«Cualquier frontera es un límite a la razón y a la igualdad»

Entrevista a Félix Ovejero

Félix Ovejero | Foto: Àngel Guerrero

Profesor de la Universidad de Barcelona. De izquierdas, tuvo que ver con la fundación de Ciudadanos. Se ha dedicado a la teoría de las ciencias sociales y en los últimos años ha trabajado sobre los problemas normativos y morales del nacionalismo. Entre otros libros, ha publicado Proceso abierto. El socialismo después del socialismo, El Compromiso del Creador, y La deriva reaccionaria de la izquierda.  Ahora sale a la calle Secesionismo y democracia (Página indómita”).

 

Secesionismo y democracia ¿Antagónicos, compatibles, competidores…?

La idea esencial del libro es que hay una tensión de principio entre las tesis secesionistas y la mejor idea de democracia, deliberativa, republicana. Si una democracia es una comunidad de justicia y decisión (donde todos nos sentimos comprometidos con las decisiones que adoptamos entre todos, atendiendo a los intereses de todos, y todas las voces) en el momento en que amenazas con romperla, sustituyes los procedimientos de argumentación, de justicia, por el chantaje y la fuerza. Precisamente por eso, los principios invocados en la Revolución francesa (yo siempre lo recuerdo), no eran solo libertad, igualdad y fraternidad, sino también el de unidad indivisible de la patria. Porque si puedes amenazar con romperla, también el principio de igualdad y justicia deja de operar.

¿La secesión es siempre lineal, unívoca, o se construye, y adquiere diferentes, digamos, formatos?

En el libro repaso las diferentes teorías de la secesión, y solamente hay una en la que está justificada, que es precisamente aquella donde no hay democracia. Si un segmento de la población es excluido, privado de derechos, cuando no se cumplen los requisitos fundamentales de ciudadanía, uno deja de estar comprometido con las decisiones. Pero, precisamente por lo mismo, en el momento en que desaparecen esas condiciones de excepcionalidad y privación de derechos, entonces estás atado por el vínculo democrático. Porque el secesionismo lo que busca es convertir a los conciudadanos en extranjeros; es decir, privarlos de derechos, al excluirles de la comunidad política. Para cualquier persona de izquierdas y diría que casi liberal, que contemple una idea más amplia de humanidad posible, cualquier frontera es un límite a la razón y la igualdad.

Privación que nos lleva a la idea de propiedad, tan querida de los secesionistas…

Hay una concepción errada de lo que es el territorio político, lo más comunista que hay: todo es de todos sin que nadie sea dueño de parte alguna. Barcelona no es de los barceloneses, Cataluña no es de los catalanes, ni Madrid de los madrileños. Cuando estoy en Sevilla tengo los mismos derechos ciudadanos que cualquier sevillano. Somos conciudadanos en el sentido pleno. No hay nadie que sea propietario del territorio político. Eso era cosa del régimen señorial. En el territorio político moderno no cabe excluir a nadie, como excluyo a quien quiero de entrar en mi casa. Cosa que tiene muchas implicaciones, como, por ejemplo, no cabe calificar a alguien de non grato. Precisamente, el concepto de propiedad se enmarca sobre ese territorio compartido. Soy dueño de una casa, pero no incondicionalmente, sino porque hay previamente algo común que está marcado sobre ese espacio jurídico que es la ley. La ley de todos me permite hacer ciertas cosas en mi casa, pero no, por ejemplo, ponerme a fabricar anfetaminas.

¿Así las cosas, el secesionismo acaba reduciendo las cosas a una lógica futbolística, como si más allá del partido no existiera nada?

Mi libro no se ocupa específicamente de Cataluña. Se ocupa de los argumentos teóricos, de concepto. Pero, en cualquier caso, todo lo que se ha dicho de que Cataluña está explotada por España, lo de las balanzas fiscales…, ya sabemos que es falso. Pero es que, además, hay un marco mental previo viciado. Al final, si Barcelona transfiere más riqueza a las arcas de la Generalitat que otra población ¿Hablamos de explotación? ¿Por qué no en el caso de Sant Gervasi, o Marbella? Uno que vive en Barcelona tiene que ver mucho más con alguien que vive en Madrid, o uno de San Gervasio con otro del barrio Salamanca. Desde luego, mucho más que con alguien que viva en una aldea del pre-Pirineo. El problema es dar por supuesta una unidad de soberanía. Las fronteras no se votan, porque para votar se necesita previamente establecer quién vota, con lo cual se ha trazado un perímetro. Hay un territorio político común, que es determinante. Y, si nos importa la igualdad y la democracia, cuanto más amplio mejor.

