Encadenados al smartphone

Los dispositivos inteligentes minan y controlan nuestra vida. Y no sólo en estos días tan excepcionales de confinamiento, aunque ciertamente ahora están que arden y dependemos de ellos más que nunca. Nos acompañan siempre y nos sentimos desprotegidos y desnudos sin ellos. pasamos mucho más tiempo y probablemente mantenemos más intimidad y conocen más nuestras "intimidades" que nuestra pareja. De hecho, el mismo aparato te da estadísticas sobre el tiempo que lo usamos. Si las consultáis, probablemente pensaréis que no es posible que estéis tan enganchados y culparéis de caer en eso a los jóvenes y los adolescentes. Es, de manera agobiante, la opción principal que utilizamos para acceder a internet, mensajería, informaciones, juegos y todo tipo de redes sociales. A veces, pocas, incluso los usamos para telefonear.

A pesar de que los usuarios de teléfonos móviles en el mundo son unos 5.000 millones, resulta que se reparten 7.800 millones de líneas de telefonía móvil, lo cual indica que algunos son tan dependientes de ellos que no tienen bastante con sólo uno. Paralelamente, sólo 4.500 millones de personas tienen acceso a un inodoro, que es una tecnología bastante más elemental, pero igual de necesaria o más.

El 80% de los teléfonos móviles en uso son ya con tecnología 4G, y el 40% se pueden considerar estrictamente como dispositivos inteligentes con acceso a internet más que no estrictamente aparatos de telefonía. La población de China copa el 20% de los aparatos del mundo, mientras que el conjunto de Asia-Pacífico se eleva hasta el 55%. Europa sólo dispone del 8%, y Estados Unidos, del 5%. En Hong Kong se llega al paroxismo, puesto que sus 7,2 millones de habitantes disponen de un parque de teléfonos móviles de 17,4 millones.

Se envían diariamente 30.000 millones de SMS, se realizan 15.000 millones de llamadas, se efectúan 1.200 millones de pagos y se descargan 200 millones de apps. Diariamente, también, se estrenan 1,3 millones de aparatos con tecnología Android, es decir, cuatro veces más que el número de bebés nacidos. La media de desbloqueo es de 110 veces al día o, lo que es lo mismo, una vez cada 10 minutos. Más del 90% de los adultos afirman disponer siempre de su teléfono al alcance de la mano, cosa que ha desarrollado una dependencia llamada nomofobia, para definir la imposibilidad que sienten algunas personas de estar sin la seguridad que les da su compañía. De hecho, ya casi son una prótesis, el gancho de la cual, más que la inmediatez de todo, es que nos proporciona eso que se llama una "realidad aumentada".

Más del 60% de los ciudadanos de estos aparatos afirman que el teléfono inteligente es lo primero que consultan y utilizan por la mañana al despertarse. También el 60% de las fotografías, selfies o no, ya se hacen a través del móvil. El 40% dice que lo utiliza para informarse, otro 40% reconoce que para jugar con él, un 12% para leer y un 55% como la herramienta preferente para acceder a internet. El 82% de los smartphones utilizan Android, y Samsung dentro de esta tecnología es la marca dominante, con un 22% de cuota de mercado. La tecnología iOS representa el 18% de mercado, con una cuota global para el admirado y mitificado iPhone de Apple del 16%.

Lo que probablemente ignoran una parte importante de los usuarios es el escaso nivel de propiedad que adquirimos al comprar uno. De hecho, perdemos cualquier noción de privacidad y pasamos a ser dependientes y transparentes no sólo para las plataformas y las aplicaciones que utilizamos en internet, sino para las marcas que nos han comercializado el móvil. Sus dispositivos de rastreo les permiten saber los usos que hacemos con el trasto, pero también seguir todas nuestras actividades. De hecho, cuando teóricamente ya es propiedad nuestra, continúan monitorizando los aparatos, programando la obsolescencia, disminuyendo el tiempo de vida de las baterías, o dedicándose simplemente a espiarnos a nosotros con finalidades comerciales.

Comprar un teléfono móvil implica reconocer a la marca que nos lo ha colocado su capacidad para delinquir a costa nuestra. Y nosotros, aunque lo sepamos, lo aceptamos con toda la alegría y la naturalidad del mundo. ¡Qué cosas que tenemos que ver!

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