Cataluña es un enorme Tagamanent

Cataluña cae a pedazos. La pandemia ha contribuido a acelerar y a acentuar nuestras debilidades y miserias colectivas. Si el independentismo ha hundido políticamente al país, la Covid-19 ha dejado herida de muerte nuestra estructura económica y social.

Jordi Pujol siempre ha explicado que su pasión nacionalista y su afán por “reconstruir” Cataluña le vino de la contemplación, de joven, de una masía destruida en el Tagamanent. Hoy, Cataluña es un enorme Tagamanent y la dura paradoja es que Jordi Pujol es, en gran parte, el responsable de esta destrucción, como “conducator” del modelo de administración y de país que nos legaron sus 23 años de mandato directo (1980-2003) y los diez de propina que llevamos desde el retorno, en 2010, de Convergència al Palau de la Generalitat.

Viendo la actual devastación, podemos tomar conciencia del doloroso fracaso del proyecto de recuperación de Cataluña después del restablecimiento de la democracia en el Estado español. Un fracaso que está inevitablemente ligado a la cadena de fracasos que han marcado la vida de Jordi Pujol y que hemos acabado pagando el conjunto de la sociedad catalana, hasta el descalabro presente que nos ha acabado de rematar.

Igual que Juan Carlos I de Borbón con el hoy rey Felipe VI, Jordi Pujol también tenía su heredero dinástico: Oriol Pujol, destinado a ser el futuro presidente de la Generalitat de Cataluña. Igual que Juan Carlos I de Borbón con el hoy rey Felipe VI, Jordi Pujol preparó a fondo a su quinto hijo para que pudiera sucederle después del interregno de Artur Mas: lo hizo jefe del gabinete técnico de Presidencia (1993-96), director general de Asuntos Interdepartamentales (1996-1999), concejal del Ayuntamiento de Barcelona (1999-2000), secretario general del departamento de Industria, Comercio y Turismo (2000-3), diputado, portavoz de CiU, jefe del grupo parlamentario de CiU y, finalmente, secretario general de CDC (2012).

Pero la carrera meteórica de Oriol Pujol a la presidencia de la Generalitat se estrelló en 2012 por su ambición de hacer dinero rápido, intentando emular la posición económica de sus hermanos mayores, Jordi y Josep, que veía cómo nadaban en el dólar mientras él se tenía que conformar con el sueldo de alto funcionario. Por eso cayó en la tentación del tráfico de influencias y la corrupción (caso ITV) y, cuando lo pillaron, tuvo que dimitir y dejarlo todo.

Jordi Pujol nunca aceptó la “decapitación” de su príncipe heredero, que atribuyó a las “fuerzas oscuras” de Madrid, y su venganza fue el inicio del proceso independentista, que nos ha mareado los últimos ocho años, hasta la situación de descomposición y desbandada general que sufrimos actualmente. Intentó por todos los medios evitarle el trance de entrar en la prisión, pero no lo consiguió: el 17 de enero del 2019, Oriol Pujol ingresó en Can Brians, con una condena de 2,5 años de prisión. Sólo estuvo 65 días entre rejas, hasta que salió en aplicación del tercer grado penitenciario.

El “sacrificio” de su quinto hijo –él estudió para ser veterinario, pero su padre lo dedicó a la política, que le ha destrozado la vida- es, tal vez, el mayor fracaso del ex presidente de la Generalitat y “padre padrone” de Cataluña. Y esto que de fracasos y derrotas acumula un montón en su dilatada existencia de más de 90 años.

La quiebra en 1984 del grupo Banca Catalana, que él impulsó y del cual fue vicepresidente ejecutivo, es uno de los más traumáticos. Pero también el cierre, de mala manera, en 1985, del diario El Correo Catalán, que había convertido en su tribuna de influencia política, y del emblemático semanario Destino, que compró y que también liquidó en 1980 con una turbia operación de venta. (¿Para qué mantener medios de comunicación privados deficitarios si, desde la presidencia de la Generalitat, tenía todo el potencial de los medios públicos y dinero a espuertas para controlar el resto de los medios privados de Cataluña, con subvenciones y publicidad?)

Aprovechando el estado de alarma por la pandemia de la Covid-19, el pasado día 4 de junio, Convergència Democrática de Cataluña (CDC) presentó concurso de acreedores en los juzgados mercantiles de Barcelona. El partido que fundó Jordi Pujol en 1974 en el monasterio de Montserrat, durante un encuentro de peñas azulgrana, ha acabado enfangado por la corrupción, arruinado y dejando colgada la multa de 6,6 millones de euros que le ha impuesto la sentencia del caso Palau de la Música.

La Generalitat austera y ordenada que recibió en 1980 de manos del presidente Josep Tarradellas, ha acabado convertida, después de 23 años de pujolismo y los 10 de propina que llevamos, en un dinosaurio burocrático e ineficaz, carcomido por el enchufismo, con unos sueldos escandalosos de los altos cargos y que es incapaz de dar respuesta a los enormes problemas que tiene planteados la sociedad catalana. Además, la estupidez infantil de su “nieto” Carles Puigdemont provocó, en 2017, la intervención de nuestra institución de autogobierno, con la aplicación del artículo 155 de la Constitución.

La confesión del 25 de julio del 2014, donde atribuía el dinero descubierto en Andorra a varios miembros de su familia a una “deja” que le hizo en vida su padre Florenci, muerto en 1980, ha sido la tumba política y personal de Jordi Pujol. Creía que con esta confesión pública acabaría, de una vez por todas, con la presión mediática y judicial sobre los negocios corruptos protagonizados por sus hijos, especialmente por el primogénito, Jordi Pujol Jr..

Se volvió a equivocar. La opinión pública no lo entendió ni le ha perdonado y el juez José de la Mata ha acabado imputando a toda la familia -el matrimonio y los siete hijos-, que están a la espera de ser juzgados por la Audiencia Nacional.

El gran pecado de Jordi Pujol ha sido la soberbia, creerse que Cataluña era “él” y que con el presupuesto de la Generalitat podía comprar todas las voluntades y las fidelidades. El Plan de Nacionalización, que EL TRIANGLE ha publicado de manera exhaustiva y detallada, es la expresión de este poder omnímodo y su máxima perversión. Es evidente que el despliegue de este Plan de Nacionalización, elaborado en 1990, ha tenido una gran influencia en la conformación de la sociedad catalana actual y es el terreno adobado en el cual, con el paso de los años, ha arraigado y ha crecido el sentimiento independentista.

Si fuera un político realmente demócrata, Jordi Pujol tendría que haber dimitido de motu proprio mucho antes que en 2003 decidiera poner fin a su dilatada carrera presidencial. Tendría que haber dimitido en 1983, por la quiebra del grupo Banca Catalana. Y no lo hizo. Tendría que haber dimitido en 1989, cuando el ex director financiero de Casinos, Jaume Sentís, confesó la trama de financiación corrupta de CDC y de los principales medios de comunicación afines a Jordi Pujol, empezando por La Vanguardia, a cambio de la adjudicación de las loterías de la Generalitat. Y no lo hizo.

Jordi Pujol acaba de cumplir 90 años. Le deseo mucha felicidad y larga vida. No tiene que ser fácil cargar la mochila que lleva. La octavilla que escribió y que se lanzó en el Palau de la Música el 19 de mayo del año 1960, provocando su posterior detención y encarcelamiento, denunciaba la corrupción del régimen dictatorial franquista. En esta perspectiva, resulta escalofriante constatar que su biografía ha quedado destrozada por haber promovido y tolerado la corrupción, de su familia y de su partido, aprovechando el poder conseguido democráticamente en las urnas.

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