Las fiestas de Gracia en Barcelona empezaron con polémica: primero por el pregonero y después por la actitud contestataria de una parte del público y por la acción del mismo pregonero.
Ada Colau eligió a Jordi Cuixart para que hiciera el tradicional pregón, lo cual hizo que los representantes de Ciudadanos, PP y BCN por el Cambio no asistieran. Pero el lío se inició cuando Colau intentó tomar la palabra para agradecer a Cuixart sus palabras.
Entonces fue el momento en que un grupo de independentistas silbó a la alcaldesa, lo cual provocó unas lágrimas a Colau. Pero lo más sorprendente, quizás, fue la actitud de Cuixart. El presidente de Òmnium Cultural apartó Colau del micro y pidió silencio.
Creo que la acción de Cuixart podría calificarse de machista, pues un hombre fue a salvar a la doncella. Además, denota cierta soberbia por parte del líder independentista. Y, además, deja claro que no tiene ningún reconocimiento por la autoridad, como lo es una alcaldesa. Cuixart es la misma persona que en 2017 entraba y salía del Palau de la Generalitat y marcaba la agenda al presidente catalán.
Aun así, me pregunto: ¿quién ha votado a Cuixart como representante político? La respuesta es clara: los socios de una entidad privada cómo Òmnium, una organización fundada en los sesenta por cuatro catalanes decepcionados con el franquismo pues la dictadura no permitía actos culturales en catalán.
Esta nueva pitada a Colau provenía de los mismos que la insultaron en la toma de posesión en verano de 2019. Entonces, no aceptaban haber perdido unas elecciones.
Quizás Colau tendría que tener en cuenta que con un grupo importante de independentistas no se puede llegar a ningún acuerdo. Para ellos, Colau y su formación son los enemigos a batir, del mismo modo que lo son todas las formaciones políticas que no están de acuerdo con la independencia de Cataluña. En Gracia, con mucho calor, a Colau le faltó saber imponer su cargo ante un hombre: ella es la alcaldesa y no necesita que nadie la defienda como un Tirant lo Blanc medieval.
