Los jóvenes periodistas lo arreglarán

En el debate político catalán hay una reflexión bastante extendida -que no quiere decir que todo el mundo esté de acuerdo con ella, claro- sobre la necesidad de que los presidentes del gobierno de la Generalitat y de España, Carles Puigdemont y Mariano Rajoy, desaparezcan de escena. Con ambos al frente del litigio actual es imposible que se avance en una dirección que invite al optimismo con respecto a una solución acordada, mínimamente justa y constructiva.

Yo iría más allá. Junto con ellos deberían dejar paso a nuevas caras e ideas otros dirigentes políticos que ya hace muchos años que protagonizan este contencioso. Más aún, este paso al lado deberían darlo también muchos periodistas y directivos de medios de comunicación, cuya continuidad depende de su línea editorial.

Hay que recuperar el máximo de terreno posible para el periodismo libre, independiente, sincero, combativo, crítico con el poder y los poderosos. No se trata de jubilar anticipadamente a nadie. De eso ya se encargan las empresas del sector, ansiosas por hacer más negocio o perder menos dinero. Se trata de cambiar el chip de la forma de trabajar e informar en nuestro país.

El principal pecado que tenemos que confesar y no volver a repetir es el de los medios de comunicación públicos puestos al servicio nada disimulado del poder político que los financia. El segundo es más difícil de dejar atrás. Se trata de la dependencia de los imperios mediáticos de los bancos y grandes empresas que los controlan desde un cierto anonimato, tan oscuro como implacable.

Sufrimos un mal que no es exclusivamente catalán o español. El periodismo de denuncia y crítico molesta en todas partes. Y las represalias de los que ostentan el poder político y económico son brutales en muchos, demasiados, países. Un vistazo al informe anual que presenta esta semana Reporteros sin Fronteras es suficiente para constatar esta triste realidad compartida en prácticamente todo el Planeta.

Pero no se puede dar la batalla por perdida. Nunca. Desde hace tres años, comparto muchas horas e ilusiones con los estudiantes de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona. Hay de todo, naturalmente, pero no faltan las ganas de hacer un periodismo que sirva para algo más que para cobrar una nómina a fin de mes o salir en las tertulias de televisión.

Apostad por ellos, hacedme caso.

Tal y como estamos, no vamos a ninguna parte. ¡O de cabeza al desastre!

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