¿Estamos ante un nuevo telón de acero?

Llevamos dos meses largos de la guerra provocada por la invasión de Ucrania por parte de las tropas rusas. Las bajas en ambos lados que continúan aumentando y la tenaz, valerosa e inesperada resistencia de los ucranianos ha impedido por el momento, que Kiev y las ciudades clave caigan en manos de las fuerzas invasoras rusas. Es patente la frustración de Rusia, a sazón de la escalada bélica que están llevando a cabo como puede verse en el implacable bombardeo de Mariupol. Sin embargo, no es menos cierto que los fracasos de Rusia en el campo de batalla también crean oportunidades de paz, que esperemos ver pronto consolidados. Las negociaciones a tenor de lo que los media nos informan son complejas. Cada vez parece más plausible que el deseable acuerdo implicará alguna cesión territorial, por ejemplo, una autonomía regional para Donbas o dicho menos cortésmente, una anexión de esa región por parte de Rusia. También se ve probable que Ucrania acepte una neutralidad, por lo menos militar.

El conjunto de esta tregua (ya que no pacificación) se vislumbra como una nueva versión del “telón de acero” que vivimos a partir de los años 1946 según la célebre frase acuñada por W. Churchill. El “telón de acero” designaba la separación ideológica y física, establecida en Europa tras la Segunda Guerra Mundial entre la zona de influencia soviética en el Este, y los países occidentales. Esa barrera, emblema y frontera de la Guerra fría, tarda en caer más de 40 años, lo hace en 1989 con la caída del Muro de Berlín. Aunque los tiempos geopolíticos son sustancialmente diferentes, un “nuevo telón de acero” implicaría entre otras muchas cosas el peligro de que el viejo militarismo que invadió Europa resurja de nuevo; que Europa vuelva a estar dividida y que los recursos que estábamos dirigiendo a las prioridades sociales y económicas se reviertan en los ejércitos.

Entendemos que es una obligación moral que Europa en particular, pero también las grandes potencias que son EUA, China y Japón, hagan todo lo posible para construir rampas de salida de este terrible conflicto para ambos contendientes. De no ser así el riesgo de una confrontación nuclear y un nuevo telón de acero no es trivial. Sea cual sea el resultado de la contienda, nuestro mundo será diferente al vivido en el antiguo equilibrio (por no llamarlo período de miedo permanente) de la Guerra Fría o de la engañosa estabilidad de las últimas décadas. Al intentar configurar los perfiles de este nuevo mundo, una incógnita mayor es el papel de China. Los expertos en geopolítica auguran que la OTAN emergerá más fuerte e incluso políticamente más popular y que Rusia se convertirá en un estado en gran parte aislado de la economía internacional y empobrecido. Quizás lo más terrible es que Europa se habrá partido con un nuevo telón de acero y con los ejércitos y servicios de espionaje de todos los países dispuestos a enfrentarse en cualquier momento.

A todo ello, habría que aumentar el gasto militar con la inevitable reducción de las partidas destinadas a educación, atención médica, acción climática y sostenibilidad, servicios sociales, etc. Muy probablemente, la guerra de Ucrania afectará a las sociedades y naciones alterando lealtades políticas, actitudes sociales y en general los planteamientos reduccionistas y egoístas se ampliarán, rompiéndose o deteriorándose los lazos comerciales, culturales y políticos con Rusia. Para más inri, los daños y perjuicios de esta guerra también alcanzarán a Asia, África y a toda América donde el autoritarismo y el militarismo irán de la mano. Todo ello sin olvidar que el cese de las entregas de trigo provenientes de Rusia y Ucrania (dos de los principales exportadores de cereales del mundo) puede conducirnos a una crisis alimentaria mundial. En tales condiciones, los políticos, pensadores y activistas progresistas harían bien en buscar y encontrar medios para resistir ese autoritarismo y militarismo y mantener nuestras prioridades relativas a la salud, educación y justicia socioeconómica. El impacto global de la guerra en Ucrania está desplegándose y parece difícil de prever cómo va a evolucionar, especialmente ante un intolerante Sr. Putin. Es esencial que el mundo progresista analice con sumo cuidado la situación y en cuanto sea posible se catalice la salida del conflicto para avanzar en las prioridades que nos lleven a un mundo en paz.

Susana Alonso

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