Entrevista a Rafael Duarte

                                                                     
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Teniente alcalde de Servicios Centrales y Economía del Prat de Llobregat, uno de los ayuntamientos más emblemáticos de la corona metropolitana de Barcelona. Economista y portavoz del grupo municipal de ICV, ahora miembro de la Coordinadora Nacional de Cataluña en Común.

¿Cómo se ve el «Procés» desde el Prat?

Bastante diferente me imagino de como, por ejemplo, puede verse desde Vic, o desde la ciudad de Barcelona. La realidad metropolitana barcelonesa, su peso demográfico y económico, es muy relevante. Tiene un perfil social propio, que padece una cierta ocultación. El 75% de la gente utiliza el castellano como primera lengua, siente formar parte de España, sin entenderlo como nacionalismo. Hablar de Santander en este espacio no es algo raro, está dentro de su realidad mental. Esto ha tendido a ocultarse o se ha reducido a algunos tópicos, pero es más que eso, hay una realidad tan plural como la de Vic, pero en otro sentido. Eso también es Cataluña y se ha olvidado. Nada de extraño, pues que el «Procés» se vea y se viva desde aquí con perspectiva propia.

¿De dónde procede y por qué se produce este enmascaramiento de la realidad metropolitana de Barcelona?

Es difícil establecer si tal cosa se ha producido de modo voluntario o no, pero se pueden constatar que, por ejemplo, el Área Metropolitana ha producido pocos líderes de ámbito nacional y cuando esto ha ocurrido puntualmente, como es el caso de Montilla, han acabado abducidos por el discurso dominante. En los últimos años, en Cataluña ha tenido lugar eso de la «hegemonía cultural», que no entendíamos bien quienes leíamos a Gramsci. Cuando un grupo social consigue imponer su visión de las cosas, su ideología, de manera mayoritaria en la sociedad, de modo que el resto se ve obligado a adherirse, o ser excluido o silenciado, se produce una verdadera hegemonía social. Los demás han vivido a la sombra de esa hegemonía y los partidos, las personas, los líderes, nos hemos incorporado a ella. Y el que no lo ha hecho, inevitablemente, ha quedado marginado.

¿Viene esto de lejos o es, sobre todo, consecuencia de acontecimientos más recientes?

Todo es relativo, pero una de las cosas que se había conseguido en Cataluña, de manera muy potente, es la adhesión generalizada a aspectos positivos de esa hegemonía cuando conducía a objetivos políticos compartidos por una inmensa mayoría social y era un elemento superador de la posible dicotomía entre dos comunidades. El proceso de socialización que ha habido en Cataluña ha sido extraordinario. Por ejemplo, la gente castellanohablante aceptó la inmersión lingüística sin problemas. El conflicto se da, creo yo, por la deriva que han ido tomando las cosas. El ejercicio del poder desde una parte de la sociedad, pensando que no existían los otros, cosa que refleja una cierta desidia, y también algo voluntario. En esta otra parte de la sociedad que procede de una demo cultural y política distinta ha existido la intención de querer incorporarse de algún modo al conjunto social. Durante muchos años esta tendencia fue natural, porque no se percibía que detrás de aquello hubiese un objetivo político como es el de romper los vínculos con España y, en consecuencia, también con una parte de la propia sociedad catalana.

¿No existía, en realidad, una cierta impostura tras el «balneario catalán»?

Podría ser, pero también había muchos elementos que no conducían a pensar que se podría llegar donde se ha llegado. Cada uno es prisionero de su generación y de su entorno, antes incluso de llegar a entender porqué se ha producido, lo que ha causado el asunto es perplejidad y dolor. En todo mi entorno emocional existe verdadero sufrimiento porque se interpreta que nos quieren arrastrar a una situación a la que jamás pensábamos que podríamos llegar. ¿Cómo es posible que los dirigentes políticos no se dieran cuenta que aquí hay millones de personas que están en contra de todo este proceso, que lo viven con dolor?. O se parte de la base de que había un autoengaño colectivo por parte de quien dirigía todo, que no me lo acabo de creer, o es que se parecía al mus, en el sentido de ir subiendo la apuesta y planteando órdagos cada vez más seguidos. Esa espiral, que en algún momento se pudo cortar, por ejemplo convocando elecciones, continuó.

¿O sea, que en alguna medida el conflicto está planteado entre los propios catalanes, que son quienes directamente lo sufren?

Me refería antes a la socialización positiva hacia lo catalán, se ha generado algo que no dudo en llamar amor a Cataluña. La exacerbación del conflicto y las contradicciones están poniendo esto en riesgo. Los millones de personas que vivimos en el extrarradio de Barcelona, queremos a Cataluña como sociedad abierta, dinámica, moderna… Hay adhesión a un proyecto colectivo.

Así las cosas, se produce un acontecimiento masivo e inesperado, que es la presencia en la calle de la «Cataluña oculta».

