El refugio irresponsable del victimismo nacionalpopulista

Terminado el proceso en su fase insurreccional más trumpista, con derrota de las fuerzas nacionalpopulistas, volvemos a una fase de normalidad nacionalista. Se caracteriza como siempre por el victimismo y la explotación oportunista y demagógica de los agravios, reales, inventados o exagerados, no con el objetivo de resolverlos, sino de empeorarlos (todos los agravios han empeorado con el proceso), para explotarlos aún más. El catecismo que se aplica es fácil de pronosticar: en caso de duda, se activa el victimismo, sea económico o lingüístico.

Ya conocemos el victimismo económico, ahora en forma de lamentarse por el déficit de ejecución de las inversiones, como si buena parte de ese déficit no fuera culpa exclusivamente de Cataluña. Hemos renunciado a ampliar el aeropuerto, y llevamos un retraso de diez años, por nuestra culpa, en el despliegue de las energías renovables. La parte que no es culpa nuestra no sólo nos afecta a nosotros, sino también a otras comunidades autónomas, con las que habrá que aliarse para que las inversiones periféricas se ejecuten más rápidamente.

Repetirlo mil veces no servirá para que dejen de decirlo los profesionales del victimismo, pero para que quede constancia, aquí va: España no nos roba, porque el déficit fiscal es el lógico (Mas-Colell dixit) cuando se paga por renta y se recibe por población. Este déficit es el resultado de comparar lo que Cataluña paga en total en impuestos con el valor económico de los beneficios que Cataluña recibe del gasto público de todas las administraciones (esto es lo que mide el saldo fiscal). El sistema de financiación de las comunidades autónomas (que es otra cosa: es cómo se llenan los ingresos de este nivel de la administración) no está pensado para perjudicar a Cataluña, sino que es un sistema muy mejorable que hemos construido entre todos, y que hay que reformar entre todos, y donde Catalunya no es ni mucho menos la comunidad más perjudicada.

También conocemos el victimismo lingüístico: el uso social del catalán merma en términos relativos, aunque goza de mejor salud que nunca, y esto se utiliza para echar la culpa a otros, cuando hace 40 años que Cataluña tiene las competencias de la enseñanza, la cultura y la política lingüística. Basta con pasearse (como hice hace unos días) por festivales extraescolares de final de curso por Barcelona y su área metropolitana para darse cuenta de que el idioma más hablado en la parte más poblada de Cataluña (y en otras) es el castellano, no por fastidiar, sino porque la gente es así. La inmensa mayoría están contentos de aprender y amar el catalán, al tiempo que no piensan dejar de hablar en castellano, ni de cantar canciones en inglés.

El fundamentalismo lingüístico ni cambiará las tendencias demográficas de una sociedad abierta en el espacio Schengen ni servirá para convencer a nadie de aumentar el uso de un idioma u otro.

Esta llorera que cada día convence menos, pero que todavía tiene seducida a mucha gente (es cómodo exportar las responsabilidades), es fruto también de una educación sistemática en el victimismo y la irresponsabilidad: Rahola, Bassas, y Dante Fachín fueron los comentaristas más presentes en los medios públicos en los últimos meses. Éste es el nivel de pluralismo y de exigencia pedagógica de nuestros medios, que no tienen ninguna intención de contribuir a la educación de la ciudadanía. Y no, la TV pública española no es peor, es mejor aunque no sea para tirar cohetes, porque a quien deberíamos tomar como ejemplo es a la BBC británica, de la que estamos a años luz.

Asumir responsabilidades estresa. La relajante adaptación al victimismo de personas que han cambiado de camisa, y que se pasaron 30 años sufriéndolo, supongo que se puede explicar en este contexto. Mientras, las reformas necesarias se van posponiendo, vienen obligadas por el marco europeo (activado en buena parte gracias al liderazgo del gobierno español) o son fruto de breves períodos de sensatez.

Han desvirtuado el autogobierno para el que lucharon varias generaciones de catalanes, nacidos o no en Cataluña. Hay un déficit de gobierno: cuando existe una emergencia, medio gobierno se va al extranjero a una fiesta de amigos disfrazada como reunión de partido. Volverán de la fiesta diciendo que es culpa de Madrid, y se quedarán tan anchos.

¿En qué mundo creen que vivimos? Este mundo no nos va a esperar.

Susana Alonso
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