«Han estado llegando pateras casi cada dia, pero no se habla de ello»»

Entrevista con los campamentos de Oscar

Oscar Camps ( Oscar Camps) Foto: Angel Guerrero
Òscar Camps | Foto: Àngel Guerrero

Empresario desde los veintitrés años (ahora tiene 57), cambió una vida cómoda en Badalona por el rescate de personas en el Mediterráneo actividad que le llevó incluso a enfrentarse con el exministro de Interior italiano Matteo Salvini. Vilipendiado por la ultraderecha, es fundador y director de la ONG Proactiva Open Arms.

Hablemos de los comienzos de Open Arms. Usted llevaba una vida relativamente convencional en Badalona, dedicado a su empresa de salvamento.  Y de repente lo deja todo para ir a rescatar inmigrantes en medio del Mediterráneo. Tengo entendido que fue la foto del pequeño Aylan, aquel niño refugiado muerto en una playa turca, cuya imagen dio la vuelta al mundo, la que le impulsó a ello.

Básicamente, yo procedo del sector del salvamento, como socorrista de playas de la Cruz Roja durante muchos años. Es cierto que las muertes en el mar, sobre todo en los sitios de Turquía por donde cruzaban los refugiados en los años 2014 y 2015, fue algo que llamó la atención, que ya se comenzaba a ver en las redes sociales, pero que culminó con aquella foto de Aylan. Yo tengo un hijo de ocho años, que es la edad que hoy tendría Aylan si estuviera vivo. Cuando vi aquella foto, inmediatamente vi a mi hijo y  me dije: “coño, si yo me dedico aquí a proteger la vida de turistas en las playas españolas, ¿Quién hay allí protegiendo a la gente que tiene problemas?”. Pensé entonces que podría colaborar con alguna entidad que estuviese en la zona haciendo este tipo de trabajos de rescate, como Cruz Roja o cualquier otra. Pero cuando fui allí me di cuenta de que no había nadie.

Y a partir de esa revelación causada por una foto, ¿Cómo empieza a construir el proyecto Open Arms?

Bueno, a partir de esa revelación y de oír. Primero pongo en conocimiento de la administración local que soy el director de una empresa de salvamento y que dispongo de mucho material: embarcaciones, ambulancias, coches, desfibriladores, socorristas, etc. Material que sirve para gestionar cientos de kilómetros de playas de máxima afluencia, que es lo que hacemos aquí en España, donde somos cerca de seiscientos empleados. Pongo todo ello a disposición de la Agencia de Comercio Internacional, del embajador griego en España, del embajador español en Grecia, de la alcaldesa Ada Colau, de todo el mundo. Dejo claro, en definitiva, que estoy dispuesto a ayudar en esta crisis aportando todo este material y parte de mi personal, de forma completamente altruista y voluntaria, como una RSC (empresa de Responsabilidad Social Corporativa). Y nadie me contestó.

¿Y entonces qué ocurrió?

Pues decidí ir yo mismo a la zona, acompañado de Gerard, uno de los técnicos de nuestra empresa. Cogimos las maletas y nos plantamos allá, a ver qué podíamos hacer, a ver si podíamos colaborar con alguna entidad, con alguien que estuviera haciendo algo. Pero al llegar vimos que no había nadie. En la isla de Lesbos, sobre todo en la costa norte, no había ninguna entidad, ninguna organización: nadie. Entonces nos tuvimos que poner a rescatar con nuestras propias manos.

Usted tiene en la ultraderecha española e italiana un enemigo encarnizado. ¿Qué piensa cuando estas formaciones políticas le acusan de “connivencia con las mafias que trafican con los inmigrantes”?

Pues que en esta época las fake news  son un nuevo invento que aparece con las redes sociales y que casi siempre es utilizado por la extrema derecha para desacreditar, para difamar. Porque evidentemente nadie puede criticar nuestra labor: lo que estamos haciendo es proteger la vida humana en el mar. En aguas internacionales no hay inmigrantes: son aguas internacionales. Cuando hay personas en peligro en aguas internacionales, no estamos hablando de inmigrantes; lo serían si fueran marcianos, pero no son marcianos. Son de cualquier punto de la Tierra, y son aguas internacionales, repito. Por tanto, empezar a etiquetar tendenciosamente, en medio del mar, si son “migrantes” o no, “refugiados” o no, “legales” o no, me parece algo secundario. Primero hay que asistir a las personas en peligro, depositarlas en un lugar seguro y posteriormente ya se valorará en qué situación administrativa se encuentran: las autoridades ya harán lo que crean que tienen que hacer, que para eso han suscrito unos convenios internacionales que deben respetar. Pero en aguas internacionales hay la obligación de no dejar a nadie abandonado a la deriva, y eso es lo que nosotros hacemos. Y como no se puede ir en contra de eso, porque es salvar vidas, estos partidos van en contra de las personas.

