Roma no paga traidores

De origen incierto, la frase Roma traditoribus non praemiat (Roma no paga traidores) nos recuerda que quien comete una traición no obtendrá recompensa. El latinajo aún mantiene su vigencia. Si no, que se lo pregunten a Jaume Alonso-Cuevillas, que ha osado recientemente contradecir la sacrosanta vía juntista de ruptura institucional. Si bien es cierto que el abogado y exsecretario segundo de la Mesa del Parlamento no puede alegar ignorancia, sabía dónde se metía, también lo es que el amigo de Carles Puigdemont sólo cuestionó en voz alta lo que muchos hacen por lo bajini, la efectividad de desobedecer en el Parlamento para confrontar el Estado. Refiriéndose a hipotéticas propuestas contra la monarquía y en favor de la autodeterminación, el letrado dijo: «No sé si tiene sentido que te inhabiliten por haber tramitado una resolución que no lleva a ningún sitio». Antes, sin embargo, ya se abstuvo en la delegación del voto del exconseller Lluís Puig, expatriado en Bruselas, argumentando que era su cliente.

De acuerdo, llama la atención que justamente niegue la mayor quien estaba llamado a apoyar jurídicamente la confrontación que la presidenta del Parlamento, Laura Borràs, esgrimió como leitmotiv de mandato en su discurso inaugural. Sin embargo, cuesta poco o nada suscribir casi al cien por cien el argumentario de Cuevillas. Como decía Albert Einstein, «si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo». La confrontación fue una vía explorada en la pasada legislatura. En ningún caso, los resultados fueron los que el independentismo buscaba, al contrario; entonces, ¿por qué empeñarse en mantener un rumbo que te lleva inequívocamente a la deriva? Así, aplicar el criterio einsteiniano no parece descabellado, aunque sólo sea para intentarlo por una nueva vía.

Lo que hizo Cuevillas es subrayar un debate existente en el independentismo. O mantenerse erre que erre en el choque contra el Estado, que defienden Puigdemont y Jordi Sánchez, entre otros, o buscar vías alternativas al tiempo que se ensancha la famosa base independentista para desempatar el partido, que defiende buena parte de ERC, Cuevillas y un sector silenciado de la posconvergencia. Lo que parece lógico es concluir que con un empate técnico entre los que quieren separarse de España y los que lo rechazan no se va a ninguna. La una mitad tendrá que convencer a una parte de la otra para salir del callejón sin salida en que nos hemos metido.

Lo que no parece la mejor manera de arreglar nada es cortarle la cabeza al discrepante. Ya se hizo sin éxito en el pasado, cuando el exconseller de Empresa Jordi Baiget osó sincerarse: «El Estado tiene tanta fuerza que probablemente no podremos hacer el referéndum. ¿Se aprobará una norma para que se pueda hacer? Sí, pero en el minuto uno vendrá la suspensión». También entonces Puigdemont optó por la guillotina como mejor solución al problema. O después con la consellera Àngels Chacón. No se puede construir un país mejor con la idea de desterrar aquel que discrepa.

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