El modelo ya no se discute si el Barça de Xavi gana partidos a la defensiva

El entorno mediático guardiolista y cruyffista, que había condenado a Rosell y Bartomeu por fichar a Tata Martino, Luis Enrique y Valverde, aplaude ahora el 4-4-2 y el eficiente 'catenaccio' del Bernabéu en la Copa

Xavi Hernández

Indiscutiblemente, el camino hacia la victoria, por lo menos en el fútbol, no suele provocar debates ni reproches el día después. Y si los hay, son de tan corto recorrido que apenas dejan huella, rastro ni herida. Incluso en el Barça de Johan Cruyff o el de Pep Guardiola, técnicos y etapas mitificados por el entorno mediático y por un relato exageradamente refinado, dos de las grandes hazañas de sus respectivos equipos, como el gol de Bakero en Kaiserslautern o el de Iniesta en Stamford Bridge, se han convertido en referencia histórica e imborrable, casi en el símbolo de sus respectivas etapas de oro. Fueron dos extraordinarios resultados tan singularmente recordados porque precedieron a la conquista de dos Copas del Europa, la primera de Wembley y la del triplete de Roma que, sin embargo, ni acabaron en victoria (3-1 en el infierno alemán y 1-1 en casa del Chelsea) ni realmente dejaron la impronta de un fútbol excelso o dominante. Al contrario, fueron encuentros flojos y decepcionantes desde el punto de vista futbolístico, y tan mediocres que a punto estuvieron de descalabrar el sueño europeo de ambas temporadas, 1991-92 y 2008-09, que felizmente concluyeron con la conquista de un gran título.

Para la prensa dominante, aquellas gestas forman parte de la misma grandeza con las que Cruyff y Guardiola inmortalizaron y consagraron dos de los mejores Barça de todos los tiempos, en ambos casos obviando que también hubo malos momentos, decepciones, derrotas y decisiones que, con la perspectiva del tiempo, se demostraron equivocadas, con errores y pequeñas o grandes catástrofes inseparables de la propia naturaleza del fútbol, en el que los títulos son casi una excepción y coleccionarlos, como ha hecho el Barça en estas dos etapas, sólo pueden entenderse como un hecho excepcional y normalmente aislado. En el Dream Team de Cruyff convergieron cuatro extranjeros de leyenda (Koeman, Laudrup, Stoichkov y Romario) y en el Barça de Guardiola, la explosión del mejor jugador de todos los tiempos, Leo Messi, con la generación de oro de la Masía. Momentos y circunstancias irrepetibles.

A la inversa, esa misma prensa y el propio entorno azulgrana han sido capaces de demonizar, subrayar y convertir en auténticas tragedias, irreparables y ofensivas para el barcelonismo, partidos y situaciones tan poco dramáticas ni justificables como cuando el Barça entrenado por Tata Martino disputó y ganó dos partidos seguidos, contra el Rayo en Vallecas (0-4) y ante el Ajax en el Camp Nou (4-0), sin alcanzar las cotas de posesión del 70% habituales de la época. Sucedió, simplemente, que el Rayo de Paco Jémez y aquel Ajax entrenado por Frank de Boer opusieron un sistema de juego semejante al del equipo azulgrana, muy abierto, valiente y dispuesto a discutirle al Barça la posesión. Consiguieron casi nivelarlo -en ningún caso superarlo-, aunque a costa de encajar sendas goleadas.

Las consecuencias para el crédito de Tata Martino y del propio equipo fueron, sin embargo, peores que haber perdido ambos encuentros, pues empezando por el propio Xavi -entonces jugador-, que activó desde su trastienda mediática la indignación del vestuario, instigando a totalidad de la prensa catalana y barcelonista a reaccionar con feroces críticas, ataques crueles, ácidos e imperdonables al hereje Tata Martino, culpable de haber violado y ultrajado la herencia de Cruyff y de Guardiola.