Sí, pero esto me recuerda aquel cuento corto de Bertold Brecht: «¿Por qué razón me convertí, por un instante, en un nacionalista?, porque me topé con un nacionalista»….bueno, el cuento concluye con la reflexión «por eso es preciso extirpar la estupidez que vuelve estúpidos a quienes se topan con ella». Seguramente la exacerbación de un nacionalismo alienta otro de signo contrario. Forma parte de las cosas raras que están pasando. Por ejemplo, uno de los efectos del «Procés» ha sido normalizar la bandera española en Cataluña. Algo insólito. En el Prat habrá, por ejemplo, 25 estelades y 100 banderas españolas. En Vic será, seguro, al revés. Aunque también, en ambos casos, hay un 90% que no ha colocado ninguna bandera. Lo que sí ha aflorado es la normalización de la crítica al «Procés». Mucha gente, en el trabajo, en la calle, ya no calla. La gente opina, debate, se posiciona. El ninguneo y el silencio de una realidad que incluye, al menos, al 50% de la sociedad catalana, no era normal.

¿Esta desconexión no pone de manifiesto la necesidad de entablar una batalla cultural por todo lo alto en Cataluña?

Sí, esto es decisivo. Desde el momento en que esos valores hegemónicos que están construidos en torno a un marco cultural te permiten no tener que renunciar y, por tanto, no ser enemigo de otro marco cultural, es positivo. Aquella concepción del catalanismo popular que defendía el PSUC, la adscripción a valores de una sociedad diferente a la española, pero que no es antagónica, no se ve como conflictiva. En la sociedad catalana, como en todas, existen valores sociales, culturales, tradición, lengua…, a los que yo me adscribo y no solo los respeto, sino que soy partícipe de ellos. Pero que no obligan a renunciar a nada.

¿No ha llegado también el momento de empezar a plantearse Cataluña de otra manera?

Claro, es urgente plantear si somos capaces de dar con algunas soluciones que resuelvan alguna de las contradicciones que es cierto que existen, desde el fortalecimiento del autogobierno, la financiación, las competencias, la concepción centralista que sigue existiendo en buena parte del Estado, etc… todo esto debería pasar por una reforma federal del Estado. Ahí se produce uno de los grandes mitos del nacionalismo, el salto que da diciendo que no hay alternativa. Forzado, sí, porque el PP hoy domina el aparato estatal y dificulta cualquier posibilidad de negociación y avance, y también por la crisis económica, que genera la sensación de que se han acabado los modelos posibilistas. En este caldo de cultivo, cualquier producto mágico, envuelto con un discurso mediático, que te hace creer que es posible, fácil, puede acabar siendo hegemónico, como ha ocurrido.

¿Esto que vías de solución tiene? ¿Es el momento de empezar a tender puentes para poder transitar con más soltura por los espacios catalanes?

Nos encontramos en un conflicto socialmente importante en Cataluña. Hay quienes tienen una ilusión casi mágica en la independencia, otros que están reaccionando de modo contrario. Esta división puede provocar una verdadera fractura social, si es que no se ha producido ya. Y los que lo han provocado tienen que explicar a la sociedad porque la han llevado hasta aquí y que piensan hacer ahora. Y tiene razón Ada Colau cuando pide cuentas a quienes nos han conducido hasta aquí. La política es pacto y solución. Hoy lo que la situación demanda es establecer pactos con quien sea para intentar buscar soluciones positivas para el conjunto de la sociedad.

¿No cree que en el fondo del «Procés», más allá de la autonomía de la política, no refleja una crisis de la clase media y la pequeña burguesía catalana?

Un error de la política es querer buscar causas únicas para procesos complejos. En consecuencia, no creo que sea la única explicación, pero sí es cierto que el desasosiego ante la crisis y las perspectivas de futuro de la clase media catalana, como ha sucedido en otras muchas sociedades de la Europa occidental, ha provocado un cierto repliegue identitario. Ese miedo al futuro que todos tenemos, la sensación de que nuestros hijos van a vivir peor que nosotros, que se ha llegado al tope del ascensor social, y que sus intereses como clase van a empezar a perder «pistonada» social y económica, todo esto sí ha tenido mucho que ver con el «Procés.

¿Todo esto para crear un Estado, cómo bálsamo de Fierabrás?

Mi tradición política quería acceder al poder del Estado para, desde ahí, transformar las cosas. Hay otras tradiciones que ven al Estado como un factor represor, negativo. Pero hoy se da una situación nueva en la que cada vez hay más poderes y más potentes que compiten con el Estado. Pero alguien ha venido a decir que lo que hay que hacer es un Estado nuevo, algo que no se sabe bien que es, pero que resolverá todos los problemas. Un Estado «nuevo, nuestro y mejor», porque será solo nuestro y somos, evidentemente, mejores… la música parece bonita, pero la letra provoca algún escalofrío.

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