¿Será el siglo XXI un siglo fracasado?

El director alemán de cine Werner Herzog, uno de los grandes directores vivos, es conocido por películas extraordinarias como Aguirre, la cólera de Dios (1972) o Fitzcarraldo (1982), que relatan la dureza y crueldad de la conquista de América, como un claro ejemplo de la capacidad de la locura humana.

Herzog cree que el siglo XX en su conjunto es un siglo fracasado. Un siglo de grandes utopías: el fascismo nazi que quería que una raza superior, la raza aria, dominara el mundo, o el comunismo que prometía el cielo en la tierra. Las terribles e inhumanas calamidades que provocaron son conocidas. El siglo XX fue también un siglo de un alocado crecimiento de la población, que pasó de 1.650 millones en 1900 a 6.000 millones en 2000. Un siglo en el que se implantó un modelo de consumo depredador de la naturaleza o un siglo que lanzó la primera bomba atómica, de la que después se han producido miles. Se podría continuar la lista de desastres.

Con este panorama, Herzog ha escrito el libro El crepúsculo del mundo, en el que relata la locura humana de un soldado japonés, Hiroo Onoda, que cuando Japón capituló al final de la Segunda Guerra Mundial, no quiso rendirse y estuvo escondido en la selva filipina durante 29 años. El libro es una reflexión sobre el sentido y, tantas veces, la falta de sentido de nuestra existencia.

¿Y qué podemos decir del siglo XXI? ¿Promete ser un siglo mejor, en el que los humanos han recuperado la razón y la sensatez? Parece todo lo contrario. Estamos sumando y sumando nuevas calamidades. Agravamiento de la crisis medioambiental, crisis sanitaria, crisis energética, crisis económicas, guerra en Ucrania, gran tensión en el mar de China, rearme generalizado con armas de gran poder destructivo y una creciente desigualdad intolerable. También podríamos continuar la lista.

La naturaleza se rebela. Aparecen fenómenos meteorológicos extremos: sequías, fuertes tormentas, macroincendios forestales, lluvias torrenciales, inundaciones, deforestación. Estamos maltratando la naturaleza y sufrimos sus efectos. Las consecuencias para la sociedad no son menores: transformación de la forma de vivir, el modelo de producción, consumo y trabajo, falta de agua y de alimentos, y algo aún más grave, afectación de la salud de las personas.

Somos los humanos quienes causamos las calamidades. Actualmente en el mundo habitan 8.000 millones de personas, y cada vez somos más. Nos agrupamos en pueblos y naciones. Todos queremos progresar más que los demás, aunque sea a expensas de los más débiles. De ahí la reaparición de los nacionalismos y del populismo. Rusia sueña con recuperar la grandeza zarista; China aspira a ser una gran potencia mundial; Estados Unidos, la gran potencia actual, quiere mantener su primacía. No hemos salido todavía de la guerra de Ucrania, generada por las pugnas nacionalistas de Estados Unidos y Rusia, que ya se anuncia un choque con China. Esta tensión ha llevado a una escandalosa carrera de rearme, a expensas de la seguridad y del bienestar de los ciudadanos.

¿Puede ser el siglo XXI tan o más desastroso que el siglo XX? ¿Cómo es posible que no se pueda impedir? Tras la Primera Guerra Mundial (1914-1918), el presidente estadounidense Woodrow Wilson, para evitar los conflictos entre pueblos y evitar más guerras, impulsó la creación de la Sociedad de Naciones (1920). Fue un proyecto fallido. Después de la Segunda Guerra Mundial, en 1946 se creó la ONU, que se ha demostrado útil en muchos campos, pero que ha fracasado en los grandes temas. En el G-8, formado por ocho países industrializados, podrían dialogar y pactar para encontrar soluciones a los conflictos. Desgraciadamente, no ha sido así.

El mundo es complejo, con culturas, visiones e intereses diversos, y hoy todo interrelacionado. ¿Qué hacer si ningún país por sí solo puede encarar los retos globales y ejercer un cierto liderazgo mundial? ¿Resolverlo bélicamente? Sólo el diálogo, la negociación, la colaboración y un cierto liderazgo multilateral de las grandes potencias, respetando a todos los pueblos, podrá conseguir la distensión y llevarnos a tiempos más pacíficos y prósperos. ¿Dónde están los líderes mundiales para conseguirlo? Como hizo el filósofo Arquímedes, ¿podremos salir a la calle y gritar: “¡Eureka!”?

Susana Alonso
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