Desde luego no sólo no había para tanto, sino que la exagerada caza mayor ordenada desde la prensa laportista respondió en aquel momento a una estrategia calculada y artificial para erosionar y descomponer la sólida imagen de Sandro Rosell, contra quien ya se habían removido desde todos los frentes, también desde Madrid, pero sobre todo desde la oposición barcelonista, todas las pestilentes cloacas del entorno. La oportunidad vino dada porque, por desgracia, Tito Vilanova hubo de dejar el cargo en la pretemporada 2013-14 y se buscó un perfil futbolístico parecido. La prensa nunca quiso admitir tampoco el estado de shock sufrido por el vestuario durante unos meses en los que Messi encadenó varias lesiones que le impidieron jugar y marcar regularmente.

Por las circunstancias, Martino se convirtió en un blanco fácil y vulnerable para una prensa que, además, contaba con el plácet de los capitanes (menos Messi) a la hora de airear su insatisfacción con el estilo de juego. Al margen de esos dos partidos, que en cualquier caso superaron la posesión del balón por parte del Barça respecto de los de Kaiserslautern y Stamford Bridge, las estadísticas no sólo acreditan que el equipo de Martino dominaba ampliamente los partidos, sino que sólo un error arbitral en el último partido en el Camp Nou, frente al Atlético de Madrid, le impidió conquistar la Liga.

Igualmente, de haber valido ese gol, la prensa no hubiera elevado al olimpo de los dioses aquel título como las tres de las cuatro Ligas de Cruyff, las supuestamente milagrosas conquistadas en el último segundo, aunque a base de mucho menos control del juego y de enormes dificultades para ganar los partidos. Al contrario, el común denominador de las críticas de la prensa contra Tata Martino, la misma que hoy canta, aplaude y celebra el reciente catenaccio de Xavi en el Bernabéu, fue que esa Liga perdida no la habría merecido el Barça, en ningún caso, ni hubiera sido celebrada, por el simple de haber traicionado los fundamentos de la esencia cruyffista y guardiolista.

Esa misma argumentación, aunque matizada y sin atreverse a levantar tanto la voz como contra Martino, destilaron un año después los tímidos elogios y los calculados parabienes a la figura de Luis Enrique tras ganar el triplete de 2015. Imposible discutir ni cuestionar la dimensión y mérito de agregar el segundo triplete de la historia del club por parte de un circo mediático descaradamente laportista, pero tan fanatizado por lo que respecta a Cruyff y sobre todo a Guardiola que, para evitar la paridad de ambos éxitos, no dejó de subrayar que el fútbol de los títulos de Luis Enrique no había respetado al cien por cien la pureza del estilo ni las esencias de la referencia guardiolista.

En definitiva, que ningún otro entrenador posterior a Guardiola, ni siquiera Luis Enrique, ha sido recibido por esa prensa guardiana y protectora de la singularidad del juego de la Masía de otro modo que no fuera desde el recelo, la suspicacia y el rechazo a cualquier evolución de la idea como hizo el técnico asturiano, que además pretendió imponer su autoridad por encima de las estrellas.

Como le convenía al discurso del quintacolumnismo cruyffista y guardiolista, a Josep Maria Bartomeu tampoco se le perdonó el fichaje de Ernesto Valverde ni sus éxitos, que fueron denostados y cuestionados uno tras otro y hoy considerados títulos como de segunda clase, como si produjeran cierta vergüenza porque engrosaron el museo del club con el sello de Bartomeu, Luis Enrique y de Valverde, en total 14 títulos (1 Champions, 1 Supercopa Europa, 1 Mundial de Clubs, 4 Ligas y 5 Copas), si también se contabilizan dos Supercopa de España, ese título que ni se consideraba antes del regreso de Laporta al palco y que ahora sirve para dar relevancia a ese triplete nacional (Liga, Copa y Supercopa) del que ahora se empieza a proyectar como un lujo y una proeza sólo al alcance del equipo de Xavi. De acuerdo a los últimos precedentes, sin embargo, ahora resulta que Bartomeu conquistó tres de esos tripletes nacionales.

