Una restitución en cierto modo justificada, puesto que Joan Laporta debió haber cumplido con la devolución de ese tramo en febrero pasado. El resto, sorprendentemente, se destina a la reestructuración de la deuda del club acordada en 2021, una maniobra financiera completamente ajena a las obras de remodelación del Camp Nou.
Esta desviación contable totalmente irregular atiende a una parte del crédito operativo concedido por un importe de 590 millones, de los cuales Laporta había de afrontar con urgencia un pago avanzado de 125 millones exigidos para liberar el 15% de los derechos de TV vendidos a Sixth Street en una de las palancas. Fue la exigencia lógica de Goldman a cambio de perder una parte de esos derechos de TV que figuraban como garantía del principal del préstamo. A esa cantidad debe sumarse el primer pago de la devolución del mismo crédito, de 70 millones, una vez superado el periodo de carencia.
El resultado es la utilización del crédito del Espai Barça, básicamente el dinero del Palau, por redondear las cifras, para amortizar créditos ordinarios del club en una fantasía contable que ahora le toca al auditor esconder o disimular hábilmente. Lo más sorprendente de todo, puesto que la lectura o el impacto lógico sería una reducción de la deuda, es el anuncio de Laporta y de Romeu en el sentido de que, por más esfuerzos que han hecho, se ven incapaces de reajustar la deuda a la baja. Un gran misterio, incoherente a estas alturas, a no ser que la admisión pública de esa imposibilidad para aligerar el peso de la deuda sea otro truco mediático o la excusa perfecta para adoptar alguna de estas decisiones draconianas del laportismo.
Reflexión que conduce a ese otro gran vacío de las entrevistas en las que no alude a los resultados económicos del ejercicio cerrado. Sólo lo hace con referencias vagas y entusiastas sobre determinados ingresos en la misma línea del avance, también confuso, sesgado y demasiado incompleto, que publicó el aparato propagandístico del club sobre esos indicadores de entrada de dinero. Los grandes datos sobre el total de ingresos y pérdidas ordinarias -más allá de los 600 millones netos de las palancas, los beneficios, la distribución de las partidas y los presupuestos- siguen siendo el gran enigma del verano, una información inaccesible, reservada y celosamente oculta por los guardianes mediáticos del presidente. Si los datos fueran tan excelentes como se presumen desde la junta, bastaría con filtrarlos y le ahorrarían al presidente las entrevistas como la de esta semana con la finalidad de mantener la moral del barcelonismo entusiasmada con el posible aterrizaje de Oriol Romeu, jugador extraordinario, cuando se daba por hecho que Laporta traería a Messi, Zubimendi, Brozovic o Kimmich.
El secreto mejor guardado sobre las cuentas de la temporada ha sido también uno de los temas tabú de tres entrevistas que cuando más se releen más se parecen y más profundizan en un mensaje común de estabilidad, bonanza y capacidad económica y financiera como nunca en los dos años y cuatro meses de gestión laportista. Realmente, produce escalofríos escuchar de boca de Laporta que “Ya hemos sacado al Barça del hospital”, cuando todas las señales indican que el presidente nunca ha estado más desesperado por arreglar el balance.
Sobre la nueva versión del frustrado y frustrante fichaje de Messi hace un mes, asegura que “ya estaba acordada con LaLiga la llegada de Leo”.
Si era así, ¿por qué nadie se lo dijo?
