La extrema derecha (actual), efecto colateral de los estragos del “extremo centro”

Hay quien todavía se pregunta cómo puede ser posible que la extrema derecha haya ganado las últimas elecciones generales en Italia (o más recientemente en Suecia o en su día Trump o Bolsonaro). Pero claro, es que ya nos hemos olvidado de los resultados en Francia (con Le Pen y Zemmour), de la lacra que significa para Europa (haciendo la vista gorda) con gobiernos autoritarios hace años en Hungría y Polonia, de cómo va creciendo en los países centroeuropeos y en los Balcanes, etc. Por no decir de lo que tenemos aquí. De hecho, el problema no sería tanto cuántos países europeos tienen en el Gobierno o responden electoralmente a partidos de extrema derecha, si no la creciente influencia en todo el continente, estén o no en el poder, de políticas, reacciones institucionales o law-fare de extrema derecha, sin que se les pueda calificar de neofascistas, aunque dentro de sus filas haya grupos de estas características.

La pregunta es, ¿qué está haciendo posible esta mancha de aceite que se extiende por Europa y quiénes son los responsables directos o indirectos de este aumento? Pues muchos analistas coinciden en que no se mérito de la extrema derecha su crecimiento, sino demérito de las demás fuerzas políticas, especialmente de las izquierdas, democracias cada vez más debilitadas, vaciado de poder de los parlamentos en favor de oligopolios, transnacionales y poderes fácticos, etc. (y no olvidemos, dicha globalización, asumida por todo el establishment político y social, por más que ocasionalmente se la ponga en cuestión).

La crisis de los partidos tradicionales en muchos países, la desafección con la política en muchos países (¡incluido el nuestro!) donde llega al 90% la población desencantada, desafecta, etc., una excesiva presencia por no decir omnipresencia de mensajes y estrategias políticamente correctas (donde casi todos los políticos se esconden para no desentonar), lo que se llama el extremo centro, más el buenismo (a menudo hipócrita) en el lenguaje y unas políticas que favorezcan al grueso de la población que nunca llegan, son otros factores que van sumando y posibilitando el deterioro de la vida democrática, que año tras año, va socavando los cementos y pilares del contrato social, la convivencia y los valores democráticos.

No debe extrañarnos pues, que la reacción, por reaccionaria que sea, sea la que se, por parafascista o protofascista que sea, y parecería que al sistema ya le va bien, pues la deja fluir, la interpreta, la publica, la blanquea, por más que periódicamente se desgarre la vestimenta o genere cierta alarma social (nada comparado cuando sube o gana influencia la extrema izquierda -extrema izquierda que ya casi ni existe, otra cosa son los populismos de izquierda, antisistema, nacional populismo, etc.) Y si no, fijémonos como toda vía de reacción que ni siquiera llegue a revolucionaria (15-M) o simplemente una revuelta social o un movimiento de protesta popular, se intenta cuestionar o criticar cómo radical, poco oportuno, etc. y no digamos ya, si pone en algún momento contra las cuerdas el establishment (entonces se señala claramente como violento, se le criminaliza, persigue, prohíbe, etc.)

En cualquier caso el taponamiento constante de reivindicaciones sociales y políticas pendientes, de regeneración democrática, de participación democrática, de partidos alternativos, verdes, listas abiertas, consultas populares como Suiza, etc., de nuevos líderes, etc. (más allá de los cuatro años de rigor electorales) y una arquitectura política que responde más a esquemas partitocráticos y no democráticos, hace que con el paso del tiempo, las posibilidades de reforma y transformación social acaben siendo simbólicas o nulas y las voces que defienden estas reformas se vayan apagando y silenciando. El terreno queda abonado por pasados ​​el tiempo, se dé paso, finalmente, a que sectores de población que no entienden de reflexión política y que además han sido abandonados a su suerte (suficientemente tienen al llegar a fin de mes), acaben cortocircuitados y cabreados con el mundo y acaben votando extrema derecha, previo paso por el abstencionismo.