¿Cómo ha influido la pandemia en el flujo de personas en el Mediterráneo?

De Libia huyen de la tortura y de los campos de exterminio, porque allí los tienen recluidos en condiciones infrahumanas, masificados, sin alimentos y a merced de las infecciones. Y encima tienen que pagar la extorsión que les piden para poder ser liberados de esos campos, que son gestionados en su mayoría por grupos armados, grupos que igual se ponen el disfraz de guardacostas que de guerrilleros o traficantes, lo que haga falta. Les cobran por un lado, extorsionan a las familias, reciben el dinero y luego los lanzan al mar. Como podrá imaginar, la vida allí es invivible: estás condenado a la esclavitud, a morir de una enfermedad o a ser carne de cañón en el conflicto armado de Libia, para los que son reclutados. Por tanto, el coronavirus es lo de menos. Y sobre todo en un continente como África, donde la media de edad es de dieciocho años. Así que el coronavirus será coronavirus para los europeos, pero a ellos las balas, los campos de exterminio y el mar les matan más deprisa. Lo que ha ocurrido es que se habían dejado de mencionar esos flujos, se habían silenciado las llegadas tanto a Grecia, como a Canarias e Italia. Para que se haga una idea, han llegado a desembarcar hasta cuatrocientas personas de una sola vez en el sur de Italia, no en Lampedusa, que es la isla europea más cercana a África que tenemos.

Por tanto, no ha disminuido el flujo, sino que se ha mantenido.

Ha ido disminuyendo desde hace un año o año y medio respecto a 2015, 2016 y 2017. Pero no por el coronavirus, sino porque la tendencia es a estabilizarse después de que en esos años se alcanzara el gran “pico” del fenómeno. Pero son flujos que siempre han existido, lo que pasa es que ha habido más o menos publicidad, se ha hablado más o menos de ello, en función de que las organizaciones humanitarias fuéramos allí a meter las narices para denunciar lo que ocurre. En Canarias han estado llegando pateras casi cada día, pero no se hablaba de ello.

Sí, el rescate de personas en alta mar había desaparecido de las portadas de los medios, desplazado por el coronavirus. Pero la realidad no se puede ocultar durante mucho tiempo: ahí está la crisis migratoria en las Canarias. Una crisis cuyo precedente inmediato es el campo de refugiados de Moira (Lesbos), donde se declaró un enorme incendio en septiembre y que ya sufría una situación terrible antes de la pandemia.

Moira es horrible. Imagínese: cuando tienes veinte mil personas viviendo en un campo habilitado para tres o cuatro mil, con un lavabo para cada doscientas cincuenta personas… ¿Qué me vas a hablar de mascarillas, higiene y distancia social? Esto solo vale para los países ricos, pero no para estas personas, que están retenidas en campos de detención completamente ilegales e inhumanos, donde apenas hay asistencia sanitaria: creo que hay un doctor, que es de Médicos Sin Fronteras, por cada mil o dos mil personas. Allí la situación es extrema: hay suicidios, agresiones, se ha incendiado el campo, hay muertos cada vez se produce un disturbio… Evidentemente, aquello es un punto negro. ¿Con qué objetivo los tenemos retenidos allí? ¿Con el objetivo de la deportación? ¿Para que vayan muriendo poco a poco? Moira es un campo de exterminio. Mantenerlos en esas condiciones, con el dinero que Europa paga, me parece más que cruel.

En 2015 puso en marcha Open Arms al ver la imagen de un niño muerto en una playa. Y hace poco su organización rescató a Joseph, un bebé de seis meses que no pudo sobrevivir al naufragio de la patera donde viajaba por el Mediterráneo central. El círculo se cierra.

Pues sí. El lamentable episodio de este niño y las imágenes que hemos compartido son el testimonio de lo que pasa en el mar. Es lo que las administraciones no quieren que se sepa. Frente a ello, sólo queremos mostrar la frialdad de unas cifras que, sin ningún tipo de alma, intentan minimizar lo que está sucediendo. Queremos difundir la realidad para que la ciudadanía desarrolle su propio espíritu crítico. No podemos callar y no mostrar lo que estamos viendo. Esto es lo que provocó en nosotros la muerte del pequeño Joseph y la impotencia de Joana, su madre, ante su pérdida, así como la muerte de otras cinco personas en este terrible episodio. Cómo será la situación en sus países de origen, o en Libia, que la gente está dispuesta a asumir el altísimo riesgo de una travesía en el mar en esas condiciones, con muy pocas posibilidades de éxito. Joana pensaba que podía darle a su hijo un futuro mejor haciendo este viaje, pero lamentablemente no fue posible.

¿Qué sintió ante la muerte del pequeño Joseph?

Realmente sentí lo mismo que con los otros 15.000 ahogados más que han muerto estos últimos cinco años en el Mediterráneo: es una persona más, un futuro más que se pierde en el mar.

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