Por una política más humana

En política, y como ocurre en muchas ocasiones en nuestra sociedad, el reconocimiento a la buena tarea, la intervención o el comedimiento de un adversario es poco frecuente. A menudo es más fácil realizar una crítica destructiva y enmendar a la totalidad una medida que reconocer que aquella cuestión o decisión ha sido positiva y que es útil para la vida pública.

Es posible que cualquier lector que esté leyendo estas líneas piense que estoy muy equivocado, ya que, precisamente, la política democrática se basa en la confrontación de ideas y proyectos y que, por lo tanto, es bueno marcar perfil propio y no reconocer que lo que ha impulsado o construido el miembro de otra fuerza política puede mejorar nuestra sociedad. Y es cierto que es fundamental el debate ideológico, pero también hay temas en los que algo más de humanidad y menos de partidismo y propaganda no irían mal.

En las últimas semanas y, muy especialmente en los últimos días, me he hecho esta reflexión viendo las reacciones políticas en el anuncio de reformar el delito de sedición. Junts per Catalunya, la CUP y algunas plataformas políticas soberanistas han anunciado ya protestas contra la medida. Quizás quien ha sido más claro, en este sentido, ha sido Jordi Turull, secretario general de Junts, quien en un tuit escribió lo siguiente: “El A por ellos, a punto de entrar oficialmente en el Código Penal. #DiguemNo”.

Cabe recordar, con todo ello, que la modificación del delito de sedición favorecerá, justamente, a Jordi Turull y al resto de dirigentes independentistas condenados en la sentencia del Tribunal Supremo por la organización del referéndum del 1 de octubre de 2017 y la posterior declaración de la independencia de Catalunya. Hay que recordar, también, que si no hubiesesido por la voluntad política del actual gobierno central y, muy especialmente, por el comportamiento de Miquel Iceta (ya habló de la posibilidad de los indultos durante la campaña electoral de 2017), ninguno de ellos habría sido indultado y no existiría ni siquiera la posibilidad de reformar el delito de sedición, puesto que la alternativa política al actual ejecutivo (la suma de Partido Popular y Vox) no sólo no habría adoptado ninguna de estas decisiones, sino que, atendiendo a las declaraciones públicas de Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal, habría hecho todo lo posible para regresar al ambiente político que se respiraba cuando gobernaba Rajoy.

Precisamente por ello, y aunque pueda haber diferencias políticas y dudas sobre el momento en el que se ha anunciado la medida, quizá no estaría de más que todos los partidos independentistas reconocieran su utilidad. Pero ya lo dijo Gabriel García Márquez en El coronel no tiene quien le escriba, que «la ingratitud humana no tiene límites». Y ya se sabe que, en política, menos. El origen de todo ello se encuentra en que el independentismo, desde sus orígenes, tiene la creencia de que posee la verdad absoluta, lo que, en consecuencia, supone su no reconocimiento al carácter plural y diverso que tiene la sociedad catalana.

Y es que, a pesar de la ruptura del gobierno de Aragonès, el secesionismo catalán sigue pensando que la mayoría absoluta lo puede todo. Sigue empeñado en querer el pan entero cuando las urnas, de forma sucesiva, le han dado la mitad de la barra. Una mitad de la barra, por cierto, que no es suficiente ni para reformar el Estatuto de Autonomía de Catalunya.

Antes de que se aprobara la reforma laboral, la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, alertaba a ERC de que “con las cosas de comer no se juega”. Hoy en día se podría cambiar el sintagma «las cosas de comer» por «la convivencia», y la frase seguiría teniendo sentido. Una parte del independentismo, desgraciadamente, sigue jugando con uno de los pilares de nuestra democracia: la convivencia. Ya sabemos adónde lleva la alteración de la coexistencia pacífica y armoniosa de nuestra comunidad. No estaría de más, por tanto, que los dirigentes de Junts y la CUP recogieran el guante de los indultos y de la reforma de la sedición para bajar un poco el tono y reconocer el acierto de las medidas. Además, de forma indirecta sería admitir que los hechos de 2017 fueron un error y que no se tuvo en cuenta a la mitad de la población.

Pero, por desgracia, mucho me temo que no será así, porque el independentismo, como cualquier otro nacionalismo llevado al extremo, siempre aspira a más.

Y así estamos.

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