«Hemos vivido en una atmósfera tóxica en todos los pueblos»

Entrevista a Robert Sanahuja

Robert Sanahuja

Miembro de Federalistes d’Esquerres desde 2017, cuando un grupo de gente del Penedés y del Garraf se sumó a la asociación. Ha trabajado en la Diputación de Barcelona. Fue regidor del Ayuntamiento de Vilanova y la Geltrú, y milita en el PSC.

 

Su entorno y, en general, lo que entendemos como territorio ¿Es un océano, un mar menor nacionalista, o todo lo contrario?

Ha tenido periodos. En un principio, era un mar menor, muy diferenciado de los pueblos de la costa. Pero a medida que nos alejábamos de ella, hacia el interior, esto ya empezaba a tener pintas de océano. La corriente iba al revés. El nacionalismo, el independentismo, se fue adueñando de todos estos pueblos.

¿El fenómeno es más bien reciente o viene de lejos?

Hay precedentes históricos. En las zonas donde el carlismo estuvo más arraigado ha nacido un cierto independentismo. Esto, que se ha notado mucho en los pueblos, ya tenía un caldo de cultivo en 2010. Mientras, en Vilanova, por ejemplo, resistía mucho más, porque era una ciudad industrial, con otro perfil demográfico. Pero en Vilafranca, Sant Martí, Sant Quintí de Mediona, e incluso Sant Sadurní, ya veías que la cosa iba en auge.

¿Y más atrás, durante la guerra civil del 36…, no había ya un nacionalismo que intentaba abrirse paso?

Yo diría que no. Durante la guerra hubo muchos franquistas que dominaban el territorio. Las élites eran franquistas. Hasta bien entrados los años 60, no hubo movimientos de oposición al régimen. Muchos de ellos nacieron al lado de la Iglesia. Fue ella quien se acercó a los grupos, les dio un soporte e incluso medios para poder reunirse y desarrollarse. Cosa que, en todo caso, no ocurrió hasta los 60, 70, a finales del franquismo. Luego, con la democracia, la mayoría de estos pueblos tuvieron ayuntamientos de CIU y socialistas.

¿Además de las Iglesias, formaban parte de las élites propietarios, caciques o figuras más bien propias del Antiguo Régimen?

No mucho. Las antiguas estructuras, con más arraigo en el territorio, ya habían sido superadas por el desarrollismo, las fábricas y los polos industriales.  Cosa que produjo una mezcla con la emigración que fue llegando para cubrir la demanda de mano de obra. San Sadurní, con la toda la industria del cava; Vilanova, con Pirelli y la fabricación de cables… En estos territorios fue muy significativa la emigración en los años 60. Muchos de ellos y sus hijos y nietos siguen siendo castellano-hablantes, pero va por barrios. Cosa que últimamente se nota cada día más. Tenemos ejemplos de padres castellano-hablantes que pasaron a ser catalano-hablantes. Cuando se hizo toda la integración en la escuela, el catalán tenía mucho predicamento y la gente lo aprendía. Esto ha cambiado. Los castellano-hablantes siguen siéndolo. Se comunican en castellano, y ya no se interactúa como hace diez o quince años.

¿Y cómo se siente un navegante federalista en estas aguas procelosas?

Ahora, nos sentimos como una llamita que luce por ahí, y que debemos seguir alimentándola. Cosa que no ha sido así en los últimos años. Hemos vivido en una atmósfera tóxica, hasta física, en todos los pueblos. Todo cubierto de símbolos independentistas. Un mar, realmente. Las carreteras, las entradas de las poblaciones, su interior… Todo esto crea una imagen, que afectó también a las relaciones de los mismos ciudadanos. Los no independentistas fueron excluidos de todo. Cordón sanitario. Y esto continúa hoy en día. En Vilanova, por ejemplo, gobiernan los independentistas, en una coalición Esquerra, CUP, Junts per Catalunya, sin tener para nada en cuenta a los demás grupos. Y las relaciones familiares también se han resentido, y mucho. La gente ha dejado de hablarse. Si sabes que alguien piensa así, pues dejas de hablarle. En los pueblos había una relación muy cordial entre todo el mundo. No se ha llegado a discriminar del todo la asistencia a bares o tiendas según adscripciones política, pero sí un poco. Aquello de ir a comprar y mirarte mal. Y, desde luego, a la hora de contratar, los gobiernos independentistas no han tenido ninguna vergüenza en favorecer a los suyos con los planes de inversiones, compras, subvenciones…

¿Quiénes son peor vistos por el independentismo, los llamados “charnegos”, los “botiflers”, los castellano-parlantes…?

