El ángulo oscuro

La sociedad catalana, como casi todas, más allá de su dinámica natural, su vida institucional y su discurrir abierto y democrático, tiene también una parte oscura. Esta dimensión no evidente está hecha de pulsiones de poder ejercidas de manera descarnada, donde intervienen la política y el dinero con asociaciones y defensa de intereses poco presentables y donde, muy a menudo, el cuarto poder de los medios de comunicación se encuentra totalmente involucrado.

Si estos sótanos donde se tejen alianzas e intereses y se intercambian favores existen siempre, ya que son inherentes a una cierta condición humana y a la pulsión de poder, en períodos de cambio y de transición suelen tener aún más relieve y significación. Las épocas inciertas, abiertas, resultan una ocasión muy propicia para los aventureros y los saltimbanquis.

En las postrimerías del franquismo, cuando la transición política parecía inevitable pero aún no se había iniciado, había muchos personajes y grupos de intereses que intentaban posicionarse de cara al futuro, marcando distancia del régimen con el que habían convivido sin demasiados problemas y que, en muchos casos, les había facilitado enriquecerse. Había que poner huevos en una nueva cesta. También había personajes que, más que vocación de política, lo que pretendían era situarse en el sistema de poder político que traería la democracia, que se movían de manera intensa para disponer de recursos y contactos que los ubicasen en un buen lugar en la parrilla de salida para ocupar el sistema institucional que seguro se crearía. Era aquello tan lampedusiano de que todo cambiará, pero de lo que se trata es que todo siga básicamente igual. El chalaneo que entre los años sesenta y noventa se produjo en Catalunya fue notorio, y sus reminiscencias condicionan y embrutecen todavía hoy la sociedad y la política catalana.

De todo esto trata El hijo del chofer de Jordi Amat, un libro ineludible para entender el ejercicio del poder de los últimos 50 años, la ciénaga de ambiciones y codicias que han conformado la política catalana, las miserias y debilidades de algunos de los sus personajes principales, los enriquecimientos súbitos y los movimientos de dinero, la feria de las vanidades. Aunque el personaje principal sea el periodista Alfons Quintà, psicópata y mala persona de manual, en realidad el escritor retrata los juegos de poder y de intereses de detrás de las bambalinas, del ángulo oscuro que también forma parte de la realidad, centrándose especialmente en el papel de los periodistas y en el entramado de los medios. Retrato de la cultura y el instinto de dominio de unos tiempos en que el cinismo interesado resulta la pulsión dominante.

En palabras de uno de ellos, Josep Pla: «¿Por qué en Catalunya nadie dice nunca la verdad?» Una narración de realismo novelado por donde desfilan el escritor ampurdanés y su pretencioso cortejo, el presidente Tarradellas del exilio con sus miedos, los buscafortunas y especuladores con el cambio como Manuel Ortínez o Florenci Pujol, así como franquistas que se van reposicionando como el periodista Carles Sentís. Pero sobre todo Jordi Pujol y todo lo que él mueve y lo que significa: delirios de grandeza, corrupción organizada, el fraude de Banca Catalana, el ejercicio despótico del poder, la figura de Lluís Prenafeta, las relaciones de amor y odio con La Vanguardia, la creación de TV3 como recurso publicitario y autojustificativo, la exótica aventura de El Observador, las vinculaciones con el empresario De la Rosa, la multitud de periodistas dispuestos a hacer de propagandistas … El funcionamiento descarnado de la Catalunya del poder y del dinero. Un retrato nada complaciente de unos tiempos en los que imperaba demasiado silencio cómplice.

Como bien indica Jordi Amat en su libro, esta es la parte oscura de un país que, afortunadamente, era a la vez muchas más cosas y que contaba con ámbitos de la sociedad bastante más sanos de los que se explicitan en el libro. Estamos ante una sentencia demoledora de lo que ha significado la cultura pujolista.

Habrá quien piense que de todo esto es mejor no hablar y dejarlo en el olvido del cementerio de la historia, que las cosas ocultas mejor que lo sigan estando, ya que removerlas las vuelve fétidas. Ninguna sociedad, sin embargo, tiene una evolución sana si no sustancia su pasado, si no aprende a base de reconocer lo que no debería haber sucedido. Es la única manera de evitar que vuelva a pasar, además de poner a cada uno en el lugar que le corresponde.

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