Las cacerolas serán siempre nuestras

Las cacerolas serán siempre nuestras. El discurso del rey Felip VI el pasado 18 de marzo por la noche no aportó nada de nuevo. De hecho, fue un discurso previsible, que tampoco engañó por su escenografía gerencial con el monarca detrás de un atril. La crisis de la Corona ha quedado bastante eclipsada, a nivel mediático, por una crisis sanitaria de alcance global que cuenta los muertos por miles en toda España. Esto, ciertamente, ha hecho focalizar los medios en informar de la pandemia, con más o menos populismo y acierto. Permítanme hacer una mención especial a la buena función de servicio público que hace Televisión de Catalunya, que ha sabido reajustar su parrilla y sus contenidos a lo que ahora necesitan los ciudadanos.

De la crisis de la Corona no se informa mucho, pero el discurso del Rey fue contraprogramado por una cacerolada espectacular en muchos pueblos y ciudades de Catalunya, y también en la misma capital del Estado: Madrid. El republicanismo es transversal, posiblemente porque es más moderno que la idea de vivir en un país que adora a una monarquía hereditaria –algunos pensarían, incluso, de raíces divinas–. El legado de Juan Carlos I a su hijo es francamente decepcionante: la idea de un monarca que garantizara la estabilidad del Estado se desdibuja por las supuestas infidelidades, las escapadas para cazar elefantes y las amistades peligrosas que ha cultivado el rey emérito en Oriente Medio, que son origen de herencias que no son precisamente transparentes.

El Rey pidió transparencia a la Corona cuando fue proclamado en las Cortes. Nada más lejos de lo que ha pasado, porque cada día está más solo rodeado por una familia que no contribuye con la praxis a legitimar la institución que representan. El caso Noos salpicó de lleno a la monarquía, el papel de Juan Carlos puso más dudas sobre la mesa y, hoy, The Telegraph se ha encargado de explicar todo aquello que muchos temían. Ciertamente, parece extraño que los partidos constitucionalistas (PSOE, PP, C's, Podemos y Vox) todavía se pongan la venda en los ojos ante las revelaciones –ya abiertas y evidentes– de que la Corona española ha sido cómplice del crony capitalism. Pero, quizás la caja de los truenos que se abriría si se quisiera abrazar a la república también los salpicaría de pleno, a ellos y a sus dirigentes. No tanto por cómplices, pero sí por haber disfrutado de privilegios permanentes de un sistema que, amparado por el escudo de la monarquía, ha protegido las malas artes de buena parte del deep state.

El editor Eduard Voltas explicaba en Twitter que, posiblemente, ahora es el sentimiento republicano el que puede acercar más gente al independentismo. Ciertamente, la transversalidad del sentimiento anti-monárquico en Catalunya es visible, y posiblemente el republicanismo puede ayudar a encontrar complicidades en el resto del Estado entre aquellos que quieren enmendar el régimen del 78. Ahora bien, hay algo que la monarquía ha sabido trabajar muy bien, con la complicidad de los partidos constitucionalistas: el nacionalismo banal. La apelación al patriotismo y a la unidad de la patria como solución a los grandes problemas del Estado, a la crisis misma del coronavirus. El coronavirus no entiende de fronteras dentro de España, pero es el gobierno de Pedro Sánchez quién cierra la globalidad del territorio español al exterior: qué gran metáfora política –con su afán permanente de situar la unidad de España en el centro del debate–, esta idea de que la Covid-19 "no entiende de fronteras".

La sensación que de la crisis del coronavirus saldremos, también, con una monarquía más debilitada creo que es una utopía, un sueño. Sobre todo, porque ya hemos comprobado que es el consenso y la complicidad entre los partidos constitucionalistas que la protegen, dentro y fuera del Congreso. Pero, quiero pensar que saldremos de la crisis del coronavirus con un argumentario más firme para enmendarla. Con más argumentos para poder criticarla, desde todos los foros que nos ofrezca nuestra democracia, ante sus cómplices. Tengo la sensación que, en Catalunya y ante la gravedad de la crisis sanitaria, los partidos independentistas y republicanos han visto la necesidad de cooperar primero, antes de que de competir. Y, creo sinceramente, que cuando amaine el temporal también tendrían que sentarse para darse cuenta, rehacer argumentarios y hacer un frente común prioritario allá donde se ha visto que había amplios consensos: la enmienda a la totalidad a los Borbones. Coopetición, como hoja de ruta para el independentismo.

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