Extrema derecha por carpetovetónica, mediocre, folclórica o payasa que pueda ser (y atención, que ni el término folclore ni los payasos, como il faut, hacen justicia a esta ecuación). Pero fijémonos en la creciente hornada de políticos europeos y estadounidenses que provienen del campo de la televisión, cine, humoristas, cómics, etc. que tienen más punch mediático que muchos políticos que de hacer el ridículo, se acaban confundiendo con los verdaderos actores de comedia, teatro, circo, etc. Esta mezcla a menudo explotada por algunos medios humorísticos no deja de ser una realidad. Deplorable, pero realidad.

Pero volvamos al extremo centro, centro izquierda, centro derecha, centro liberal, centro reformista o también, las izquierdas que de tan centradas y políticamente correctas, a menudo, se las confunde con los discursos y prácticas de derecha, no con la derecha, que no es lo mismo, pero apunta. Por otro lado, tenemos el buenismo, es decir toda la arquitectura, lenguaje, estrategias, formas, programas, etc. políticamente correctos, que hace años penetró en la izquierda y que para simular la falta de compromiso con las clases más desfavorecidas y los derechos colectivos, empezó a envolverse con los derechos civiles, los derechos individuales, los derechos de las minorías, etc. y todos los símbolos identitarios y culturales posibles (lo más exacerbado, la identidad de género, que ha dado paso a la ideología de género), hasta llegar a la confusión generalizada del sujeto de clase, de la identidad de clase e incluso en afirmar que la clase trabajadora estaba desapareciendo fruto del avance tecnológico y postindustrial. De hecho, no pocas izquierdas han asumido el programa de las «guerras culturales» haciendo el juego en el Sistema, abandonando la lucha de clases por «superada». Puede ser necesario recordar lo que hace años apunta el sociólogo canadiense Jordan Peterson, cuando afirma que el actual feminismo, magnificado, instrumentalizado y extendido por todas partes, por el Sistema, sin una pedagogía social que le acompañe (casi todo es agit-prop) , provoca el efecto contrario y es una de las causas del crecimiento de la extrema derecha por toda Europa. Fijémonos en que cuanto más aumenta la protección, leyes, derechos, etc. y se extienden programas, políticas, recursos, difusión, publicidad, etc. las 24h del día, sobre derechos de las mujeres, violencia de género, feminismo, leyes “trans”, políticas LGTBIQ+, etc. etc. en lugar de disminuir el machismo, el sexismo, etc. aumentan más y más y más. Alguien debería advertir que algo falla cuando se da esta gravísima contradicción y peor aún, cuando provoca el efecto contrario. En mi opinión calculado.

La socióloga Marina Subirats también apunta bien, cuando dice que “si no quiere dejar todo el campo libre a las formaciones de ultraderecha para que sigan creciendo, las izquierdas deben saber combinar la preocupación por el feminismo y el ecologismo con la defensa de una clase trabajadora que ve cómo el mundo que conocía se está hundiendo”…”la nueva izquierda es el feminismo y el ecologismo, siempre que asuma también las desigualdades sociales”. Pero desgraciadamente pocas voces más se levantan llamando la atención sobre esa tendencia. ¿Mediocridad? ignorancia? confusión? compra de voluntades? moda?…

En cualquier caso, no es de recibo con el creciente nivel de desigualdad abismal que existe, de pobreza extrema, pobreza energética, pobreza farmacéutica, etc. etc. que el término «igualdad» con un Ministerio incluido, se asocie a «igualdad de género» y no a igualdad social, como si sólo hubiera guerra de sexos y no lucha de clases, explotación de género y no explotación laboral.

