El año de la marmota

Usando la muy sudada metáfora de la marmota, justo hace un año que cada día suena I Got You, Babe en el despertador de la humanidad. Como le pasaba al arrogante meteorólogo Phil Connors (Bill Murray) en la película Groundhog Day, cada día vivimos el mismo día. Un estúpido virus (la impotencia lleva al insulto…) ha sido el culpable de la dramática homogeneización. Un año inolvidable, en el sentido negativo de la expresión. La gente suele recordar qué hacía en el momento en que ocurrieron hechos extraordinarios, tales como cuando el hombre pisó la luna, o cuando asesinaron John F. Kennedy, o cuando los atentados de las Torres Gemelas en Nueva York. Cuando comenzó la pesadilla de la covid-19 yo estaba en Igualada, mi ciudad natal, que resultó ser, desgraciadamente, el epicentro de la pandemia en Cataluña.

El 12 de marzo de 2020 (ayer hizo un año), la igualadina Alba Vergés, consellera de Salud del Govern, sollozando, deseaba lo mejor para su ciudad, Igualada, tras anunciar un confinamiento sine die. Con Igualada se aislaron también las ciudades periféricas: Vilanova del Camí, Santa Margarita de Montbui y Òdena. En total, casi 70.000 habitantes que, a partir de entonces, quedaban encerrados en casa, bajo llave, hasta nueva orden. Al día siguiente, el 13 de marzo de 2020 (hoy hace un año) las calles de las citadas ciudades mostraban un vacío estremecedor. El virus de la covid-19 se había hecho fuerte en el hospital de la capital de la comarca de la Anoia y, como un gremlin mojado, se extendía dramáticamente. Después vino el toque de queda general y la Conca d’Òdena (que es como se llama a la depresión que forman los municipios confinados) pasó a ser doblemente confinada, hasta 25 días. Unos largos días en que el tiempo se detuvo. Después, Igualada y su entorno abandonó su condición de conejillo de indias y se incorporó al rebaño, que todavía pasta mirando de superar la pesadilla del virus, ahora ya de manera colectiva.

Un año después, a lo lejos, se divisa luz al final del túnel. Dicen que las vacunas nos volverán a la normalidad. Edward Jenner los escuche. De momento, la humanidad sigue en libertad condicional. Atrás queda un año en el que todos, sin ser el Ramon Julián, hemos aprendido a escalar y desescalar restricciones muy engarzadas, o, sin ser Laird Hamilton, hemos aprendido a surfear las gigantescas olas de la maldita covid-19. Cuando los tsunamis se retiran, por donde pasaron se hace visible el desastre. Como decía o decían que decía Atila, el rey de los hunos y azote de Dios, «por donde mi caballo pisa no crece la hierba». Deseamos ver crecer la hierba en Igualada, en la Conca d’Òdena, en Cataluña y en el mundo entero. No obstante, habrá que abonarla mucho y muy bien porque durante este tiempo que destinábamos, con la lógica de la supervivencia, a salvar vidas, hemos desatendido muchos otros aspectos y el mundo se ha convertido en un espacio menos respirable.

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