El conflicto catalán hace más de 600 años que dura

El fantasma de Jaume d'Urgell todavía marca la actualidad
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Lo primero que hay que preguntarnos es: ¿qué nos pasa a los catalanes, que desde hace siglos vamos a contracorriente de la historia y no paramos de recibir varapalos? ¿De donde proviene esta permanente insatisfacción y desazón que, de vez en cuando, provoca estallidos de rebeldía y represión, como los que estamos viviendo ahora?

Nos explica la historia que Cataluña, formando parte de la Corona de Aragón, tuvo un pasado medieval esplendoroso y nos convertimos en una gran potencia militar, económica y cultural que dominaba la Mediterránea. Durante 200 años -entre los siglos XIII-XV- grandes monarcas, como Jaume I, Jaume II y Pere III, expandieron y enriquecieron el originario Casal de Barcelona, que aconteció un importante actor de la geopolítica europea.

La evocación de este imperio medieval perdido -que, hay que decirlo todo, estuvo torturado por numerosas guerras, disputas intestinas, conspiraciones, penurias económicas y abominables masacres perpetradas por los almogávares- es el sustrato que nutre el movimiento nacionalista catalán y el sueño de la reunificación de los Países Catalanes, simbolizado por el Pino de las Tres Ramas. Ya lo dice la primera estrofa de l’himne dels Segadors: «Catalunya, triomfant, tornarà a ser rica i plena».

La gloriosa dinastía aragonesa (considerada como propia por los catalanes) se extinguió con la muerte, sin dejar heredero, del rey Martí l’Humà, en 1410. Este es el punto más crítico del relato histórico de Cataluña y el que, grosso modo, explica lo que ha pasado en los últimos 607 años. El origen del malestar catalán, que ha traspasado los siglos hasta llegar a nuestros días, hay que buscarlo en la resolución del contencioso provocado por la elección del sucesor de Martí l’Humà, que se dirimió en el Compromiso de Caspe (1412). Es aquí -y no en 1714- cuando arraiga el profundo sentimiento de frustración y derrota que ha acontecido el posterior motor de las reivindicaciones catalanas.

‘O REY O NADA’

El candidato de la nobleza catalana (los Montcada, los Cardona, los Cabrera…) era el conde Jaume d’Urgell, cuñado de Martí l’Humà. En cambio, los representantes de Aragón y de Valencia impusieron el regente castellano Ferran de Trastàmara como nuevo monarca, con la estrategia de establecer una sólida alianza con Castilla, que se consumó posteriormente con el matrimonio de los Reyes Católicos, en 1469.

Jaume d’Urgell se sublevó contra el veredicto del Compromiso de Caspe -al considerar que había sido descaradamente manipulado para perjudicarlo-, pero fue acorralado y detenido en el castillo Formós de Balaguer, el 31 de octubre de 1413. Denominado el Desafortunado, Jaume d’Urgell fue desposeído de todos sus bienes y títulos nobiliarios, condenado a cadena perpetua y murió en la prisión de Xàtiva después de pasar 20 años en cautividad.

Este «conde que no reinó» es la raíz y el emblema de la resistencia catalana (mediterránea) contra los intereses y el poder de Castilla (atlántica). Su trágica biografía fue recuperada y sublimada por dos de los máximos exponentes del Renacimiento, en el siglo XIX: Frederic Soler, Pitarra, que le dedicó el drama O rey o nada, y Àngel Guimerà, que escribió el monólogo La muerte de Jaume d’Urgell.

Podríamos decir que, como en el Hamlet de William Shakespeare, el fantasma de Jaume d’Urgell el Desafortunado se pasea, desde 1433, por la historia de Cataluña. La resolución del Compromiso de Caspe -y las turbias circunstancias que la rodearon- han creado un atávico resentimiento en una parte de la población catalana, que ha ido pasando, aunque sea de manera subconsciente, de padres a hijos. La pérdida del poder de la capitalidad del Casal de Barcelona en beneficio de los nuevos horizontes comerciales que abría la alianza con Castilla -y más, después de la conquista y colonización de América- nunca fue digerida por los múltiplos y variados descendentes de la facción urgellista.

LOS NEOURGELLISTAS

Los independentistas de hoy son, en realidad, los continuadores de la frustrada revuelta del conde d’Urgell contra la llegada al trono de la Corona de Aragón del castellano Fernando de Antequera y toda la herencia dinástica que se deriva en los siglos posteriores, desde los Austrias hasta los Borbones. Es desde esta perspectiva que hay que interpretar hechos capitales de nuestra historia como la guerra de los Segadores y la proclamación de la República catalana por Pau Claris (1641), durante el reinado de Felipe IV; la suicida resistencia de los austriacistas catalanes en la Guerra de Sucesión (1714); el arraigo que tuvieron las guerras carlinas de 1833, 1846 y 1872 en Cataluña; la decisiva participación catalana en la proclamación de la I República española (1873) o la profunda implicación del catalanismo -con la renuncia de Francesc Macià a la independencia unilateral- en el triunfo de la II República española.

Es esta atávica pulsión contra Fernando de Antequera y contra todos los monarcas que lo han sucedido en el trono de la Corona de Aragón y de España la que explica que el catalan dream de los actuales neourgellistas sea la proclamación de la República catalana, como explicitan ERC, la CUP y la refundada Convergència. Puesto que Jaume d’Urgell fue injustamente desposeído del trono, la venganza contra el Compromiso de Caspe es la secesión de Cataluña y la ruptura con la monarquía.

Esta es la constante que observamos a lo largo de los últimos seis siglos: después de una escalada de tensión con los sucesores de los trastamaristas, el conflicto estalla y los sucesores de los urgellistas acaban sistemáticamente derrotados, ante el desequilibrio de fuerzas y la carencia de apoyo internacional a su causa. Lo hemos vuelto a constatar ahora, con la efímera proclamación de la DUI, la respuesta del Estado con la aplicación del artículo 155, la destitución del gobierno, la intervención de la Generalitat y la fuga del presidente cesado, Carles Puigdemont, a Bruselas.

¿QUÉ SENTIDO TIENE?

¿Qué sentido tiene continuar la revuelta de los catalanes si ya sabemos, por experiencia contrastada, que está condenada a la derrota? ¿Qué sentido tiene perseverar en el sueño del imperio medieval perdido, que sabemos que no volverá, y mantener encendida la llama de Jaume d’Urgell el Desafortunado? ¿Qué sentido tiene, cuando formamos parte de la Unión Europea, reclamar aquello que nos hurtaron en el Compromiso de Caspe? ¿Qué sentido tiene condicionar la vida de los catalanes de hoy y de las futuras generaciones por unos acontecimientos que pasaron hace más de 600 años?

Fuera de Cataluña es muy difícil que puedan entender todo esto. Suena a chino. Pero los catalanes hemos sido criados y educados en esta visión de perdedores permanentes… ¡que siempre tenemos una revolución y una victoria que nos espera!

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