La barraquita

El líder espiritual podemita y su señora cambiarán su actual barraquita de alquiler por una casa de propiedad en una urbanización de la sierra de Guadarrama con piscina y parcela de 2.000 metros cuadrados con huerto y casa de invitados. ¿Qué obrero no se puede permitir hoy en día pagar una hipoteca de más de 600.000 euros a 30 años en cuotas mensuales de 1.600 euros? El presidente Mariano tiene razón. La recuperación económica es un hecho porque incluso Pablo Iglesias e Irene Montero han hecho realidad el sueño de la clase media española: tener un chalet de 268 metros cuadrados con dos baños, tres dormitorios, suelo radiante de gres, vigas de madera y decoración rústica, según describe el portal inmobiliario que vendía la casa.

La noticia ha generado polémica y yo no entiendo el motivo de tanta inquina, como si solo la vieja casta tuviese derecho a vivir en mansiones, tener criada y vestir modelitos de Armani. Recuerdo que pasó lo mismo cuando un convergente coincidió con Joan Saura en una selecta tienda del paseo de Gracia y descubrió que el presidente ecosocialista no vestía harapos sino camisas de marca. También Julio Anguita vivía como un señor en una casa con vigilancia privada en las afueras de Madrid que pagaba Izquierda Unida y ningún comunista criticó los vicios de burgués de su coordinador general. Además, ¿qué no harían unos padres para dar a sus hijos un entorno saludable? Mucho mejor respirar el aire puro de la sierra que las dioxinas madrileñas.

Una de las críticas más valientes ha sido la del alcalde de Cádiz. De hecho, José María González es el único que se ha atrevido a cuestionar públicamente la controvertida decisión del matrimonio Ceaucescu reencarnado, porque ya se sabe que un partido tan moderno y democrático como Podemos, donde todo lo deciden las bases, lo que el gurú Iglesias dice y hace va a misa. El podemita González ha dicho que el código ético de la formación no es como el prospecto de los medicamentos, que nadie lee, sino «el compromiso de vivir como la gente corriente para poderla representar en las instituciones». Y eso quiere decir renunciar a los privilegios de la casta política, una circunstancia que Iglesias y Montero han olvidado rápidamente imaginando las barbacoas que harán en la piscina.

Podemos puede pagar un precio electoral muy alto por el error del chalet en la sierra, que ahora someterán a la valoración de la militancia porque a ridículos no les gana nadie. La falta de coherencia de su irresponsable líder no solo afecta a la credibilidad del proyecto político y provoca la risa del adversario, sino que también echa por tierra todo el esfuerzo hecho estos años por la organización morada. Y esto es imperdonable. Como soy muy curiosa, he interpelado a amigos y conocidos podemitas sobre la polémica. Descartadas las respuestas del personal lobotomizado, el resto coincide en que han de dimitir por el daño causado. Montero –curtida en la dura lucha de la PAH- por tratarlos como idiotas al declarar que la casa no es para especular e Iglesias por estar deslumbrado con el poder y desconectado de la realidad desde hace tiempo. Ninguno de los dos está en condiciones de dar lecciones de obrerismo a nadie.

Mientras la bases podemitas deciden si colectivizan el chalet y lo convierten en un centro de reposo para familias desahuciadas, todavía resuenan en mi cabeza las explicaciones surrealistas dadas para justificar esta monumental cagada. Gastos de suministros, transportes y mantenimiento de la finca a parte, la morterada provoca vértigo. Los 1.600 euros mensuales de hipoteca que pagará la parejita feliz con sus sueldos de diputados supera con creces los ingresos de un votante de Podemos y los míos de trabajadora precarizada. Además, pensar que estarán 30 años calentando el escaño con el culo demuestra la arrogancia y ambición típica de la casta. Sería un cruel acto de justicia poética que acabasen desahuciados por insolventes.

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