Profanación

Hemos tenido que esperar unos interminables 44 años, el último de ellos convertido en un lamentable viacrucis de litigios con la familia, farragosos trámites administrativos, trifulcas políticas y desafíos de curas rancios. 44 años de vergonzosa espera de las víctimas para contemplar por fin el desahucio del dictador de su trono terrenal que han culminado con un delirante espectáculo de bisnietas escupiendo maldiciones, afines a la causa hospitalizados por hipotermia y golpistas transformados en una copia exacta de la momia. La guinda del macabro show para desalojar a Franco del Valle de los Caídos la han puesto los hermanos Verdugo, la empresa encargada de retirar la pesada losa del infame santuario. No se me ocurre mejor nombre para definir a la bestia.

A la espera de la exclusiva con las fotos prohibidas de la profanación en nombre de la democracia, me quedo con las imágenes de la familia. No hablo ya de la actitud chulesca demostrada a lo largo de toda la demasiado respetuosa operación de cambio de domicilio, sino de la cantidad de sinvergüenzas que viven del apellido y la herencia del asesino, y de ello hacen inmoral ostentación para escarnio de muchos. A destacar las banderitas en la solapa de los abrigos y los infructuosos intentos de enterrar la piltrafa envuelta en la bandera franquista como si fuera un rollito de primavera. Lamento la decepción de los que se esperaban que el traslado hasta el cementerio se haría al estilo botafumeiro, pero ya nos habían explicado que el fricandó subiría al cielo antes de volver al infierno encajado en un helicóptero y que no se repartirían ni reliquias ni huesos para el caldo.

Muchos de los que el jueves pasado no nos perdimos detalle del acontecimiento histórico deseábamos íntimamente que la justicia divina hiciera acto de presencia en algún momento con su rayo, bien desmenuzando el helicóptero militar durante el traslado del trasto, bien hundiendo el mausoleo erigido a la infamia y construido por prisioneros donde se mezclan los restos de más de 33.000 víctimas de la guerra. Lamentablemente no pasó nada y nadie, excepto los deslomados trabajadores de la funeraria que sudaron tinta con los restos, salió perjudicado. Ni los zombies salieron de las tumbas para comerse el cerebro de los chalados que esperaban para el aquelarre, ni ningún paracaidista se enredó en la farola.

Con este gesto que nos ha costado un huevo, el PSOE ha abierto la caja de Pandora y no tengo tan claro que la decisión le pueda beneficiar electoralmente el 10-N. A los que defendemos la memoria antifranquista, por razones familiares o románticas, la mudanza del verdugo nos llega tarde y nos sabe a poco, y la mayoría no le perdonamos a Pedro que no haya pactado con Pablo. Dicho esto, quedan muchas asignaturas pendientes. La primera, llevar a término una política de recuperación de la memoria histórica de verdad. Y esto pasa por retirar los reconocimientos ( y las pensiones, los bienes y los privilegios) a los franquistas comenzando por la impresentable familia del fiambre, la investigación de los crímenes y la asunción de responsabilidades, y la reparación del honor de las víctimas (localización de fosas, identificación, entierros dignos y reconocimiento público).

Queda también plantear qué hacer con el mausoleo de marras. Yo voto por arrasarlo todo. Y mientras esperamos cuatro décadas más a que nos llegue la inspiración, podemos rescatar del olvido el libro del periodista Daniel Sueiro sobre el demencial armatoste franquista. El trabajo de investigación habla de la inspiración que el monumento supuso para otros grandes estadistas como Pinochet y explica jugosas anécdotas sobre los iluminados que lo construyeron. Las hay macabras, como la del falangista que se cayó en la fosa vacía y que no se sabe si salió vivo o muerto, y también machistas, como las cuatro virtudes representadas por hombres jóvenes porque el misógino dictador decía que las mujeres somos de todo menos virtuosas. Supongo que por eso se casó con un alienígena hermafrodita.

Disfrutemos, pues, del momento y celebremos que él está muerto y nosotros vivos de milagro.

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