Retrospectiva

En esta España descentralizada a borbotones, el tiempo ha ido desarrollando una cultura nacionalista perimetral competitiva entre autonomías. Mientras la España del interior se vaciaba hacia su perímetro y hacia el centro, Madrid representaba lo que siempre representó Castilla, la vocación de mantener unido al conjunto con una visión centralista, quizás por la circunstancia de ser capital y sede del gobierno. En eso, Madrid era diferente.

En los últimos años hemos vivido el debilitamiento del estado del bienestar, con la descapitalización de la investigación, la sanidad, la educación, y el aumento de las desigualdades y la pobreza. Todo esto, a causa de los años de gobierno de la derecha y la crisis económica anterior. “El milagro económico” generado en la etapa de Aznar tuvo sus bases en la venta de empresas públicas y en una burbuja urbanística provocada por los cambios legislativos que permitían la especulación del suelo. Esto facilitó el aumento de ingresos en la administración, la urbanización desenfrenada, la corrupción y la falsa creencia que todos podrían acceder a una vivienda. Era pan para hoy y hambre para mañana. El tortazo nos vino sin colchón. De esa situación, los herederos de Aznar dijeron que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades y nos vimos rescatando a la banca con nuestros bolsillos vacíos y a sus dirigentes marcharse con pensiones millonarias. “Rescate” que no tuvo contrapartida para los ciudadanos.

A principios de 2020, Pedro Sánchez consiguió formar un gobierno de izquierdas después de una moción de censura a Mariano Rajoy y dos procesos electorales. Todo, propiciado por la corrupción del PP, la escisión de la derecha y el soporte de los partidos nacionalistas periféricos que empezaban a participar en la política española, al albur de sus propios fracasos independentistas. Este país necesita cambiar su modelo económico, asentado en una deficiente industrialización, en la deslocalización de empresas, en la dependencia excesiva hacia el turismo y la construcción, y poco sostenible desde el punto de vista medioambiental. Además, es obvio que el despliegue del estado de las autonomías ha llegado a su fin y necesita que alguien lo empiece a ordenar. Trabajo ingente y complicado, con un gobierno que requiere de muchos actores para gobernar.

Casi sin tiempo para organizarse, la pandemia vino y mandó a parar. Sin embargo, el gobierno ha ido aprobando leyes importantes y dispone de presupuestos para acabar la legislatura. La pandemia ha puesto en el escaparate nuestras propias deficiencias y el gobierno ha introducido la cultura de la coordinación entre autonomías, imprescindible en un estado descentralizado con vocación de federal.  Ante una situación tan grave, se espera que una oposición responsable se comporte patrióticamente y arrime el hombro. Pero el PP no apoya ni proyectos de reconstrucción, ni leyes que amplían derechos ciudadanos, ni se presta a renovar órganos institucionales y se opone a cualquier propuesta relacionada con la pandemia o con el modelo territorial.

Por ende, ha utilizado el gobierno de Madrid para enfrentarse al gobierno español, hasta el punto de desarrollar un discurso que nos recuerda los movimientos nacionalistas independentistas periféricos. Ahora se habla del “procés” madrileño y Ayuso nos recuerda en actitudes e ideología a Torra.

Susana Alonso

El PP ha ganado las elecciones en Madrid con un discurso identitario y victimista, apelando a conceptos que ilusionan a una ciudadanía castigada por la pandemia. Pero la realidad es que durante dos años no ha aprobado más que dos decretos, uno de ellos para eliminar el permiso de obras para empezar a construir. A la larga, estos discursos devienen en falta de recursos para políticas públicas, desregulación y pelotazo, huida de empresas, empobrecimiento, aumento de las desigualdades y perdida de cohesión social.

En Cataluña, tras años de desgobierno, los partidos independentistas se pelean por el poder, sin cambiar sus relatos triunfalistas. En Madrid imitan el modelo y ponen rumbo a Ítaca sin apercibirse de que a los de aquí el barco ya se les hunde, aunque el mástil aún flote y los que miran desde la costa aún no lo noten y todavía no sepan que ni siquiera Ítaca existe y que no hay rumbo que mantener.

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