La pancarta de Torra

El nunca suficientemente reivindicado Josep Tarradellas dijo que «en política se puede hacer todo menos el ridículo». El periodista Manuel Cuyàs, recientemente traspasado, y el historiador Joan Eculies, defienden que la cita es apócrifa. Sea como sea, se non è vero, è ben trovato. Suya o prestada del escritor Josep Pla, que lo escribió en genérico: «En la vida se puede hacer todo salvo el ridículo», la cita viene como anillo al dedo para describir la cruda realidad. Cuando ya creía haberlo visto todo en política, el pasado miércoles, día contra la esclavitud y santo Habacuc, otro expresidente catalán, de más corto vuelo, Quim Torra, entregó al Museo de Historia de Cataluña la pancarta a favor de los presos políticos -reitero una vez más mi deseo de liberación-, por la que fue inhabilitado. Lo hizo con toda la pompa, como si talmente diera el escudo de Wifredo el Velloso, o la Tizona del rey Jaume I. Y sin enrojecer. Ridículo.

Hace tiempo que, en vano, Torra intenta exprimir el jugo de la epopeya de un mandato, el suyo, que va por el camino del olvido. Recordémoslo, entró en política de manera excepcional, después de que otros como él declinaran el encargo vicarial de un huido Carles Puigdemont. En medio de presos y exiliados, improvisando, Torra ha querido forjar un legado de la nada. La pancarta compila el fracaso de un mandato. El mérito de aquella hazaña fue que el entonces presidente desobedeció un poco a las instancias judiciales que le conminaban a retirar en tiempo y forma una pancarta que al final, a contrapelo, terminó descolgando. Una anécdota sosa, sin rango épico, que no merece honores ni tampoco castigos.

Es por eso qué ver a Torra blandiendo la pancarta en el Museo de Historia de Cataluña me ha hecho penita, y me ha recordado la cita del ridículo que no deberíamos hacer los catalanes y que, tercamente, no dejamos de hacer. Hubo otro catalán, el filósofo y escritor Francesc Pujols, que profetizó: «Llegará el día que los catalanes, por el solo hecho de serlo, irán por el mundo y lo tendrán todo pagado». Tampoco acertó, sino más bien lo contrario. A base de hacer el ridículo, lejos de tenerlo todo pagado, a los catalanes nos sale todo más caro.

Al paso que vamos, a golpe de ocurrencias, pronto habrá que habilitar un anexo al Museo de Historia de Cataluña para albergar los trastos políticos, por ejemplo, el Museo del Absurdo de Cataluña. Allí podemos instalar desde el timón de Artur Mas, pasando por los cartelitos de Ciudadanos o las impresoras de Gabriel Rufián, hasta llegar a la pancarta de Torra.

 

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