¿Hay esperanza?

Si un día se acercase a nuestra casa alguien con un gran martillo y empezara a golpear compulsivamente las paredes sin ton ni son, llamaríamos a la policía, que detendría al agresor y le conduciría a observación médica por si había sufrido algún trastorno mental.

Esto es lo que ocurre cada día en nuestro planeta Tierra con la pequeña variación de que no es nadie de fuera, sino nosotros mismos, quienes empuñamos el martillo y producimos dos efectos letales: el aumento de temperaturas y la sobreexplotación de elementos, principalmente minerales, hasta la desaparición en pocos años. Con sordera y ceguera ignoramos las noticias y los informes científicos que nos lo dicen, quizás porque nos incomodan y cuestionan nuestro modelo de vida.

Por ejemplo, las 45.000 muertes prematuras al año en España –más de 120 cada día– por la contaminación atmosférica, según la revista Environmental Research. En el área metropolitana de Barcelona son 3.700, diez cada día. Sin contar los miles de personas afectadas por enfermedades respiratorias, muchas de ellas ya crónicas.

Hace tres años se quiso cambiar la expresión cambio climático por emergencia climática, porque parecía que la palabra cambio tenía connotaciones positivas y emergencia definía mejor la situación. Las instituciones aprobaron declaraciones con la nueva marca y nos quedamos satisfechos. Pero hemos encontrado disculpas para disimular la gravedad del problema: una pandemia y una guerra, que en buena medida son consecuencia de la emergencia climática, han tapado el problema de fondo.

Carsten Jensen, uno de los mejores escritores daneses, galardonado en varias ocasiones con premios como Olof Palme o Søren Gyldendal, escribió recientemente una impresionante carta titulada “El último discurso que hago antes de convertirme en un criminal”, con frases como las siguientes: “Si crees que puedes vivir como siempre has vivido, te equivocas; si crees que tus hijos tendrán una vida como la tuya, te equivocas; si crees que la desaparición de los insectos no convertirá a los imperios en escombros, te equivocas; si crees que los humanos no pueden vivir como ratas, te equivocas”. Días después le detuvieron en una acción de protesta.

Se han cumplido siete años de la encíclica Laudatio si, donde el papa Francisco dice: «Si alguien observara desde fuera la sociedad planetaria se sorprendería ante un comportamiento que a veces parece suicida».

Quizás impresione más las conciencias el más que probable y cada vez más visible colapso de las economías, como explica Salvador Clarós, quien dice que la sobreexplotación del planeta hace que cada vez sea más plausible el riesgo de colapso para las economías más dependientes de recursos no renovables y menos desacopladas del modelo industrial de producción y consumo en masa, y que la alta probabilidad de desabastecimiento de gas en Europa ha activado ya las alarmas.

El calor quizás no, pero nadie contaba con el frío y que fallaran las cadenas de suministro global afectando al consumo, encareciéndolo todo, disparando la inflación y poniendo en peligro puestos de trabajo.

¿Hay esperanza? Deberíamos cambiar radicalmente dos sistemas: el de producir y consumir energía para dejar de quemar combustibles fósiles y uranio y el de consumir compulsivamente.

Volviendo a Clarós, “en la expectativa de posibles escenarios futuros de desabastecimiento, Cataluña debe dotarse de una política industrial a largo y medio plazo que transforme estructuralmente el sistema productivo para ganar soberanía industrial, tecnológica y energética, así como incrementar la autosuficiencia alimentaria y de los recursos para una mayor resiliencia frente al cambio climático, de la limitación de las emisiones y contaminantes, y de las cadenas de suministro global”.

No lo estamos haciendo. El Plan Energético Proencat 2050 hecho público en febrero es una muestra de ello. Está redactado en base a dos etapas con objetivos muy modestos para la inicial hasta 2030 y otros para 2050 donde sí se define una Cataluña con energía 100% renovable. Excesiva poca ambición. Estamos en la cola de España y de todos los países avanzados que están revisando sus planes para hacer lo contrario: acelerar ya ahora la acción contra la emergencia climática y el cambio de sistema energético. Aquí estamos distraídos con otras cosas.

Susana Alonso
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