Volviendo a la propiedad, ¿Cómo interpretar la llamativa querencia soberanista de los nacionalistas, y no solo de ellos, tan a la page?

Este libro, de alguna manera, es un desarrollo del que dediqué a la deriva reaccionaria de la izquierda. El nacionalismo, y, la izquierda reaccionaria, sostiene que somos diferentes porque tenemos una identidad, podemos negarnos a redistribuir y votar con los demás. Eso es el Antiguo Régimen. Si nos tomamos en serio la herencia de la Revolución francesa y el socialismo, no cabe justificar privilegios en virtud del origen. Por lo demás, si cada comunidad autónoma es soberana, todos perdemos. Es lo que pasa con Madrid. Los madrileños, se dice, no pagan impuestos. En realidad, lo que sucede es que, amparándose en unas propuestas fiscales que Cataluña impuso al conjunto, de establecer unos impuestos diferenciales, han optado por eliminarlos. Desaparece el impuesto de sucesiones, que me parece fundamental en una sociedad progresista. Si cada uno puede poner sus leyes ambientales o laborales, para atraer empresas, todas acaban por eliminarlas. Y cuanto más local menos competencias se tienen. No tiene ningún sentido que los vecinos de mi escalera decidamos una política medioambiental. El ecologismo, por ejemplo, exige un espacio político amplio, con poder real. Si a EE.UU. llega un gobierno trosquista quizá pueda cambiar algo en el mundo. Si ocurre eso en un pueblo es un chiste. Reducir el espacio de decisión acaba produciendo lo que hemos visto: más corrupción, clientelismo, tráfico de influencias, intimidación colectiva, compra de votos… Ese vínculo entre autogobierno y proximidad geográfica es una vieja metáfora que no se sostiene.

Cosa de la que quizás sabe bastante Jordi Pujol, que fue quien abrió la puerta de los dineros a cambio de favores políticos, en vez de contribuir a objetivar un régimen fiscal equitativo y transparente.

La idea de un federalismo desigualitario es contradictoria in terminis. Una Comunidad no puede tener un trato singular. Las dos ciudades con más identidad propia son Huesca y Lugo, porque en ellas no hay movimiento. Hay razones para pensar que se producen economías de escala con una Administración común ¿Qué sentido tiene que cada uno tenga, por ejemplo, un sistema antiincendios o negociar la compra de medicinas a pequeña escala? Yo no tengo una especial devoción por España, simplemente es el espacio democrático más amplio de organización de mi ideal de ciudadanía. Y si mañana disolvemos nuestras fronteras dentro de una comunidad más amplia, mejor.

¿Constituye, digamos, la instrumentalización de las identidades uno de los problemas más actuales y acuciantes, a escala planetaria?

Es uno de los argumentos más inquietantes, que más trampas ha tendido y que ha atrapado al pensamiento de izquierdas. Identidad tenemos todos, porque venimos de alguna parte. No somos significantes vacíos.  Pero la identidad tiene muchas dimensiones. Y no es, como tal, defendible. Lo de porque yo era alguien tengo que ser siéndolo es una bobada. La emancipación consiste precisamente en escapar a las constricciones de nuestras propias biografías, a la tiranía del origen. Lo otro es venerar la tradición. Además ¿Qué es lo que constituye fundamentalmente la identidad? ¿La lengua? Eso es poco creíble. Comparto una lengua común con una campesina boliviana. Sin embargo, tengo mucho más en común con alguien de Madrid. Los catalanes actuales no podrían mantener una conversación con un catalán de 1714, porque no entenderíamos nada de ellos, y viceversa. Es un disparate argumentar que no es posible comunicarse con otros que no comparten tu identidad. Para empezar, no hay una identidad común catalana, y si la hubiera no justifica que nos pudiéramos convertir en una unidad de soberanía.

¿Y qué decir de la injerencia de lo privado en los asuntos públicos, como ocurre en Cataluña con Omnium y la ANC o, sin ir más lejos, que Facebook decida borrarte, como le ha ocurrido a usted?

Me han restituido la cuenta porque el grupo en Europa de Ciudadanos ha intervenido. Pero el asunto es grave. Que una entidad privada, no sometida a ningún control democrático, ostente la posibilidad de acallar opiniones, no es tolerable.

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