En el independentismo de aquí ha habido una mezcolanza. Se han unido a él muchos castellano-hablantes, por circunstancias diversas. En todos estos pueblos resultan significativas las entidades dedicadas al folklore: “castellers”, “bastoners”… Todo esto que iba alrededor de la fiesta mayor era un núcleo de poder independentista y de propaganda. Han llevado a los “castellers” a pasearse por todo el mundo, con la “estelada”. Aquí hay gente de todas partes. Es como la mano de obra del independentismo… Todo ello con gestos como bailar detrás de la iglesia o del ayuntamiento, en vez de delante, en función del color político… Son movimientos excluyentes, que enrarecen aún más el clima, porque la gente deja de participar.

¿En cualquier caso, a pesar de las quejas de pasividad por parte de los no nacionalistas, quizás habría que agradecer que no haya llegado la sangre al río?

Este era nuestro temor. Veíamos que aquí se podría producir un enfrentamiento. Todo ello, en medio de una crisis económica muy profunda, que nos obligaba a pensar en como sobrevivir. Ahora estamos entrando en un nuevo ciclo, en el cual la presión independentista ha bajado mucho. Ya no tenemos todo cubierto de propaganda. Empezamos a recuperar cierta normalidad local. Algo que en sí mismo es ya importante. Ya no tienes la opresión aquella. Además, hay muchas voces que dicen que esta gente ni gobierna, ni sabe gobernar el día a día, ni quiere hacerlo. Su relato es monotemático.

Pero la realidad, como el viejo topo, sigue excavando bajo la superficie aparente…

Creo que ahora estamos así. Esta gente todavía está en su pedestal, hablando de lo suyo, pero la realidad, pura y dura, es que Europa en su conjunto ha iniciado un proyecto para salir del tsunami Covid con unas ideas renovadas. Algo que parte de Piketty y otros, y que ratifica Van der Leiden. Están en la misma línea: tenemos que construir un modelo económico, que no destruya el planeta, en unos plazos concretos; con medidas escalonadas; va a haber dinero para esto; nos vamos a preocupar mucho de la juventud…

Todo ello, de manera natural, en clave federal…

Claro. Estas son las luces que ahora tenemos y que debemos alentar para transformar, en nuestro caso, las estructuras del Estado. Creando en la sociedad una cultura de que este es el sistema: entendernos entre nosotros. Se acabó eso de estar peleado con el vecino. La iniciativa sobre la unión de dos pueblos de Extremadura, Villanueva de la Serena y Don Benito, es una buena noticia, porque las economías de escala y los beneficios que se derivan de ella pueden ser importantes. Esto es un intento de superación de aquello de que mi enemigo es el del pueblo de al lado.

Cosa que, en el caso de Cataluña y no solo de ella, empieza y se traduce en pelearse en primerísimo lugar con tus propios convecinos, con quienes no comparten tu particular visión de las cosas…

Este es el principal problema. El del círculo vicioso de catalanes contra catalanes. Que no se traduce, como muchos dicen, en una mitad contra la otra, sino en una clase dirigente contra la mayoría del pueblo de Cataluña. Y se puede producir algo más grave todavía, porque si esto no se arregla bien vamos a tener dos Cataluñas diferentes, partidas, incluso territorialmente. Una especie de Bélgica. La Cataluña de las ciudades y la de los pueblos.

Amenaza cuya superación pasa también por el federalismo para los pueblos…

Los modelos que nos han llevado al independentismo han hecho que las relaciones se hayan roto, no solo entre las personas, las familias y dentro de los pueblos, sino entre los mismos pueblos. Nosotros creamos las mancomunidades, que ya era algo de federalismo. El federalismo no es solo cosa de los Estados. Tiene muchos niveles en los que se puede aplicar. Esta zona es deficitaria de agua y estamos suministrando agua a todos los pueblos del Penedés y del Garraf sin ninguna dificultad, porque recurrimos a un modelo de colaboración federalista.

¿Luz, en fin, a la salida del túnel?

La forma de llevar la gestión sanitaria con el Covid, la conferencia de presidentes, y otros signos de acercamiento interterritorial ponen de manifiesto que el federalismo no solo es conveniente, sino algo sencillo, fácil de entender y aplicar.

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