El chabolismo se termina muy poco antes de los Juegos Olímpicos

Entrevista a Jaume Fabre

Periodista. Doctor en Historia Contemporánea. Ha escrito numerosos libros, la mitad de ellos con José María Huertas Clavería. Entre ellos, han tenido especial trascendencia los ocho tomos, editados a principios de los 70, sobre las luchas vecinales en los barrios de Barcelona. Ha estudiado el periodismo contemporáneo, y ahora sale “Cròniques del fang”, editado por el Ayuntamiento de Barcelona.

 

 

En los tiempos que corren, “Cròniques del fang”, podrían referirse a la corrupción ¿En la década de los 70, era ese barro puro y duro?

A partir de una fotografía de José María Huertas pisando fango en el barrio de La Clota (haciendo un periodismo que ahora se hace poco, y que él reivindicó abriendo esa escuela de los llamados “Huertamaros”), que abre el libro, hicimos el doble juego de elaborar una crónica del periodismo que se hizo en esa época, en la que pisábamos realmente barro, porque Barcelona y toda su periferia estaban llenas de barro. Los diarios no hablaban de esto y hubo que entablar una lucha para lograr que informaran. Al mismo tiempo, “Cròniques del fang” también alusión a algunos casos de corrupción muy significativos de la época, aunque no es un libro sobre la corrupción municipal en la transición, algo que sería mucho más extenso. Uno de estos casos, muy espectacular, al final me ha servido para hacer una reflexión sobre los fallos de la memoria. Cogí a siete periodistas que habían estado en una rueda de prensa sobre un asunto muy escandaloso de un concejal que, para edificar un edificio en una calle muy empinada, con peldaños, rompió las escaleras. Algo que movilizó no solo el barrio, sino toda Barcelona. Las versiones de los consultados no solo eran divergentes, sino absolutamente contradictorias. 

¿De qué años hablamos?

De lo que Vázquez Montalbán llamó el “tardofranquismo”, desde finales de los 60 a la primera mitad de los 70, cuando se muere Franco. Esos años en los que se pudieron abrir algunas fisuras en el Régimen, como la ley de prensa de Fraga, con unas limitaciones tremendas. Algo que nos permitía, por ejemplo, conseguir poner cuatro líneas en el último rincón de la última página, que casi no se veían, sobre una huelga en una fábrica del Vallés Oriental. Antes no era posible, porque todo pasaba por la censura. Empezaron a poderse colar noticias sobre luchas en los barrios y, además, la ley de asociaciones del año 64 permitió poder crear asociaciones legales. Asociaciones que el Partido Comunista en Cataluña, a partir de su segundo congreso, supo aprovechar muy bien, al igual que hizo con los sindicatos verticales.

¿Seguían llegando entonces emigrantes a Barcelona?

Sí, desde luego, como aún hoy siguen haciéndolo. Se habían construido viviendas que, en general, fueron un desastre. Pisos hechos con arena porque algún intermediario se quedaba con el dinero. Lo que se no se hizo fue la urbanización. Se levantaban edificios en calles sin pavimentar, sin luz, sin alcantarillado muchas veces. No había escuelas, ni mercados… Las luchas eran de gente que vivía en un barrio donde solo tenía la casa. Para que los niños pudieran ir a la escuela, el alcalde Porcioles le colocó unos tranvías viejos… Algo quizás no tan criticable cuando, a día de hoy, sigue habiendo escuelas en barracones. 

¿Convivía aún el bum inmobiliario con el chabolismo?

El chabolismo se termina muy poco antes de los Juegos Olímpicos. En Somorrostro y Montjuic vivían cerca de 50.000 personas, tantas como la población que tenía Gerona en la época. Además de estos núcleos había otros muchos escampados, como las barracas de San Eugenia, en La Posperidad; las Glorias… Otro problema añadido y más grave, que aún persiste, era el de los realquilados. Familias que vivían en una habitación, con derecho a cocina. También el de la vivienda degrada, en el Barrio Chino, que hoy llamamos El Raval. En una fotografía que hizo Huertas, muy célebre, se ve una cocina y al lado la taza del wáter. Algo que pone los pelos de punta. 

¿La especulación inmobiliaria encontró seguramente un terreno especialmente abonado para los negocios fáciles en el área metropolitana de Barcelona?

