La elección de Joan Laporta acabará en un mar de lamentaciones azulgrana

La mayoría de socios tropiezan por segunda vez en la misma piedra y vuelven a confiar en este abogado

La historia se repite. El regreso de Joan Laporta no sólo parece un ‘déjà vu’ siniestro, una pesadilla recurrente del barcelonismo, sino la confirmación de su inclinación de tropezar dos veces en la misma piedra. 

El paralelismo resulta tan evidente como en su día lo fue el insufrible paso de Louis van Gaal por el banquillo del FC Barcelona, un entrenador holandés que con su mediocridad y arrogancia provocó la dimisión de Josep Lluís Núñez en el año 2000 y la de Joan Gaspart en 2003.

Como resultado de aquel primer siniestro, el ‘nuñicidio’, Gaspart acabó siendo presidente y gracias a la negligente actuación de éste se dieron las condiciones para la llegada de Laporta al palco.

Exactamente igual que ahora. Tras la excelencia de Sandro Rosell entre 2010 y 2014, que fue abatido como Núñez, víctima del fuego amigo disparado desde la Plaça de Sant Jaume y luego también encarcelado por delitos inexistentes, el continuismo de Josep Maria Bartomeu acabó generando esa frustración y cabreo social previos a las elecciones.

 El voto de castigo a Gaspart, como el de Bartomeu, ha convertido a Laporta en una especie de condena añadida y en una trampa en la que el socio del Barça, completamente obnubilado, ha vuelto a caer. De otro modo no parece explicable que Laporta acabara siendo presidente después de liderar el Elefant Blau y ahora de nuevo presidente tras abocar al Barça al pozo económico de 2010.

En este juego de acción y de reacción, la dinámica de esta alternancia induce a pensar que la elección de Laporta será, más tarde o más temprano, un torrente de lamentaciones. 

Núñez afirmaba que al socio no se le puede engañar. Otra cosa es que, por falta de liderazgo, el socio se acabe engañando a sí mismo.

 

CONCENTRAR EL FUEGO CONTRA BARTOMEU

En la trastienda de estas elecciones al Barça, el poder y el aparato del soberanismo han jugado bazas clave sobre todo creando la atmósfera y el decorado idóneos para el regreso de Joan Laporta. Se trataba de liberarlo de esa carga que podía suponer un freno para sus expectativas, alejar su imagen de cuando defendía que él era “desacomplejadamente independentista”, para situarse en un estadio de menos compromiso con el “proceso” y más con el FC Barcelona.

Lo importante, sin embargo, era promover un estado de opinión previo y agudo contra Josep Maria Bartomeu, haciendo recaer sobre su figura y cargo la máxima responsabilidad de todos los errores y fracasos deportivos. Una organizada campaña en su contra, especialmente en las redes y en los medios de mayor peso, completada con la detonación calculada del Barçagate y de la organización, promoción y ejecución de un voto de censura.

El remate a cargo del Govern, permitiendo votar en plena crisis pandémica y en estado de alarma, dejó bastante clara su implicación. Lo mismo que, cuando fue preciso, los Mossos d’Esquadra cayeron sobre Bartomeu al principio de la semana final de las elecciones, noche incluida en el calabozo.

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