Soberanía energética: Humo sin fuego, dura poco

El concepto de soberanía energética (energy sovereignty, ES) se ha utilizado desde la década de 1990 en Latinoamérica para desafiar la privatización de los servicios básicos por empresas transnacionales y la “corporación” de las empresas estatales; ahora se aplica a la energía. En nuestro país, decepcionados algunos de no haber conseguido otro tipo de soberanía (que decían que tenían cerca), hay quien habla de la soberanía energética, empequeñeciendo la idea como a menudo hacen con todo. Escriben cosas del tipo «toda la energía que necesita Catalunya, se debe producir en Catalunya». Por tanto, nada de recibir energía procedente de Aragón (donde el despliegue de las renovables supera con mucho las necesidades propias del territorio) o del resto del Estado español.

Se dispone de una definición aceptada internacionalmente de soberanía energética: el derecho de los individuos conscientes, las comunidades y los pueblos a tomar sus propias decisiones sobre la generación de energía, la distribución y el consumo, de modo que sean apropiadas a sus circunstancias ecológicas, sociales, económicas y culturales, siempre que no afecten negativamente a terceros.

En Catalunya existe una red (Xse.cat) que reúne a los partidarios de este concepto, con un manifiesto que, a partir del reconocimiento de los impactos y las desigualdades que genera el modelo actual, propone un nuevo paradigma basado en estos criterios: democracia, control social de los medios de producción, sostenibilidad, decrecimiento energético y arraigo en el territorio/descentralización. Quizá habría que añadir alguna condición más, pero las que se citan están bien. Lo que encuentro contradictorio es que algún insigne partidario de la soberanía energética (independentista declarado) sea a la vez firme partidario del despliegue de la eólica marina frente al golfo de Roses tal y como quieren hacerlo las cinco empresas que hoy por hoy han mostrado interés por construir el parque. Incluso se atreve a dar consejos en Twitter a quien nos oponemos, diciéndonos que “elijamos el mejor de los cinco proyectos y defendámoslo, dado que la cuestión ya no es si se hará sino cuál de ellos”. ¡Qué morro! Más allá de la vinculación de quien ha hecho el tuit con la patronal eólica, es un verdadero oxímoron predicar la soberanía energética y a la vez la eólica marina tal y como está planteada en el golfo de Roses.

La explicación más fácil es preguntarnos qué soberanía energética puede tener un proyecto que quien debe autorizarlo es el Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico, que ninguna de las empresas que han presentado un proyecto es catalana, que la energía que llegaría a producirse debería evacuarse por líneas propiedad de Red Eléctrica Española a una red unitaria que puede distribuirla por España y también por Francia, cuando la industria catalana por ahora no tiene ninguna capacidad demostrada de producción de flotadores ni aerogeneradores y que los fondos de inversión que finalmente aportarán el capital para la construcción y explotación del parque no serán catalanes con toda seguridad. ¿Qué soberanía es ésta? Parece evidente que lo de la soberanía, energética o de otros tipos, para algunos es hacer castillos en el aire.

Vayamos al meollo de la cuestión y revisemos si un parque eólico marino frente al golfo de Roses, tal y como se quiere hacer, cumple los criterios que definen la soberanía energética. El primero, la democracia: el territorio se ha manifestado mayoritariamente en contra. 22 ayuntamientos han aprobado una moción de oposición, también un consejo comarcal y las juntas gestoras de parques naturales cercanos. En cuanto al control social de los medios de producción, no parece que las corporaciones financieras que están detrás del negocio hagan que todos los ampurdaneses tengan su participación en la sociedad y corten el cupón una vez al año. Si hablamos de sostenibilidad, basta recordar que más de cien expertos en la problemática han firmado un manifiesto en contra del parque como se quiere hacer por grave amenaza a una de las zonas con mayor biodiversidad del Mediterráneo. Tampoco el proyecto supone ningún tipo de decrecimiento energético, y con toda probabilidad se quiere producir un exceso de energía para derivarla hacia el llamado hidrógeno verde. Por último, no se ve por ninguna parte el arraigo en el territorio y la descentralización; se quiere producir una energía que muy probablemente será consumida fuera de la comarca, bajo un modelo centralizado de macroparque eólico marino.

Realmente hay que explicar muy bien, para no hacer el ridículo, como se puede ser a la vez un convencido de la soberanía energética y un firme partidario de un parque eólico marino frente al golfo de Roses. ¡Yo no lo veo!

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