Guardiola apela a su resentimiento para avalar la línea destructiva de Laporta

El entrenador del City olvida que él ya sufrió la nefasta herencia de Laporta en 2010, peor que la pospandemia, cuando hubo que vender a Txigrynski para pagar los atrasos de fichas y nóminas

Josep GuardiolaJosep Guardiola

Las evidencias indican que, hasta no haber ganado una Champions fuera del Barça y sin Messi, el guardiolismo y el propio Josep Guardiola han estado reprimiendo y sufriendo en silencio un odio y un resentimiento profundos contra las directivas de Sandro Rosell y de Josep Maria Bartomeu a lo largo de los últimos 11 años. Lógico que esa especie de rencor se haya agriado aún más con el paso del tiempo. El propio Josep Guardiola, hasta hace unos días el más cauto, prudente y voluntariamente alejado de los ismos barcelonistas en sus apariciones públicas, se quitó esa mordaza para echarle descaradamente un cable a su amigo Joan Laporta y acusar a Bartomeu de arruinar al Barça.

Lo hizo a la mañana siguiente de que Laporta se presentarse a una cena a la que no estaba inicialmente invitado, entre Guardiola y Xavier Sala-i-Martin, y plantearle la oportunidad (casi una emergencia en verdad) de unas declaraciones suyas en dos direcciones. Por un lado, contra las directivas del pasado; y, por otro, favorable a la gestión del actual presidente. Laporta pasaba un mal momento, de cierta degradación de su imagen tras el revés Messi y las limitaciones de LaLiga a sus planes de expansión, y necesitaba provocar una reacción más o menos en la misma línea de su aparato mediático, que ya llevaba días resucitando por todos los medios el peso de la herencia y así poder justificar la decepción de Leo y las penurias actuales de Laporta -que, por cierto, no se dieron ni fueron tan agudas los dos veranos anteriores-.

Guardiola, que nunca dice nada gratuitamente ni sin segundas intenciones, cumplió con lo prometido: “Si se gastaron 400 millones por tres jugadores y sus salarios no es un problema del City o del París Saint-Germain, será culpa del Barça, suyo o de los que estaban antes y generaron esta situación. Que cada uno asuma su propia responsabilidad”, dijo. Y añadió un capotazo a Laporta: “Está haciendo un esfuerzo titánico, nadie podía pensar renovar el equipo como lo renovó y ganar LaLiga”.

Misión cumplida satisfactoriamente por su parte. Nada que ver, sin embargo, con la actitud del propio Guardiola cuando, en 2010, tras el relevo en la presidencia, Rosell hubo de explicarle al entrenador que era imprescindible y urgente aprovechar la oferta por Chygrynsky de 15 millones para poder pagar las nóminas y parte de las fichas que Laporta había dejado impagadas los últimos meses. Guardiola habría preferido la continuidad del jugador ucraniano que, ciertamente, había quedado inservible para el fútbol, traumatizado por su fichaje por el Barça, donde no contaba casi ni para los rondos. Insensible por completo a la situación económica heredada de Laporta, con una deuda muy superior a los ingresos y un déficit de 84 millones de la última temporada, la reacción de Guardiola fue exigirle a la nueva junta que se deshiciera de Ibrahimovic, recién fichado un año antes para sustituir a Eto’o, lo que significó unas pérdidas de 34 millones en la operación e impedir cerrar con ganancias ese primer ejercicio de Rosell (2010-11). Aun así, cuando Guardiola se fue por propia voluntad al final del ejercicio 2011-12, el resultado de explotación ya dejó beneficios de 49 millones, sin duda gracias a un esfuerzo real de austeridad y de control del gasto que, en ningún caso, con la excepción del mencionado traspaso de Chygrynsky, afectó a las necesidades del primer equipo.

Anecdótica, aunque significativamente, Guardiola también mostraba tics curiosos como demorar de forma sistemática la salida del equipo en los partidos de Champions aun sabiendo que la UEFA multaba con un dineral cada minuto de retraso -cosa que, por cierto, no hizo en la etapa anterior de Laporta ni en el Bayern, ni mucho menos en el City-. También le gustaba provocar indemnizaciones en las giras de verano alineando a Messi menos de 45 minutos, el mínimo firmado en el contrato, siendo protagonista de ramalazos incomprensibles como cuando un día se negó a viajar a Pamplona para un partido de Liga y hubo que darle un Tranquimazin, además de obligarle a realizar el desplazamiento.

Aquel desafío económico de la temporada 2010-11 sí que requirió de un esfuerzo titánico, pues las pérdidas heredadas de la última temporada de Laporta (80 millones) supusieron una desviación negativa del 20% sobre 415 millones de ingresos. En comparación, de mayor dimensión y calado que las pérdidas del último ejercicio cerrado por Bartomeu (2019-20), que fueron de 97 millones, el 11,3 % sobre unos ingresos de 855 millones, ya con tres meses de pandemia de castigo.

Calificar de titánico el actual esfuerzo (¿) de Laporta, que ha acumulado ya más de 800 millones de pérdidas ordinarias en dos años y tres meses de mandato, estableciendo una plusmarca sin precedentes, no sería lo más coherente, por no hablar del tijeretazo patrimonial a base de vender activos por 840 millones para poder fichar once jugadores nuevos y acabar concluyendo que, tras ganar la Liga, lo que se necesitan son tres o cuatro jugadores de nivel Champions.

Laporta, además, ha agotado el margen salarial, sigue con pérdidas ordinarias crecientes e irreversibles y se ve obligado a reducciones drásticas de salarios y al sacrificio de las secciones para inscribir a futbolistas que llevan un año renovados de boquilla.

Guardiola le ha regalado a Laporta un apreciado y valioso mensaje mediático que, por desgracia, apenas se sustenta, mucho menos viniendo de alguien como él que ha gastado más de 1.200 millones en fichajes desde que está en el City.

El City, por cierto, tampoco sería el ejemplo de club riguroso en sus cuentas, pues ya ha sido denunciado doblemente por la UEFA y por la Premier por el doble motivo de dopaje financiero; es decir, por recibir de Abu Dhabi grandes sumas de dinero de la propiedad como si fueran patrocinios, en realidad simulados, para soportar el enorme gasto y déficit de un club que por su dimensión social e ingresos reales no podría disponer de una plantilla tan excepcionalmente cara.

Ahora, por lo menos, Guardiola sí es coherente con esa doble vida que tanto le habrá costado ocultar todo este tiempo guardando para sí esas ganas de arremeter contra Rosell y Bartomeu mientras ha ido alimentado y educando secretamente a su poderoso lobby mediático en cómo destrozar un legado como el de Rosell, indiscutiblemente sólido, que tampoco ha sobrevivido al relato dominante del laportismo, del guardiolismo y del cruyffismo.

A la vista está, sin embargo, que Laporta ha sido capaz, más allá de su trofeo menor del Reus, liquidado y enterrado hace tiempo, de poner al Barça en grave riesgo de desaparición por dos veces y que el apoyo last minute de Guardiola sólo servirá para reforzar y dilatar en el tiempo las nefastas consecuencias de ese poder destructivo que conduce al club a la SA irremediablemente. Sólo hay una frase de Guardiola que quizás algún día se vuelva en contra de Laporta: “Que cada uno asuma su propia responsabilidad”.

(Visited 254 times, 1 visits today)
Facebook
Twitter
WhatsApp

NOTÍCIES RELACIONADES

avui destaquem

Deja un comentario