Es por todas estas razones por las que hoy suenan ridículas e impresentables las propias excusas y mentiras promovidas por el propio Xavi y el lobby de la prensa laportista cuando tratan de envolver y etiquetar las victorias por la mínima del Barça de hoy, y especialmente el 0-1 del Bernabéu en Copa, como una evolución el estilo y no una renuncia.

Resulta hasta patético el propio relato del entrenador, Xavi Hernández, que, a la vista de las características de su plantilla, ha aprendido que el equipo gana en consistencia, control y eficacia jugar con cuatro defensas, cuatro centrocampistas y dos delanteros. ¿Por qué negar la evidencia, si el triunfo, los puntos y los títulos son para todos igual de legítimos, aunque el Barça de hoy ya no pueda parecerse al Barça de hace unos años?

Xavi tiene la obligación de ganar por encima de cualquier otra consideración, mucho más tras la inversión y el esfuerzo del club en fichar once jugadores nuevos desde su llegada y casi 300 millones gastados de los 840 obtenidos por las palancas, precisamente para volver a ganar títulos después de un primer año completo de Laporta en blanco y cuatro eliminaciones europeas que, ciertamente, ruborizan y afean las dos últimas temporadas por mucho que la prensa oficialista mire hacia otro lado y lo relativice. Si Bartomeu o Rosell hubieran sufrido ni la mitad de los descalabros en Europa de este Barça de Laporta y Xavi probablemente no hubieran visto el amanecer del día siguiente. Una temporada en especial de Bartomeu, con la Liga y tras haber disputado las semifinales de la Champions y la final de la Copa -registros que hoy serían motivo de rúa permanente y estridencias- acabó en una especie de funeral mediático del cual el barcelonismo aún no se ha recuperado. El propio Laporta apenas celebró la Copa del Rey de Koeman, nunca creyó en la posibilidad de ganar la Liga de esa temporada, ni cuando estuvo a un partido, ante el Granada, de ponerse líder, y no ocultó su alivio por evitar ese doblete que habría sido una herencia de Bartomeu.

Al respecto del estilo de juego azulgrana, lo que proclamaba Xavi hace unos años era lo siguiente: «La afición, la prensa, el entorno del Barça no entenderían la forma de jugar del Atlético de Madrid. No encaja. No quiere decir que no tenga mérito ni que no sea competitivo ni que no se ganen títulos, pero no es nuestra idea. La gente no entendería que nosotros nos cerrásemos con un bloque abajo, de once jugadores en el área».

Justo después de ganar en el Bernabéu (0-1) hace unos días, buscó otros argumentos tras haber salido deliberadamente a cerrarse y defender como fuera la ventaja lograda gracias a un autogol del Madrid: «Al final no hemos jugado nosotros así, es que el rival te lleva a jugar así. Es que nosotros no hemos estado bien con balón, normalmente estamos mejor, con más posesiones, menos espesos a la hora de perder balones, menos imprecisos, saber cuándo atacar, sabe el momento justo cuando hacerlo y cuando no. No hemos elegido viene estos momento y todo nos ha llevado a este partido. No hemos traicionado ningún modelo de juego, simplemente que el rival nos lleva a jugar de esta manera. Pero también hay que defender, forma parte del juego».

No cambian, en definitiva, el juego ni las situaciones que en el fútbol condicionan la necesidad de ganar como le ha pasado a todos los entrenadores del Barça, incluido Quique Setién, que fue recibido con tanto entusiasmo por esa misma prensa bobalicona y tan guardiolista. Lo que sí que cambia es la actitud del entorno periodístico y de los propios protagonistas, como Xavi, cuando se ha visto con el agua al cuello. Ahora ya vale ganar como sea.

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