Tanta multiculturalidad, multiversidad, multiplicidad de colectivos y minorías, cada vez más segmentadas por el propio Sistema (y todavía muchas izquierdas siguen ciegas al no ver la trampa, de hecho todavía ven peces multicolores), han llevado al hartazgo a grandes sectores de población, mayorías sociales, electorado tradicional de izquierdas, que con el paso de los años (son muchos años de recortes y expoliación, con o sin gobiernos de izquierdas), que se ha visto minorizado o equiparado a movimientos , colectivos o reivindicaciones que pueden representar un 3, 5 o 7% de la población. Obviamente es un insulto a la inteligencia comparar o discriminar positivamente a un 5% de la población, mientras que hay un 50% que sufre año tras año, devaluación de sus necesidades, en algún caso graves necesidades. Más grave es cuando colectivos que representan un 0,8 o un 1,3% de la población, debemos estar protegiéndolos, generando alarma social, frente a mayorías sociales en proceso de empobrecimiento que pueden llegar al 60% de la población. Lo revolucionario es estar comprometido con la violencia estructural y económica que sufre un 60% de población cada vez más invisible (incluso demonizada -Owen Jones-) y no hacer grandes aspavientos, anuncios, proclamas, leyes y ayudas para un 2%, un 4,3% o un 0,8% de la población, que por cierto los medios mainstream se encargan de magnificar las 24h del día, 365 días al año (a la vanguardia La Sexta (versión “sensacionalista”) y TV3 (versión “educada”). Sólo por eso la izquierda debería estar alerta y crítica, pero en cambio está callada, acomplejada, dudando o lo peor, legitimando la ola… En este sentido, dada la tremenda actualidad, la Ley “Trans” de libre autodeterminación de género (quede como quede aprobada), hará más daño al Gobierno español, que las 40 o 50 medidas sociales que está aprobando estos últimos meses. O la imagen de la presentación pública del proyecto “Sumar” de Yolanda Díaz, cuando en la mesa de presentación había ocho mujeres y un hombre (mensaje subliminal…las mujeres suman y los hombres restan?…) O el griterío inflamado del día del “Orgullo”, que supera ya el del 8-M, que ya es decir, y que deja pálido, rancio y residual el 1 de Mayo.

Son muchos años ya de cometer el error de creer que «la suma de minorías puede dar una mayoría social» (al contrario, como hace unos 20 años que advierte Michel Wieviorka un eminente sociólogo francés, puede dar suma cero), o que un reciente estudio europeo realizado por un centro de estudios demoscópicos apunta que si las izquierdas pierden definitivamente el 30% de su electorado tradicional, nunca volverán a gobernar. Pues en ese camino estamos. En España todavía no ha llegado esta ola, pero la tenemos a la vuelta de la esquina. Mucha atención, que las tendencias son las que son, el nivel de desafección es altísimo y ya estamos en tiempo de descuento.

A todo esto, se me dirá que en Catalunya no existe ese peligro. Ciertamente, aquí el peligro es otro, y es, que el populismo “procesista” o nacional populismo (otra cosa es el independentismo de izquierdas genuino, que ni está ni se le espera), esté taponando la eclosión de la extrema derecha. El día que acabe el populismo “procesista”, y puede estar muy cerca ese día, puede ser favorezca al PSC según algunos analistas, pero puede ser también dé paso a un gran malestar social y frustración por los dos experimentos fallidos 15-M y 1-O, que no será vehiculado por VOX (todavía no tiene una Marine Le Pen), sino por movimientos cantonales de carácter reactivo y reaccionario, hablen en catalán o castellano, que favorecerán a todos los partidos de derecha nacionales y/o estatales (aquí no estamos en Francia, ni existen todavía las condiciones para un movimiento como el de los “chalecos amarillos”, ni la “Francia Insumisa” de Jean Luc Melenchon). Aunque nunca se sabe que puede pasar con la Rosa de Fuego de Barcelona, ​​que periódicamente suele sacudir las tranquilas aguas de la Cataluña acomodada.

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