Hay un hecho que deja ver por dónde iban las cosas, que fueron las inundaciones del Vallés, en el año 62, en las que hubo entre 600 y 1.000 muertos, miles de heridos y miles de millones en pérdidas. La gente construía la barraca en el cauce del río. Barrios desastrosos los que quieras. El padre de Jordi Évole hizo crónicas muy buenas en esa época. 

¿Fueron los periodistas los que descubrieron informativamente los barrios o viceversa?

Había periodistas que eran del PSUC y, en las asociaciones de vecinos también los había. Puede que en algunas asociaciones del Example hubiera algún militante de lo que luego fue Convergencia o algún viejo luchador de Estat Catalá, pero lo que mayoritariamente funcionaba era el PSUC y grupos como Bandera Roja, el PT, LCR… O sea, en los periódicos había militantes del PSUC, en la clandestinidad, claro, y gente que sin serlo eran simpatizantes, compañeros de viaje, que se decía. También jugó un papel importante gente que procedía de Acción Católica, la JOC y la HOAC. Huertas venía de la JOC. Adoptaron posiciones de cristianismo revolucionario, que trataba de unir comunismo y cristianismo, y cuya figura más representativa fue Alfonso Carlos Comín. 

¿Cómo se desarrollaba la batalla en otro frente quizás no menos peligroso para los periodistas, que era el de los propios medios dónde trabajaban?

No todos, pero algunos periódicos vieron que aquello se terminaba. Empezó “El Correo”. Luego “Mundo Diario”, con gente claramente comunista. “El Diario de Barcelona”, en algunas épocas, también. Se publicaban también “La Vanguardia”, dos diarios del movimiento y “El Noticiero Universal”, que era de Porcioles, el alcalde de Barcelona. “La Vanguardia”, a pesar de que contaba con buenos periodistas que hicieron un esfuerzo para dignificar la información municipal, se preocupaba más del centro de la ciudad que de los barrios. En los años 60, había aún periodistas que se salvaron de la guerra. Casi todos los que hacían información de Barcelona eran nombrados funcionarios municipales, sin trabajar, claro. Allí se terminaban los problemas. Huertas, con otros como Figueruelo, rompen con este periodismo absolutamente degradado por la connivencia con el Ayuntamiento. 

¿Los periódicos a multicopista, digamos, que realizaban las propias asociaciones, que papel jugaban?

Cada asociación de vecinos y también otras entidades creaban sus revistas, que fueron una cantera de periodistas jóvenes, antes de dar el salto a los periódicos. Era una época en que había trabajo. Los periodistas se iban jubilando y los diarios necesitaban gente joven, dispuesta a hacer un periodismo más vivo. Ahora se dice que ya no se hace aquel periodismo, pero hay que tener en cuenta que las cosas han cambiado mucho. Yo empecé a trabajar haciendo el primer curso de periodismo. Entre las publicaciones de barrio y los periodistas de los diarios había una relación de amistad. Yo recuerdo a Huertas como cada noche, al terminar el trabajo de redacción, llamaba a la gente de las asociaciones de barrio. 

¿En cualquier caso, la represión directa, policial, judicial, se dejaba sentir entre los periodistas?

El caso de Huertas Clavería es un exponente de aquella situación. Fue condenado a un consejo de Guerra a dos años de cárcel, de los cuales cumplió nueve meses. La primera manifestación legal que se hizo en Barcelona fue la de periodistas, pidiendo la libertad de Huertas. Huertas molestaba a mucha gente en Barcelona porque hacía un periodismo que no se había hecho hasta entonces. Explicó en un reportaje que en la posguerra se concedieron permisos para estancos, gasolineras, casas de putas…, a viudas de militares. Pasó la censura, pero estamos hablando de principios de los 70. El establishment que ya estaba contra él, se aprovechó del tema para castigar a Huertas. 

¿La construcción de viviendas era, claro está, el gran Eldorado para los especuladores del momento?

Había constructores que estaban metidos directamente en el Ayuntamiento o que, como se decía de Figueras Bassols, entraban en él diciéndole al alcalde Porcioles: “¿Hola Porci, que tal?”. Era una corrupción mutua. El alcalde facilitaba las promociones que, a cambio, se escrituraban en su notaría. Así se hicieron barrios enteros. Los protagonistas de estos negocios eran, sobre todo, gente que no había medrado con el primer franquismo, como hicieron muchos empresarios catalanes, sino que se habían hecho en algunos casos a sí mismos. Distintos a la crema de la Upper-Diagonal. Era también una época en la que todo se tambaleaba, y el poder municipal se reducía a un nido de corruptos, casi de chiste. 

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